viernes, 5 de septiembre de 2008

Buenas impresiones


El martes de la semana siguiente nos llama Garzón, para decirnos que ha concertado una cita con Sa... y con nosotros al día siguiente. Ese mismo día nos llama el propio Sa..., y nos cita en la Paloma para el miércoles por la tarde, a eso de las cuatro.

El día señalado estamos Pilar y yo como un clavo en la recepción de la Paloma. Hacemos, como siempre, las elucubraciones de rigor cada vez que entra alguien por la puerta principal, que un miércoles, y a esa hora, es un continuo hervidero de gente. “Mira, ese es”, le digo a Pilar cuando veo que entra un hombre mayor, muy bien vestido, con aspecto de dandy. Pero no, ese no es, ya que se dirige directamente a los ascensores. “No, no, es ese”, dice Pilar al ver a otro hombre grueso y sudoroso, que lleva un maletín en la mano, y que se dirige directamente a la cafetería. “No, mujer. Ese tiene el típico aspecto de un visitador médico”. Inmersos en ese jueguecito inocente, se nos van pasando los minutos tranquilamente, hasta que los minutos se convierten en una hora, y el bueno de Sa... sin venir. “Se le habrá olvidado”, dice Pilar. “Voy a cambiar el papelito del coche, por si acaso”, digo yo, y cuando salgo por la puerta, veo que entra un hombre muy joven vestido de “correcto sport”, que dirían los que siguen la moda. “Mira que si es ese...Pero no puede ser. Es demasiado joven”.

Una vez consumada mi humilde contribución a engordar las arcas del Ayuntamiento de Madrid, regreso al vestíbulo, y me encuentro a Pilar, para mi sorpresa, charlando animadamente con el joven que se había cruzado conmigo. Me presento, se presenta. Me parece incluso más joven que yo. No creo que tenga más de treinta y cinco años. Se disculpa por haber llegado tan tarde, pero le ha surgido un problema y no ha podido llegar antes. No importa. El caso es que se haya presentado. Nos pide que le sigamos. Bajamos al sótano, a una zona que no conocíamos, y abre una consulta que parece como de comodín, para los médicos ambulantes, suponemos. Sa... no va vestido de médico, ni lleva papeles, ni maleta, ni nada de lo que se supone que debe llevar un médico. Observa cuidadosamente a Pilar, su aspecto, su posible edad. Su mirada es inquisitiva, profunda, de gran conocedor de enfermos. Después de charlar un rato de temas intrascendentales, nos sumergimos de lleno en el asunto que nos ha traído a verle.

Sa... nos dice que ha estudiado a fondo el informe que le ha pasado G..., el cirujano, y que encuentra muy factible la operación por radiofrecuencia. El bulto tiene el tamaño adecuado, está en una zona a la que se puede llegar muy fácilmente por la espalda, está muy definido, muy encapsuladito y muy preparado, puñetero de el, para que lo frían sin ninguna consideración. Nos vuelve a explicar de una forma más detallada el tema de la aguja que se abre en forma de paraguas, y nos confirma el precio de la operación, que como ya dije en la entrada anterior no nos parece demasiado elevado para lo que supone a la hora de eliminar el tumor.

Y es después de todo eso, cuando el bueno del doctor Sa... nos da un chute de entusiasmo, una subida de adrenalina y de moral, cuando se dirige a Pilar y le dice, con toda la sinceridad del mundo:

-De todas formas, Pilar, quiero que consideres también la posibilidad de una intervención tradicional, hecha por un cirujano torácico. Tu bulto no es peligroso, está en una zona muy sencilla de operar, eres muy joven, y no tienen porqué aparecer complicaciones. Prefiero que habléis con algún cirujano de este tipo antes de tomar la decisión de que te opere yo. Una vez que hayáis valorado todas las posibilidades, volvemos a hablar, pero quiero que si recurrís a mi solución estemos todos convencidos de ello.

Una sinceridad difícil de encontrar hoy en día. Ese tipo de sinceridad que hace que, cuando Pilar y yo salimos de la consulta, aparte de estar felices porque el tumor es una mierdecilla a los ojos de Sa..., hayamos tomado prácticamente la decisión de someternos a la radiofrecuencia.

Los pasos siguientes son los tradicionales. Quedamos con S..., el oncólogo, para comentarle la jugada, a lo que el nos dice que ya ha hablado con G..., el cirujano, y que le parece perfecto (cuando nosotros queremos salir, estos dos, G... y S..., ya han llegado. A veces pensamos que viven juntos). S... nos recomienda a un cirujano torácico, bastante bueno según el, y después de darnos su patriarcal bendición (no puedo colocar fotos de S... en el blog, entre otras razones por respeto a su intimidad y a su persona, pero no os resultaría nada difícil, conociéndole, imaginároslo subido a un púlpito de mármol impartiendo bendiciones).

Creo que fue ese mismo viernes, o al viernes siguiente, cuando conseguimos cita con el cirujano torácico que nos había propuesto S.... Amigos, si la consulta con Sa... había resultado luminosa, esclarecedora y optimista, la consulta con ese par de médicos resultó sombría, deprimente y gusanil (gusanil es la capacidad que tienen algunas personas para hacer que te creas un auténtico gusano). Después de revisar el cirujano y su ayudante los informes y el PET, nos dijeron que sí, que no había problema, que el tumor se podía operar. Que la operación era sencilla, y que una vez que abrían, ellos miraban toda la zona, y que si detectaban más bultos, por pequeños que fueran, los sacaban también.

-Si tenemos alguna duda, extirpamos el ventrículo superior entero del pulmón, para asegurarnos.

Pilar y yo nos mirábamos algo desconcertados. Nos dio la sensación de que le iban a quitar, de entrada, el ventrículo superior, sin más.

-No pasa nada. Se pierde un cuarto de capacidad pulmonar, pero si no se hacen grandes esfuerzos, no se nota –añadía el ayudante quitándole importancia al hecho de tener un cuarto menos de capacidad pulmonar.

-Hombre, podría ocurrir que se complicara la cosa, y tendríamos que quitar el pulmón entero, pero no parece el caso. El tumor está muy encapsuladito y muy aisladito –en esto al menos coincidieron con Sa...-. Eso si –siguió hablando el cirujano principal-. Hay que hacerlo cuanto antes, sin pérdida de tiempo, y antes hay que hacer unas pruebas, de capacidad, radiografías, y todo eso. Tienen que tomar la decisión hoy mismo, para que mañana les hagan las primeras pruebas.

Pilar y yo nos miramos un poco desconcertados. Aquello estaba empezando a convertirse en una reunión de multipropiedad, en la que no te dejan escapar hasta que no firmas o te has tragado un rollo de una hora y media.

-Bueno –dije yo con un hilo de voz-. La verdad es que nos lo queremos pensar. La radiofrecuencia también nos gusta bastante.

-Bueno, si, la radiofrecuencia. Nueva técnica. Bueeeeenooo...

-Nos han dicho que siempre nos queda la posibilidad de operar con radiofrecuencia y recurrir después, si la cosa va mal, a la cirugía tradicional.

Aquel hombre levantó las manos con gesto de fastidio.

-Bueeenoooo. Eso habría que verlo. Nosotros probablemente no podríamos hacernos cargo de algo que ha operado otra persona por un método diferente al nuestro.

Estaba claro. Le pedimos tiempo para pensarlo, y salimos de allí. No hizo falta ni que dijéramos nada. Tanto Pilar como yo nos habíamos decidido, por méritos ajenos en este caso, a utilizar la radiofrecuencia. Habíamos asistido, como testigos mudos, al enfrentamiento entre lo tradicional y lo moderno, entre la tragedia y la comedia, entre cortar por lo sano y precisar y eliminar la zona enferma. Pero la sensación que más nos invadió, después de esta consulta, fue la de sentirnos mercancía operable (daba la impresión de que le estábamos haciendo un favor dejándonos operar por el) frente a la de sentirnos personas con capacidad de decisión. Una decisión que tomamos antes incluso de salir de la consulta de aquel cirujano torácico.

3 comentarios:

Blanca Miosi dijo...

Interesantísima esta nota, Felix, muy bien contada, además. Resulta que ahora los médicos más parecen ocupados en sus propios problemas, me refiero a que ellos toman más en cuenta sus comodidades, si la operación les conviene o no, si para ellos es más sencillo así o asá, si para ahorrarse tal o cual cosa prefieren cortarte un pedazo de ventrículo superior o si lo necesitan, el pulmón entero, el asunto es que no "es grave" únicamente si respiras y sigues viviendo.
Comprendo que se hayan sentido tratados como mercancía, yo también hubiera optado por el médico joven, mucho más humano y de trato sencillo, pero seguro de lo que sabe hacer.
Pienso que cuanto más viejos los médicos son más insensibles. Han visto demasiada miseria, no tienen capacidad de conmoverse ante nada.
Lo único que me queda es desearles suerte, éxito en la próxima operación, y de lo que ya hemos hablado, mucha fe en la autorecuperación.
Un abrazo a Pilar y otro a ti, amigo,
Blanca

HijaDelAndasolo dijo...

Lamentablemente existen médicos que se han dessensibilizado...pero también conozco médicos que lo dan todo por sus pacientes, ¡que bueno que todavía los hay!.

Lo que me agrada de todos los relatos que has ido subiendo, es la capacidad que tienen tú y Pilar para sobrellevar las cosas en los momentos más oscuros.

Una vez más, nos hayamos acá los lectores, junto con vos, "acompañando a Pilar".

Juana Guerrero

Anónimo dijo...

Pienso como tu, Blanca. Hay mucha gente que prefiere a los médicos mayores porque tienen más experiencia, pero también es verdad que se han subido tan alto en su pedestal que a veces nos tratan a los pacientes como si nos estuvieran haciendo un favor al ocuparse de nosotros. Mis experiencias con médicos mayores han sido casi siempre desastrosas, hasta el punto de que estoy vivo gracias a que mi madre no se fió del diagnóstico que me regaló una de esas "eminencias" cuando yo contaba solo doce años, y me llevó a otro médico, desconocido y más joven el anterior, que dio en el clavo desde el primer día. Así son las cosas. Al final te das cuenta de que no hay médicos ni buenos ni malos, sino buenas o malas personas, como en todos los órdenes de la vida.

Claro que si, Juana. También hay médicos que lo dan todo por sus pacientes, y de hecho nosotros nos hemos puesto en manos de unos cuantos de ellos. Lo malo es encontrarse sin quererlo con el otro ala de la medicina, la que se ocupa más de la cuenta corriente o del prestigio que de la salud del prójimo.

Gracias a las dos por vuestros comentarios.