viernes, 13 de junio de 2008

Empieza el espectáculo


Pilar empezó a sentirse mal la noche del viernes 2 de Marzo de 2007. Habíamos cenado en casa de L... y J..., unos buenos amigos que no se destacan precisamente, como nosotros, por su frugalidad a la hora de preparar cenas, y achacó su malestar a algo que probablemente le había sentado mal o al exceso de comida. Vomitó un par de veces y tenía sudores fríos. No le dimos ninguna importancia al asunto. Tanto es así, que al día siguiente comenzó, desde por la mañana temprano, con los preparativos para la merienda-cena que íbamos a celebrar con la familia con motivo de los cuarenta nueve años que había cumplido el 28 de Febrero.

Estuvo bastante revuelta durante todo el día, hasta el punto de que nos planteamos suspender la cena. Después de comer y acostarse un rato, se levantó con más ánimo y decidió que no, que de eso nada, que ya había comprado un montón de cosas y que no se suspendía nada. Vino la familia, cenamos (la verdad es que ella más bien poco), y cuando terminó todo y volvimos a la cama, reaparecieron los vómitos y los sudores fríos. Al plantearle llamar a un médico o llevarla a urgencias, dijo lo de siempre, que no, que ya se le pasaría. Tuvimos una de esas pequeñas crisis que suelen darnos de vez en cuando en esos casos, en la que ella manifiesta a gritos su buena salud, mientras que a mi me dan ganas de darle un martillazo para llevarla al hospital aunque sea inconsciente. Así, entre que vamos y no me da la gana, se nos pasó la noche del sábado.

Al día siguiente amaneció bastante despejado. Decidí hacer un poco de patria y acercarme a la Cibeles a hacerle unas cuantas fotografías a la pobre mujer. Cuando terminé con la vena turística llamé a E..., una amiga común, y me acerqué a su casa a ver los desaguisados que unos cuantos desalmados le habían hecho en la fachada. Los abusones de la ITV de los edificios, ya se sabe. A eso de las doce y media ya estaba con E... mirando la fachada, cuando recibí la llamada que cambió nuestras vidas. Era Pilar, y dijo aquella frase que se ha quedado clavada en mi memoria para los restos:

- Vente para casa. Estoy manchando.

Así que dejé a la buena de E... con la palabra y el cigarrillo en la boca, prometiéndola, sin demasiada convicción, eso si, que volvería en cuanto pudiera. Ha pasado ya más de un año y todavía no he vuelto, pero supongo que E... habrá sabido disculparme. Motivos para la espantá no me faltaron, desde luego.

Cuando llegué a casa, apenas diez minutos más tarde, ya se había puesto en marcha el operativo familiar. Mis suegros ya estaban sentados en el sofá mirando la televisión. La previsora Pilar había preparado una bolsa con lo imprescindible, por si las moscas, y empujada sobre todo por la experiencia en este tipo de situaciones, ya estaba impartiendo instrucciones, tanto a los canguros como a Sergio, nuestro hijo.

Salimos y llegamos a la Clínica B... en menos de quince minutos. Circular por Madrid un domingo a esa hora puede suponer un auténtico placer de no ser por las circunstancias. Esperamos un rato a que viniera el médico de guardia. Pilar dejó una pequeña mancha de sangre en la silla de plástico. Cuando por fin apareció el médico, examinó rápidamente la zona afectada y extrajo una pequeña muestra de la masa que había observado previamente mediante una ecografía.

Estoy convencido de que en situaciones de emergencia como esta se desquicia ligeramente nuestro cerebro. Cuando se adelantó el nacimiento de Sergio y vinimos a este mismo lugar, la preocupación principal de Pilar era la de salir pronto para ir a la “pelu”, porque esa misma mañana se casaba un primo mío. En esta ocasión, yo estaba obsesionado con limpiar cuanto antes el “regalito” que Pilar había dejado en la silla. Cuando por fin conseguí que la enfermera que ayudaba al doctor me entregara un trozo de papel, salí dispuesto a retirar la mancha. Debía de haber como unas veinte sillas en aquella sala de espera, y dio la puñetera casualidad de que la única persona que había venido mientras Pilar era atendida, se sentó precisamente en la silla con la sorpresita incluida. Me guardé el papel en el bolsillo y volví a la salita.

El médico nos dijo que había que ingresarla, cosa que ya sospechábamos ante el caudal de sangre que surgió durante la exploración. Pedimos la habitación, subimos a la primera planta y nos dispusimos a pasar una jornada en la querida Clínica B... Nos dijeron que el doctor Ch..., el ginecólogo de Pilar, ya no hacía guardias desde bastantes años atrás, pero que ya estaba avisado y nos visitaría al día siguiente a primera hora. Bajé a comer un triste sándwich y una coca-cola. Mientras paseaba por aquellos pasillos, repletos de los ramos y centros florales que se les suele regalar a las madres que han dado a luz, recordaba, como si hubiera sucedido el día anterior, el nacimiento de Sergio, que se produjo hacía la friolera de doce años. Bastante diferente, la sensación de todo lo ocurrido en aquella ocasión, con las circunstancias que nos habían traído aquí hoy.

Aquella noche le pusieron un coagulante, para que pudiera dormir bien, y un calmante. Pilar se quejaba de dolor al sentarse, pero comió y cenó con toda normalidad. La tarde en la Clínica B... transcurrió monótona y sin novedad. E... vino a hacernos una visita, resignada ya a mi espantá de por la mañana, y el resto del tiempo paseábamos por el pasillo y mirábamos la televisión. Desde el pasillo nos llegaban las felicitaciones de los familiares a las mamás y el ruido de los cucos al moverse.

2 comentarios:

Charo Bolivar dijo...

Hola amigos, aquí estoy, entre libros y apuntes pero no me pierdo vuestros mensajes. contad conmigo como lectora audaz, voy a poneros en mis feevys para que me avise cada vez que actualicéis el blog.

Un beso para los dos.

Anónimo dijo...

Gracias, amiga. Sabes que tu opinión es muy importante para mi. Espero que saques esas supernotazas que te mereces, y que en uno de esos alardes didácticos tuyos con este "monstruo" (pero monstruo literal) de la informática, me expliques que narices es eso de los feevys, que me puede interesar.