viernes, 27 de junio de 2008

Operativo en marcha


El mismo jueves se monta el operativo habitual en estos casos. Los padres de Pilar se desplazan a casa para cuidar a Sergio cuando viene a comer al mediodía. El padre visita a su hija por la mañana, y la madre por las tardes. Sin modificaciones ni cambios de última hora. Nada que replicar.

Ese jueves bajo a desayunar casi eufórico. Por primera vez en varios días tengo bastante hambre. La tranquilidad me abre el apetito. Café con leche y unas porritas. Dos, para ser exactos. R..., el encargado, ya casi me conoce. En estos lugares hay tres tipos de clientes: los visitantes, que se toman una copa o un desayuno, y se marchan para no volver más, los representantes de farmacia, y los acompañantes, que son detectados por los encargados a la tercera vez que aparecen por el bar. Otros signos que nos distinguen a los acompañantes de los visitantes y los representantes son la vestimenta, a medio camino entre la de estar por casa y la de salir a la calle, con zapatillas, pantalón de chándal y camisa o polo, y el aspecto, de recién levantado y a veces con las legañas propias de haber pasado una noche toledana con el acompañado. En mi caso, reúno todos los condicionantes, y además es la tercera vez que vengo, por lo que R... me pregunta que qué tal va todo. Le digo que bien, y de momento, ahí se acaba la conversación. El lugar está lleno de representantes de laboratorio con sus carpetones bajo el brazo, y R... no puede, ni le apetece, supongo, permitirse el lujo de echar una parrafadita conmigo. Todo llegará.

Pilar también ha desayunado cuando subo a la habitación. Se levanta dolorida del sillón. Ya se lo ha dicho G...: conoce perfectamente sus síntomas, ese dolor semejante a un palo de madera clavado ahí mismo, en sus partes blandas.

Paseamos un poco y aprovechamos para visitar a niños mundi. A través del metacrilato, aunque lejanos, nos llegan los sonidos de los niños en el recreo. Reímos imaginando historias inconexas protagonizadas por ellos, bautizándoles con nombres tan entrañables como Gustavín, rubiete o Caracolillo. Pilar está graciosa y muy animada. La visita de G... del día anterior nos quitó un gran peso de encima. De lo que se trata ahora es de sobrellevar la espera hasta el próximo miércoles lo más elegantemente posible. Y con sentido del humor, por supuesto.

Mi suegro llega mientras paseamos por el pasillo, poniendo orden (i,aginario, por supuesto) entre el ejército de enfermeras que prosiguen su rutina diaria con el arreglo de las habitaciones y el cuidado de los enfermos. Ha cogido un montón de periódicos gratuitos. Después de discutir con el un rato sobre la mejor combinación de metro para llegar hasta aquí, y la salida que tiene que utilizar, el hombre se sienta en el sofá, se cala las gafas y devora, leyendo hasta los anuncios, periódico tras periódico. Pilar y yo leemos, paseamos y vemos la televisión de vez en cuando. No tenemos otra cosa que hacer. Yo aprovecho para ensayar con la cámara. Pilar se pone de los nervios cuando le hago alguna fotografía, circunstancia que aprovecha también su padre para levantar la vista de los periódicos y lanzarme también algún que otro berrido, aunque no sepa de qué va la vaina.

A media mañana decido explorar un poco la zona del hospital. La tranquilidad reinante en la calle La Loma desaparece como por encanto cuando uno desemboca en el final de Reina Victoria. El ruido de los coches y el ajetreo de los viandantes te sumergen de golpe en la rutina de cualquier día laborable en Madrid. A pesar de que la inercia me empuja al principio a apresurarme, consigo tranquilizarme cuando tomo conciencia de que tengo todo el día para lo que quiera hacer. El único encargo de Pilar son unas bragas de plástico para embarazadas, que compro en una farmacia, y una cinta para el pelo, que consigo encontrar en una minúscula mercería de añejo sabor situada en la acera de la derecha.

Compruebo con placer que en las inmediaciones existen un Rodilla, una pastelería de inmejorable pinta, dos kioscos de periódicos y un par de supermercados bien surtidos. La intendencia alimentaria y cultural está asegurada. Precisamente de hambre no me voy a morir. Curiosamente, en cada uno de los lados de Reina Victoria se repiten más o menos los mismos comercios, como si los habitantes de una acera no quisieran tener nada que ver con los de enfrente. El trasiego de personas frente a las oficinas de Hacienda, con la cara nublada al entrar y más nublada o risueña al salir, es constante y acelerado.

Cruzo al bulevar central con la intención de comprar una rosa en la floristería situada en el centro del mismo. Un detalle para Pilar que seguro que le encanta. Para mi sorpresa, no hay nadie. Venzo la tentación de coger una rosa de un bidón situado junto a la puerta y salir corriendo, y decido esperar. El día está soleado, y desde el bulevar parece todo más apacible que desde las superpobladas aceras. El vendedor viene corriendo. Me atiende con voz de barítono. Mientras prepara la rosa me dice que es increíble, que lleva un montón de años teniendo que abandonar el puesto cada cierto tiempo para cambiarle el papelito del aparcamiento al coche. No comprendo como puede venir en coche teniendo el metro a diez pasos, y cuando se lo digo me contesta que lo hace por pura necesidad, porque día si y día también se ve obligado a transportar sus flores de un lugar a otro. Una pena.

El operativo ordena que, después de comer, viene la madre de Pilar a verla, y yo aprovecho, después de comer y echarme una reparadora siesta, para ir a casa a estar un rato con Sergio, ducharme, vaciar la ropa sucia de la bolsa de papel de propaganda de una empresa de Murcia que hemos elegido para la ocasión, por su diseño fashion que no da la nota en el metro, y llenarla de nuevo con ropa limpia, tanto de Pilar como mía. Un sinvivir, más que nada porque cualquier equivocación, a la hora de coger las bragas o el camisón de turno que haya que llevar a la clínica, puede provocar una bronca monumental del alto mando. Algo para lo que hay que estar muy preparado, y que solo se consigue con duros años de entrenamiento.

Después de cenar, vuelta a la Paloma. He decidido no mover el coche, ya que prefiero tenerlo en la clínica por si surge alguna urgencia, y porque la mayor parte del tiempo voy a estar allí. Me voy al metro con la bolsa recargada, y seguramente me cruzo con mi suegra, porque cuando llego a la clínica Pilar lleva un ratillo sola. Está guapa, sentada en la silla con sus gafas de leer, hojeando una revista del corazón que le he traído esta mañana. Inspecciona el contenido de la bolsa, con gesto serio que se va dulcificando a medida que comprueba que no he metido la pata, que he traído más o menos lo que ella me había pedido.

A eso de las nueve aparece G..., para ver como va la enferma. Hablamos de todo menos del estado de Pilar, que se encuentra a la espera de la intervención con su dolor de empalada, pero sin cambios. Sigue sangrando, y Garzón nos dice que lo va a seguir haciendo hasta bastante tiempo después de la operación. Reitera su optimismo frente a los exámenes del día anterior, y nos confirma que el miércoles opera y que el día antes, el urólogo le colocará a Pilar un doble jota calvorota para que le drene el riñón. Todo controlado.

El viernes transcurre con la misma tranquilidad que el jueves. Vuelta por la zona, visitas a la farmacia para comprarme el imprescindible Berocca y un par de bragas de plástico para Pilar, para que no manche tantas de tela. Unas cuantas revistas, y a la clínica. Esa tarde no voy a casa, porque mi bendita hermana Laura ha decidido, en clara connivencia con mis adorables sobrinos Adrián y Héctor, e informando previamente a Pilar, que se va a quedar con Sergio el fin de semana. Una gran noticia, porque Sergio se lo pasa fenomenal con sus primos, y estos con el, y a nosotros, tanto a mis suegros como a mi, nos va a venir muy bien, a ellos para que revisen su casa, a la que no han vuelto prácticamente desde el domingo pasado, y a mi para tomarme el fin de semana con un poco más de tranquilidad.

Una tranquilidad absoluta, que contrasta fuertemente con el clima de tensión política que está viviendo el país. Para el sábado 10 de marzo está convocada por el PP una manifestación multitudinaria en Madrid, con sucursales en otras provincias, en contra de la política del PSOE. Una muestra más de la absurda crispación política, presente en un país que, según los datos económicos, se ha convertido en la octava potencia del mundo. Una muestra más del carácter irreconciliable de las dos españas que venimos soportando los que no estamos ni de un lado ni del otro desde tiempo inmemorial.

La mañana del sábado transcurre con tranquilidad, leyendo revistas y comprobando con tristeza en nuestros paseos por los pasillos que la clínica está medio vacía de visitantes y que niños mundi, como mandan los cánones, no tienen colegio los sábados. G..., para nuestra sorpresa, aparece a media mañana para ver a su paciente, vestido de paisano y comentando que tiene comida familiar. Se queda un momento hojeando el “Cándido”, de Voltaire, y dice que ese autor debería ser de obligada lectura en todos los colegios españoles. Le comento la famosa frase del autor francés, “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”, y no solo está de acuerdo conmigo, sino que comenta que esa debería ser la esencia de la democracia, y no la crispación actualmente imperante. Declara que le encanta leer, y le prometo que le prestaré alguno de los libros que tengo aquí.

De tanto en tanto le lanzo una fotografía anónima a Pilar, que se hace la despistada hasta que se cansa, más o menos cuando voy por la séptima. Por la tarde recibimos la visita de sus primas, Mariluz, Asun, Gema y Pilar, que nos ponen más o menos al día en las cuestiones familiares, y pasan un buen rato riendo con nosotros. Pilar está muy contenta, y no se cansa con las visitas, lo que me parece buena señal. El sábado termina con conexiones esporádicas a los canales de televisión que hablan de la macromanifestación que se ha celebrado por la tarde. Yo me dedico a recortar todos los artículos de periódico que hacen referencia a la sinrazón y al distanciamiento político entre unos y otros.

Debe de resultar muy gracioso para la clase política, tanto de izquierda como de derechas, reunirse en un restaurante caro, en una comida pagada con el dinero del partido, y descojonarse literalmente de risa mientras brindan y comentan las hostias que se daban los militantes de una facción contra los militantes de la otra.

martes, 24 de junio de 2008

Grandes esperanzas


Nos despierta el habitual trasiego de los hospitales, las aperturas de puertas de las habitaciones, el ruido de los carros de limpieza y una enfermera, en concreto, que le coloca a Pilar un termómetro a eso de las siete de la mañana. Hemos dormido como auténticos ceporros, con pocos episodios esporádicos de crisis de nervios de Pilar a causa de mis ronquidos. El sofá resulta verdaderamente cómodo, y Pilar dice que también ella ha descansado bastante, aunque existen determinadas posturas en las que le duele la zona baja.

El suegro se presenta pronto, con el periódico que regalan en el metro. Es la primera de sus puntuales visitas matinales. Al parecer, el Alto Estado Mayor ha establecido que, salvo excepciones, el suegro viene por la mañana y la suegra por la tarde. Siempre se me han escapado las razones que mueven al Sanedrín a fijar sus operativos, así que tampoco indago mucho. Después de discutir un rato sobre la mejor combinación para llegar desde casa hasta la clínica, se sienta en el sofá y se lee el periódico entero, desde los anuncios hasta los programas de televisión, pasando por las noticias.

Yo he bajado a desayunar a la cafetería, situada a la derecha de la entrada. Lo primero que hago es solicitar cambio para disponer de monedas en abundancia para el papelito. El camarero me cambia, pero me señala también un cartelito en el que alguien ha escrito en Word “no disponemos de cambio para los parquímetros”, para que no se me vuelva a ocurrir la desfachatez de pedirle cambio. Al cabo de un rato, cuando ya voy por la segunda porra, aparece R..., uno de los encargados de la cafetería, bastante mayor que el camarero que me ha atendido. Un personaje curioso del que hablaré con bastante asiduidad.

Pilar me está esperando para dar un paseo. Nos acercamos a nuestra cristalera favorita. Por pura casualidad, hemos llegado justo a la hora del recreo. El patio está lleno de niños con baby de los que ya no se llevan, de esos azules como los que vestíamos nosotros de pequeños. Nos quedamos extasiados viendo evolucionar a esos niños, por espacio de más de un cuarto de hora, en el pequeño patio de recreo. Niños a los que rápidamente bautizamos como “niños mundi”, en claro homenaje a esa atracción de Eurodisney y del Parque de Atracciones de Madrid, consistente en un lento viajecito en barco a través de todas las naciones de la tierra, representadas por muñecos de niños, todos con la misma cara, pero con los rasgos que se suponen diferenciadores entre una zona del mundo y otra. Pasamos un buen rato, como dos gaznápiros, viendo al rubito ese que ha colado la pelota en el tejado, y al gordito que tropieza, y a uno que le ha dado un tirón de orejas a una niña con coletas. Estamos tan pegados al metacrilato (no es cristal, sino metacrilato), que nuestro aliento forma sobre el pequeñas nubes que aparecen y desaparecen. Una forma tan inocente como otra cualquiera de matar el aburrimiento. Sabemos que G... no nos va a visitar por la mañana, porque los miércoles opera, así que tenemos todo el tiempo del mundo para estas tonterías y otras que nos vamos inventando sobre la marcha. En ese campo, Pilar y yo somos unos auténticos especialistas. Lo que no se le ocurre a uno se le ocurre al otro, y cuando empezamos a hilar chorradas en plan ganso no hay quien nos iguale.

Abandonamos momentáneamente a “niños mundi” para volver a la habitación, a ver qué ocurre. Un par de enfermeras vienen a arreglarla, y nos ponen más o menos al día de las actividades que se desarrollan en la clínica. Al parecer, muchas mujeres vienen a operarse de las narices, lo que explica el siniestro aspecto de una de las pacientes con la que nos hemos cruzado en el pasillo, con una especie de cruz blanca hecha con vendas tapándole la cara, y un rodal morado oscuro que le abarcaba incluso los labios y los ojos.

Descubro también, en esta fase de investigación provocada por el aburrimiento, que el edificio de enfrente no es otra cosa que una residencia de estudiantes femeninas, al parecer sin derecho a frigorífico, por lo que las pobres se ven obligadas a dejar sus preciados y necesarios productos lácteos en el antepecho de la ventana. En una de las ventanas observo a una chica, de dieciocho o diecinueve años, que estudia concentrada bajo la luz de un flexo metálico.

Por la tarde viene G... vestido de traje de luces, con su uniforme de cirujano de color verde y algunas manchas que delatan su sangrienta vocación. El hombre suda por todos sus poros, sin duda cansado a causa de la dura actividad de ese día. Nos dice bastantes cosas, entre otras que el ecógrafo cree que existen buenas señales, en el sentido de que la cavidad abdominal de Pilar tiene líquido, y en el caso de que el tumor fuera maligno eso no se produciría. Me acaba de sacar de encima un peso que me aplastaba desde la visita a la consulta de Ch.... De repente me quedo mucho más tranquilo, con la convicción de que un médico no diría nada de lo que no estuviera completamente seguro. Así que lo de Pilar, seguramente no es nada. Me dan ganas de gritar.

Nos dice también G... que en la radiografía se puede ver que la uretra derecha está comprimida por el bulto o los bultos (en estos momentos no se sabía que fueran dos), y que lo mejor es colocar un doble J calvorota para que el riñón pueda drenar bien. Hasta en eso nos vamos a parecer. Yo todavía guardo con veneración en una lata de té inglés el que me colocaron allá por el 2004.

A la vista de los informes y las pruebas que le han hecho a Pilar, G... ha decidido que va a operarla el próximo miércoles, día 14 de Marzo. Nos cuenta entonces que en la Paloma opera los lunes y los miércoles, los martes pasa consulta aquí o en el Nuevo Parque y los jueves está aquí todo el día. Se despide de nosotros dándonos ánimos. Con la noticia del líquido en el abdomen nos ha dado algo más que ánimos. Me dan ganas de abrazarle, pero tampoco es cuestión de andar dando el espectáculo tan al principio.

Bien. La situación se presenta menos cruda de lo que parecía hace dos días. Una semana esperando la puntilla, otra semana de recuperación, y a casa. Nada que no se pueda sobrellevar con alegría. Las cosas en Murcia están más o menos tranquilas. De momento no parece imprescindible que me tenga que desplazar al trabajo, y mi lugar está aquí, al lado de mi mujercita. Me quedaré aquí a costa de los días de vacaciones del año pasado y de este. Vuelvo a respirar. Además, para terminar de culminar la buena estrella de este día, he conseguido aparcar el coche en una zona en la que no hay que pagar. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?.

Esa noche vemos la televisión un rato, paseamos por el pasillo y nos dormimos plácidamente. Por primera vez en estos dos días no me despierto por la noche con sobresaltos y sudores fríos. Eso sí: me despierto, como Dios manda, cuando Pilar me grita para que deje de roncar. Todo ha vuelto a su ser. Al menos de momento.

viernes, 20 de junio de 2008

La blanca Paloma


Creo que no merece la pena destacar más del lunes 5 de Marzo de 2007.
Después de una noche de duermevela poblada de pesadillas relacionadas con la frase que me había soltado Ch... a bocajarro el día anterior, nos despertamos pronto para ir recogiendo los trastos y preparar nuestro traslado a la Paloma. Pilar había dormido muy bien, pero cada vez que se sentaba le dolían los bajos un poquito más. Ch... llegó antes de lo previsto, nos dio el alta, y sin más preámbulos, y acompañados por mi suegro, nos dirigimos, sin prisa pero sin pausa, a la clínica de la Virgen de la Paloma.

La clínica está situada en la calle La Loma, al final de Reina Victoria. Una zona tranquila, sin apenas movimiento, ni de automóviles ni de personas, en claro contraste con la actividad desenfrenada que se desarrolla en las cercanías de Hacienda, apenas un par de calles más arriba. Un goteo constante de mendigos me indicó que un poco más abajo existía un centro de beneficiencia, que tendría la oportunidad de ubicar más certeramente más tarde desde la habitación de Pilar. Aparqué el coche y le di el euro correspondiente al gorrilla de turno.

Entramos por una rampa ejecutada en granito, tanto el solado como los paramentos y la coronación. El edificio, un destartalado bloque de color blanco bastante sucio, con mucha piedra artificial y barrotes de hierro a modo de barandilla en las terrazas de las habitaciones situadas en el frente, me recordaba en cierto modo al hotel de Portugal que aparece en la película “El estado de las cosas”, de Win Wenders. Un tipo de arquitectura medio decadente, de mediados de siglo pasado, pero con personalidad propia. Por encima de la puerta de urgencias hay una enorme cristalera que abarca las tres plantas situadas por encima.

Ch... se había encargado de decirnos que no tuviéramos prisa, que con llegar a la Paloma a eso de las diez y cuarto o diez y media ya era más que suficiente. Consejo sabio, sin duda, del que pasamos olímpicamente, porque creo que eran las nueve cuando nos presentamos en la clínica. Ni cortos ni perezosos, cargados con la bolsa de deportes que habíamos preparado para la ocasión, y con la ecografía que nos habían hecho el lunes en la clínica Belén, entramos por urgencias dispuestos a ocupar inmediatamente una habitación. Ni que decir tiene que la enfermera de urgencias, por supuesto, no sabía nada del asunto.

- Que nos ha dicho Ch... que vengamos a ingresar para que la vea el doctor G...

- Pero ingresar así, sin más... ¿Y quien es ese Ch...?. Creo que deberían esperar ustedes a que viniera el doctor G...

No se nos había ocurrido. Parecía lógico. Ch... había hablado con Garzón, y con nadie más. Una vez más nos habíamos precipitado un poco con la puntualidad, aunque en este caso estaba relativamente justificado, pues hubiera resultado normal haber encontrado un atasco, sobre todo a esas horas y en Madrid.

Esperamos pues, en la recepción, a que apareciera el doctor que nos había recomendado Ch... Yo me levantaba bastante de los anticuados sofás, visiblemente nervioso y aburrido a causa de la espera. En una de las ocasiones en las que salí a la calle a cambiarle el papelito al coche, me dijo el gorrilla que no pasaba nada si no colocaba el papel, que el vigilaba y controlaba. No me fié mucho en aquel momento, pero desde luego tenía que encontrar una solución rápida al asunto del aparcamiento. No era cuestión de gastarme una fortuna en papelitos.

La recepción de la clínica empezó a animarse a medida que pasaba el tiempo. Pacientes, ambulantes, médicos que acababan de llegar... Cada vez que veía a alguien vestido con una bata verde, pensaba que se trataba de G..., y así se lo transmitía a Pilar.

- Mira. Seguro que es ese.

Pero no era. Y así hasta el siguiente.

Al filo de las diez y cuarto, la hora que nos había dicho Ch..., llega al mostrador de recepción de la Paloma un hombre más bien mayor, vestido de paisano y con mucha energía. Se dirige a la recepcionista y avisa de que va a llegar una paciente enviada por Ch...

Es G...

La recepcionista mira hacia donde estamos, a escasos cuatro metros, y nos señala con el dedo.

- Es ella, doctor G...

Nos levantamos y le tendemos la mano. Al saludar a Pilar le explico que queríamos ingresar directamente antes de su llegada, y me dice que el ingreso, en todo caso, lo tiene que coordinar el, y que teníamos que haberle esperado antes de hablar con nadie. Está serio. No parece haberle agradado mucho nuestra entrada. Nos dice que esperemos un rato, que tiene que resolver un par de temas, y que luego nos atenderá.

Después de un rato, G... nos mete en una consulta de aspecto antiguo, polvoriento, con una estantería a su espalda llena de libros de medicina antiguos. No parece ser su consulta habitual. Después de examinar la ecografía y las pruebas que le hicieron a Pilar en la clínica Belén, y de mirar a Pilar, decide que sí, que la va a ingresar, así que nos deja para que vayamos solucionando los trámites administrativos necesarios para el ingreso y toda esa parafernalia tan aburrida. Al despedirse para incorporarse a sus tareas cotidianas, le dice a Pilar que es otro de los regalitos envenenados de Ch..., y que no es la primera vez. Que todos los ginecólogos son unos cobardones a la hora de operar, y varias cosas más. Al menos comienza a dar y recibir confianza de Pilar, porque a mi me parece que ni me mira. Ch... debe haberle advertido de que soy bastante brasas.

Nos ingresan en la tercera planta, en una habitación bastante amplia bañada por el sol. La decoración resulta bastante más triste que la de la Clínica B.... Se nota a todas luces que necesita urgentemente una reforma. Pintura amarillenta, puertas de madera oscura prácticamente desgastadas a la altura de la cerradura, muy posiblemente por el movimiento de las camas al entrar y salir por las habitaciones... Y un inevitable cuadro de una Virgen, que supongo será la de la Paloma. La cama de Pilar es bastante antigua, de hierro, con un complicado sistema de palancas cuya finalidad se nos escapa desde el principio. Cuando le digo a Pilar que me deje investigar el funcionamiento de esa especie de máquina de tortura me dice que me esté quieto, como siempre, que no empiece ya a dar la nota. Mientras coloca la ropa en el escueto armario empotrado aprovecho para bajar al coche a cambiarle el papelito.

Ese mismo día le hacen varias pruebas a Pilar. Un TAC, una resonancia y una ecografía, además de varias radiografías. Por la tarde vuelve a visitarnos G..., se interesa por las pruebas que le han hecho a Pilar y le describe perfectamente el dolor por el que debe estar pasando: “cuando te sientas, es como si te estuvieran clavando un palo de madera afilada por ahí mismo, ¿a que si?”... Y Pilar asiente, sorprendida por la precisión y agudeza con la que G... le está describiendo sus propios padecimientos.

El resto del día pasa sin pena ni gloria, entre el aburrimiento y la novedad. Cuando paseamos por el pasillo de la tercera planta, descubrimos que uno de los extremos termina en una pequeña sala de recepción con varios sofás, flanqueada por la cristalera situada por encima de la puerta de urgencias. Al asomarnos por la cristalera, contemplamos, justo enfrente, un curioso edificio de tres plantas de principios del siglo pasado, o incluso anterior, que se ha destinado a colegio. Lo del colegio lo tenemos claro porque a través de algunas ventanas se pueden observar pupitres, y porque en el diminuto patio de recreo hay colgadas un par de cestas de baloncesto muy pequeñas. En el edificio de al lado, de características similares a este, aunque posiblemente algo más moderno, se ven juguetes de niños más pequeños, por lo que deducimos que se debe de tratar de la guardería. No tenemos prisa. Ya nos fijaremos al día siguiente.

De vuelta a la habitación, me asomo a la ventana, que da a la parte trasera de la clínica. Para mi sorpresa, y la de Pilar cuando se lo comento, en bastantes vierteaguas del edificio de enfrente, que tiene un par de plantas menos que el nuestro, hay batidos, yogures, botellas de agua y otros líquidos y lácteos a los que se supondría mejor conservados en una nevera. Después de comentar durante un rato este misterio, y de contemplar la televisión, Pilar me obliga a abrir el sofá, de aspecto más antiguo y sin embargo más cómodo que el de la Clínica B..., y a apagar la luz. Una noche bastante tranquila, nuestra primera noche en la Clínica de la Virgen de la Paloma.

lunes, 16 de junio de 2008

Primer mazazo


Ch... llegó antes de que termináramos de desayunar el famoso menú de la Clínica B...: tazón de café con leche y barrita de pan con mantequilla y mermelada. Me pilló a los pies de la cama, en la mesita supletoria. Le acompañaba “Bisbal”, una enfermera rubia a la que ya conocíamos de cuando Ch... operó a Pilar, hace cuatro años, de un mioma que arrastraba desde antes que naciera Sergio. Ch... la examinó por encima, le retiró el coagulante que le había recetado el médico de guardia del día anterior, y nos dijo que el no podía operarla, ya que era muy posible que la masa que se observaba pudiera afectar a otros órganos que no tuvieran nada que ver con su especialidad ginecológica.

La idea era que al día siguiente nos fuéramos directamente a la Clínica de la Paloma, al final de Reina Victoria, y que preguntáramos por un tal Doctor G..., un cirujano general muy amigo suyo. Podíamos ir en ambulancia o por nuestros medios, y pensé que sería más rápido así. Al día siguiente nos daría el alta y nos presentaríamos allí, pero antes tenía que confirmar telefónicamente el encuentro con G.... Quedé con Ch... en que me acercaría a la consulta ginecológica un par de horas más tarde, y que me daría la confirmación del operativo a montar al día siguiente. A esa hora ya había aparecido en la Clínica mi suegro, y estuvimos riéndonos un poco con Ch... y la buena de “Bisbal”.

Una vez que mi suegro abandonó la clínica, me acerqué a la consulta de Ch.... Siempre resulta curiosa la presencia de un hombre entre tanta mujer embarazada, pero en esta ocasión resultaba todavía más curiosa mi presencia por el simple hecho de que yo iba solo. Cuando la enfermera de Ch... se asomó a la puerta de la consulta, me hizo pasar directamente.

Ch... me dijo que estaba tratando de localizar a G... llamándole por el móvil, pero que todavía no había podido hablar con el. Parecía ligeramente más nervioso que lo habitual en el. Su voz sonaba más aguda que de costumbre, como si necesitara desembarazarse de un peso que le estuviera oprimiendo la conciencia. El muy puñetero lo hizo, a bocajarro, mientras la enfermera guardaba en uno de los cajones de un armario metálico el expediente de Pilar.

- Puede ser cáncer.

No recuerdo haber respondido nada. Lo que sí recuerdo con toda claridad es que tuve que sentarme de inmediato. Me desplomé en la silla como un saco de patatas. El escuchar lo que hasta aquel momento había considerado como una terrible sentencia, aunque solo fuera una hipótesis, dirigida contra un miembro de mi familia, me sumergió en un repentino estado de ansiedad.

Ch... trató a continuación de quitarle hierro al asunto, pero el daño ya estaba hecho. El muy tuno ya se había descargado, y ahora trataba de suavizar la rotundidad de lo que había dicho. Había que analizar la muestra de tejido que extrajo el médico de guardia, y era precipitado adelantar un juicio. También mostró su extrañeza ante el hecho de que Pilar no hubiera sentido nada con anterioridad. Ni dolor ni tan siquiera molestias.

- Ya sabes lo discreta y fuerte que es.

Le dije.

Empezó entonces una especie de lavado de conciencia por su parte. Me dijo que en la exploración que le había hecho a Pilar la semana anterior detectó algo extraño, y le prescribió una ecografía para la semana siguiente que no llegó a realizarse precisamente porque se interpuso la hemorragia del domingo.

Salí de la consulta medio en volandas. Recuerdo que tuve la sensación de que los vientres llenos de vida de aquellas mujeres, que me miraban pensando sin duda que me había colado con toda mi cara, contrastaban profundamente con la posible carga letal que podía esconder en aquel momento el vientre de Pilar. Durante el recorrido hasta la habitación estuve sumido en un mar de dudas. No podía ser. De ser cáncer, Pilar habría tenido algún otro síntoma bastante tiempo atrás. Nauseas, vómitos, mareos... Pero por el contrario, era posible que el médico de guardia que la examinó el día anterior detectara algo extraño en el aspecto de la masa que le extrajo por la vagina, y le hubiera transmitido a Ch... sus inquietudes. Mi desbocada, y en tantas ocasiones dolorosa imaginación, me llegó a insinuar incluso la posibilidad de llegar a perder a mi mujer.

Aquellos pasillos, que me habían parecido tan alegres doce años atrás, con sus ramos y centros de flores depositados frente a las puertas de las futuras madres, se empañaban de repente ante la profunda tristeza que me había producido la contundente frase de Ch.... Entré en la habitación y me senté frente a la cama, en el ya casi familiar sofá. Me debatía en un mar de dudas. Por un lado deseaba fervientemente, aunque solo fuera por conseguir el equilibrio mental que había perdido apenas diez minutos antes, compartir con Pilar la noticia que acababa de darme su ginecólogo. Por otro lado, era posible que me estuviera precipitando de forma gratuita, que lo del cáncer no fuera más que una remota posibilidad a la que no tenía ningún sentido dar la más mínima publicidad, ya que lo único que podía conseguir era entristecer más a mi mujer.

Pilar estaba recostada de medio lado. Colocó un brazo bajo la cabeza, en un gesto tan personal y rutinario que no debería haberme sorprendido, y suspiró. Vestía un camisón azul, cuidadosamente elegido para la ocasión. Sin decir nada, me miró directamente a los ojos. Una mirada cargada de bondad, de inocencia, de resignación ante lo que le estaba pasando.

Y fue entonces, ante esa mirada, cuando tomé de inmediato una de las determinaciones posiblemente más dolorosas de toda mi vida, y decidí guardar un rotundo silencio sobre el tema, que se prolongaría tanto como me lo permitieran los futuros acontecimientos.

viernes, 13 de junio de 2008

Empieza el espectáculo


Pilar empezó a sentirse mal la noche del viernes 2 de Marzo de 2007. Habíamos cenado en casa de L... y J..., unos buenos amigos que no se destacan precisamente, como nosotros, por su frugalidad a la hora de preparar cenas, y achacó su malestar a algo que probablemente le había sentado mal o al exceso de comida. Vomitó un par de veces y tenía sudores fríos. No le dimos ninguna importancia al asunto. Tanto es así, que al día siguiente comenzó, desde por la mañana temprano, con los preparativos para la merienda-cena que íbamos a celebrar con la familia con motivo de los cuarenta nueve años que había cumplido el 28 de Febrero.

Estuvo bastante revuelta durante todo el día, hasta el punto de que nos planteamos suspender la cena. Después de comer y acostarse un rato, se levantó con más ánimo y decidió que no, que de eso nada, que ya había comprado un montón de cosas y que no se suspendía nada. Vino la familia, cenamos (la verdad es que ella más bien poco), y cuando terminó todo y volvimos a la cama, reaparecieron los vómitos y los sudores fríos. Al plantearle llamar a un médico o llevarla a urgencias, dijo lo de siempre, que no, que ya se le pasaría. Tuvimos una de esas pequeñas crisis que suelen darnos de vez en cuando en esos casos, en la que ella manifiesta a gritos su buena salud, mientras que a mi me dan ganas de darle un martillazo para llevarla al hospital aunque sea inconsciente. Así, entre que vamos y no me da la gana, se nos pasó la noche del sábado.

Al día siguiente amaneció bastante despejado. Decidí hacer un poco de patria y acercarme a la Cibeles a hacerle unas cuantas fotografías a la pobre mujer. Cuando terminé con la vena turística llamé a E..., una amiga común, y me acerqué a su casa a ver los desaguisados que unos cuantos desalmados le habían hecho en la fachada. Los abusones de la ITV de los edificios, ya se sabe. A eso de las doce y media ya estaba con E... mirando la fachada, cuando recibí la llamada que cambió nuestras vidas. Era Pilar, y dijo aquella frase que se ha quedado clavada en mi memoria para los restos:

- Vente para casa. Estoy manchando.

Así que dejé a la buena de E... con la palabra y el cigarrillo en la boca, prometiéndola, sin demasiada convicción, eso si, que volvería en cuanto pudiera. Ha pasado ya más de un año y todavía no he vuelto, pero supongo que E... habrá sabido disculparme. Motivos para la espantá no me faltaron, desde luego.

Cuando llegué a casa, apenas diez minutos más tarde, ya se había puesto en marcha el operativo familiar. Mis suegros ya estaban sentados en el sofá mirando la televisión. La previsora Pilar había preparado una bolsa con lo imprescindible, por si las moscas, y empujada sobre todo por la experiencia en este tipo de situaciones, ya estaba impartiendo instrucciones, tanto a los canguros como a Sergio, nuestro hijo.

Salimos y llegamos a la Clínica B... en menos de quince minutos. Circular por Madrid un domingo a esa hora puede suponer un auténtico placer de no ser por las circunstancias. Esperamos un rato a que viniera el médico de guardia. Pilar dejó una pequeña mancha de sangre en la silla de plástico. Cuando por fin apareció el médico, examinó rápidamente la zona afectada y extrajo una pequeña muestra de la masa que había observado previamente mediante una ecografía.

Estoy convencido de que en situaciones de emergencia como esta se desquicia ligeramente nuestro cerebro. Cuando se adelantó el nacimiento de Sergio y vinimos a este mismo lugar, la preocupación principal de Pilar era la de salir pronto para ir a la “pelu”, porque esa misma mañana se casaba un primo mío. En esta ocasión, yo estaba obsesionado con limpiar cuanto antes el “regalito” que Pilar había dejado en la silla. Cuando por fin conseguí que la enfermera que ayudaba al doctor me entregara un trozo de papel, salí dispuesto a retirar la mancha. Debía de haber como unas veinte sillas en aquella sala de espera, y dio la puñetera casualidad de que la única persona que había venido mientras Pilar era atendida, se sentó precisamente en la silla con la sorpresita incluida. Me guardé el papel en el bolsillo y volví a la salita.

El médico nos dijo que había que ingresarla, cosa que ya sospechábamos ante el caudal de sangre que surgió durante la exploración. Pedimos la habitación, subimos a la primera planta y nos dispusimos a pasar una jornada en la querida Clínica B... Nos dijeron que el doctor Ch..., el ginecólogo de Pilar, ya no hacía guardias desde bastantes años atrás, pero que ya estaba avisado y nos visitaría al día siguiente a primera hora. Bajé a comer un triste sándwich y una coca-cola. Mientras paseaba por aquellos pasillos, repletos de los ramos y centros florales que se les suele regalar a las madres que han dado a luz, recordaba, como si hubiera sucedido el día anterior, el nacimiento de Sergio, que se produjo hacía la friolera de doce años. Bastante diferente, la sensación de todo lo ocurrido en aquella ocasión, con las circunstancias que nos habían traído aquí hoy.

Aquella noche le pusieron un coagulante, para que pudiera dormir bien, y un calmante. Pilar se quejaba de dolor al sentarse, pero comió y cenó con toda normalidad. La tarde en la Clínica B... transcurrió monótona y sin novedad. E... vino a hacernos una visita, resignada ya a mi espantá de por la mañana, y el resto del tiempo paseábamos por el pasillo y mirábamos la televisión. Desde el pasillo nos llegaban las felicitaciones de los familiares a las mamás y el ruido de los cucos al moverse.

lunes, 9 de junio de 2008

A modo de presentación


Extraño título para un blog que habla de la lucha de una mujer por superar una enfermedad tan terrible como el cáncer. Hubiera sido más sensato llamarle “Lucha por la vida”, “Puedes superarlo”, “No te dejes vencer”... Pero “Acompañando a Pilar”... No parece tener mucho sentido, así que voy a tratar de explicar a que se debe esto. Difícilmente va a despertar el interés la palabra escrita si ya empezamos a cuestionarnos el propio título.

Es muy sencillo. Ni ella misma sabe que he creado este blog. Le comenté algo de pasada el otro día. Pienso que es posible que a mucha gente en su misma situación pueda venirle bien leer las aventuras que hemos vivido mi mujer y yo durante gran parte del año pasado y lo que llevamos de este. Para Pilar, mi mujer, y al final ha conseguido convencerme a mi de ello, no existen las medias naranjas, ni los medios kiwis, ni nada que se le parezca. El hecho de casarse, o no casarse, es absolutamente intrascendental. La gente no se une para formar una pareja indisoluble, o con objetivos vitales calculados de antemano. La gente se sumerge en el lío este de la convivencia simplemente porque existe una atracción, alimentada por una afinidad de criterios, de planteamientos culturales y vitales que coinciden en las dos personas. Si a esta atracción la condimentamos con un poco o un mucho de amor, según el caso, ya está formada la pareja. Hasta ahí, creo, todo el mundo de acuerdo.


La diferencia, lo que destaca nuestra relación de la de la mayoría de la gente que conocemos, es que ni Pilar es mi media naranja ni yo soy la media naranja de Pilar.

Hemos conseguido mantener una cierta independencia en nuestra vida, posiblemente motivada (posiblemente no: casi con toda seguridad) porque hemos sido muy independientes los dos desde nuestra más tierna infancia. Valoramos la individualidad, el propio criterio, por encima de todas las cosas, y eso nos ha permitido disfrutar, dentro de nuestro matrimonio, de una pequeña o gran parcela, según se quiera mirar, de intimidad e independencia de cada uno. Eso nos ha permitido, también, sobrellevar con entereza, e incluso con alegría, las largas separaciones que hemos tenido que soportar debido a mis desplazamientos por motivos laborales. Tenemos un amigo que declara convencido que hasta ahora hemos disfrutado del estado perfecto para toda pareja: durante la semana en otra provincia, y el fin de semana en casa. Así lo coges con más ganas, cuando estás en Madrid trabajando tampoco los ves, etc, etc. La verdad es que, debido a nuestra peculiar forma de ser, dedicábamos, durante los momentos libres que nos deparaba la semana, a cultivar nuestras aficiones sin posibles interferencias del otro o de las circunstancias que rodean una familia con un hijo de trece años. Pilar se apañaba perfectamente en la casa y yo me dedicaba por las tardes a los indeseables vicios de la lectura o la escritura.

Hablo en pasado, como podéis observar, porque debido a las circunstancias, y gracias a una rápida, eficaz e intachable gestión de la empresa para la que trabajo, pude volver a Madrid en el mes de Junio de 2007. Pilar fue operada de un tumor maligno en Marzo del mismo año, y posteriormente a la operación se sometió a sesiones de quimioterapia y radioterapia. De ahí la vuelta al hogar. En estos momentos, está de nuevo con la quimioterapia, ya que se le reprodujo el tumor a finales de marzo de este año.

Hasta tal punto hemos sido siempre independientes Pilar y yo, que jamás hemos pertenecido a ninguna asociación, ya sea lúdica, política, religiosa o de cualquier otro tipo. Hemos votado de todo, desde izquierdas hasta derechas, pasando por los ecologistas, y no nos hemos sentido representados nunca por nada ni por nadie. No hemos pasado ni por los boy-scouts, ni por los rockers ni por los mods. Tan mal nos miraban los de Rockola como los de Pachá, ya que nuestra forma de vestir ha sido siempre tan normal y anodina, que un primo mío la denominaba como “after-normal”, en un vano intento de catalogarla de alguna manera.

Declarar esto de la independencia me ha costado lo suyo, y comprendo que puede no caer demasiado bien, o incluso molestar, en una sociedad en la que lo primero que tienes que hacer es definirte, ponerte "al lado de..." si no quieres estar "en contra de...". Sé que esto de comprar un domingo el ABC, otro el Mundo y otro el País puede provocar serias controversias en el ánimo de muchos de los lectores que se asomen a esta páginas, pero prefiero declararlo desde el principio aun a riesgo de perder la mitad o más de los posibles lectores.

Somos unicamente dos personas que han decidido unirse en una aventura vital, que decidieron en un momento dado tener un hijo, valorando y sopesando todas las consecuencias de lo que puede suponer una decisión tan trascendental como esa, y que mantienen a toda costa, aún a riesgo de parecer insociables para un gran número de las personas de nuestro entorno, una parcela de independencia e individualidad que defienden a capa y espada contra viento y marea.


Por otro lado, no creo que exista nada más agradable, en estos tiempos de egocentrismo, de falta de solidaridad y de una manifiesta incapacidad para ponerte en el lugar del otro, que dedicarle unas páginas a la persona a la que quieres. Os puedo asegurar que la actual situación de Pilar ha influido para darnos cuenta de que existen en la vida cosas bastante más importantes que las que se consideran importantes hoy en día, como la riqueza, la fama o el prestigio social. Cada día para nosotros, desde el año pasado, ha sido como un regalo, y hemos aprendido a valorarlo como corresponde.


La idea es ir haciendo un poco de historia, desde los primeros síntomas, hasta que nos pongamos al día. No os preocupeis, porque los primeros que no queremos dramatizar somos Pilar y yo. Nos hemos tomado la situación con una entereza y un sentido del humor que sorprende a familiares y amigos, hasta el punto de que algunos empiezan a tacharnos de extraterrestres. No creo que los distintos episodios os resulten un peñazo insufrible. Al primero que no le apetece convertir esto en un culebrón lacrimoso es a mi. Todo lo contrario. Creo que escribir sobre el tema me ayuda a mantener la moral en buena forma.

Prefiero denominarme, pues, como un acompañante. Un acompañante de Pilar, mi mujer, y de Sergio, mi hijo. Un acompañante también, como no, de mi familia, de mis amigos, de mis compañeros. Un acompañante, en definitiva, en esta especie de aventura, a veces gratificante y en otras ocasiones no tanto, que es la vida.