domingo, 12 de octubre de 2008

No pudo ser

No pudo ser. Cuando estábamos todos casi convencidos de que Pilar iba a conseguir por fin vencer en esa lucha que mantenía con el cáncer, sobre todo después de la operación a la que fue sometida el pasado día 8 de septiembre, una metástasis fulminante, que se desarrolló en apenas unas horas (no sabemos exactamente si unas horas o unos días), hizo que dejara de respirar el día 29 de septiembre, al filo de las 18:30 de la tarde. A los que estuvimos allí con ella hasta el último momento, su madre, mi padre, su prima Asun y yo mismo, nos queda al menos el consuelo de que no sufrió nada, en ningún momento. Cuando empezó a respirar ligeramente mal, le pusieron una sedación que consiguió que muriera de una forma serena, indolora, como si se hubiera quedado dormida.

Esta es por tanto la última entrada de un blog que era de ella, que tenía sentido mientras estaba con nosotros, pero que lo pierde ante lo que ha ocurrido. Lo siento profundamente por todas aquellas personas que veían el blog como un canto a la esperanza, al optimismo, a la lucha, a la fe en la vida, porque aunque durante todo este tiempo lo ha sido, y aunque a mi me gustara que esta última entrada también lo fuera para todos los que conocimos a Pilar, comprendo que hay personas que no van a tomárselo así. A los que sufrís o habéis sufrido la enfermedad, creo que os va resultar muy duro leer en esta entrada que Pilar ha fallecido, pero quiero deciros también que el tipo de cáncer que tenía Pilar era de los más terribles y devastadores que se suelen dar, y que aún así, su lucha la llevó a disfrutar durante un año y medio de su familia, de sus amigos...De su vida, en definitiva. He escuchado varias veces a lo largo de estos días “tanta lucha, y al final...”. No comparto ese punto de vista. La lucha de Pilar la llevó a superar durante el primer año un cáncer terrible, y a vencer como si nada un tumor en el pulmón de tres centímetros de diámetro. Ha tenido muy mala suerte durante la tercera batalla, pero poco antes de fallecer, apenas dos meses antes, disfrutamos todos (Pilar, Sergio, mi hermana Laura, Javier, mi cuñado, Adrian y Héctor, mis sobrinos) de un viaje a Alemania en el que Pilar se lo pasó en grande, haciendo lo que más le gustaba, que era viajar. Durante un año y medio ha mantenido una fortaleza de espíritu y una alegría que otras personas, en sus circunstancias, no habrían conseguido mantener. Durante el último año y medio nos ha dado, a su familia y a sus amigos, una lección de vida, de lucha y de filosofía vital que permanecerá con nosotros a lo largo de toda nuestra vida. No creo que haya luchado Pilar “para nada”. El cáncer se la ha llevado finalmente, pero la huella de su fuerte personalidad perdurará entre nosotros durante mucho tiempo. El dolor es terrible, pero pasará, y todos los que la hemos tratado saldremos más fortalecidos, más luchadores, mejores personas, en definitiva. Nos queda el consuelo de que ha conservado la sonrisa y el sentido del humor hasta el último día, de que nos ha abandonado de una forma sencilla, sin estridencias, tal y como ella acostumbraba a hacerlo todo.

El lunes por la noche, y el martes, en el tanatorio, hasta la incineración en la Almudena a las siete de la tarde, se vieron muchas lágrimas, mucho dolor, mucho desgarro. La familia comentaba, algunos días después, que nunca habían visto llorar a tanta gente por una persona fallecida. Familiares, amigos, compañeros míos de trabajo... Y también los dueños de la pastelería, la peluquera de toda la vida, vecinos, incluso los amigos que me llamaron por teléfono ese día y durante varios días después... Durante la ceremonia que se celebró en el tanatorio por la tarde, se llenó la capilla, bastante grande por cierto, algo que yo nunca había visto en ningún otra ceremonia de esas características. No puedo comparar, porque nunca he vivido un fallecimiento con tanta carga emocional para mi como el de Pilar.

El día del funeral, el pasado jueves 9 de octubre, estuvimos también acompañados por un gran número de personas. Tanto Sergio como yo habíamos empezado esa semana, él el colegio y yo el trabajo, y la actividad ayuda a que la cabeza esté ocupada en otras cosas. Nos mantuvimos juntos en el pasillo central de la Iglesia, recibiendo los saludos y abrazos de parientes, amigos, vecinos y compañeros, tanto míos como suyos. Haber pasado ese momento al lado de mi hijo, que se mantenía con una entereza y una fortaleza dignamente heredada de Pilar, supuso para mi un enorme privilegio. Los padres de Pilar, que han sufrido lo indecible desde que le diagnosticaron el cáncer a su única hija, estaban también con nosotros, y también muy enteros, aunque en uno de los laterales de la Iglesia. Al verles a ellos, a Sergio, a mis propios padres, a mis hermanos y a los familiares de Pilar más cercanos, con esa entereza, con esa paz y con esa fortaleza de espíritu, me di cuenta de que el inmenso dolor que habíamos sentido unos días antes estaba empezando a remitir, a ceder su lugar al recuerdo. Supe en ese momento que Pilar estaba allí, en la iglesia, mirándonos a todos los que estábamos allí congregados en su honor, y pensaba “¿pero porqué estáis todos tan serios?. Por el amor de Dios, sonreíd un poco, que tenéis cara de funeral...”. Es lo que a ella le habría gustado, y eso es algo que llevo practicando en mi vida cotidiana con verdadera intención durante todo el tiempo que llevo sin ella. “Es lo que a ella le habría gustado”.

¿Qué era exactamente lo que más apreciábamos en Pilar los que la conocíamos?. Es algo que me he preguntado muchas veces a lo largo de estos últimos años. Independientemente de que yo la quisiera, algo que indiscutiblemente influye, muchas veces me planteaba qué era de ella lo que podía atraer a los demás. Pilar no era precisamente un dechado de belleza física (yo tampoco, que conste, aunque los dos gozáramos de una gran belleza interior), pero tenía una facilidad enorme para caer bien a la gente. ¿Porqué?. Por varias razones, que se concatenan para formar una personalidad importante, atrayente, sugerente y de la que aprender. Una personalidad en la que lo más importante era eso, su fuerte personalidad, su riqueza interior, guardada en una “cáscara”, como decía ella, que no era importante. “Lo importante es lo de dentro”, repetía siempre. Pilar atraía porque era, en primer lugar, inmensamente respetuosa con todo el mundo. Es una frase que también se ha escuchado mucho a lo largo de estos días. “Es que Pilar no hablaba mal de nadie”. Es verdad, os lo juro. Ni siquiera en la intimidad. A veces me afeaba la conducta cuando yo criticaba la actitud de algún conocido.

Ese respeto a los demás la llevaba a la tolerancia, otra de sus características. “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Es una frase de Voltaire, que algunos conocéis porque la utilizo en algunos foros en los que participo. Es plenamente aplicable a Pilar, hasta el punto de que podría ser suya. Pilar era tolerante hasta el punto de que consiguió reunir en su despedida a ateos, agnósticos, protestantes y hasta a algún musulmán. Esto no deja de ser una tontería, porque a la hora de despedir a alguien todo el mundo está ahí, pero que Pilar era tolerante está demostrado, y todos los que la conocíais sabéis de sobre que es así.

Pilar era también una persona completamente autónoma. Durante muchos años he estado trabajando fuera de nuestro hogar, y en ningún momento se ha resentido la familia, sino más bien todo lo contrario. Eramos capaces de conservar cada uno nuestra parcela de individualidad, incluso estando juntos, algo que mucha gente de nuestro entorno admiraba profundamente.

¿Qué era, pues, resumiendo, lo que atraía de ella?. Hablo por mi, y creo que estoy en lo cierto: su bondad. Su infinita bondad. Pero no una bondad pacata, no, de esa que se relaciona con la tontería. Los que la conocíais directamente sabéis de sobra que Pilar era buena, pero que no tenía un pelo de tonta. Poco a poco, silenciosamente, sin estridencias, con entereza y con una fortaleza digna de los titanes de la antigüedad, Pilar ha conseguido lo que se había propuesto en esta vida. Una vida plena, una familia que la adoraba, una casa completamente decorada a su gusto, un entorno, en fin, verdaderamente ejemplar. Un entorno que ella manejaba con una soltura admirable, con una fortaleza digna de elogio, y con una inteligencia que se salía de lo normal. Y todo lo consiguió ella, que conste, poniendo yo de mi parte, por supuesto, pero siempre bajo su dirección. Pilar ha hecho lo que siempre ha querido hacer. No hemos vivido con grandes lujos, ni nos hemos obsesionado por conseguirlos (otra característica de Pilar: la absoluta falta de envidia hacia cualquier cosa material), pero todos los años hacíamos varios viajes, que como ya he dicho antes, era lo que más le gustaba. De vez en cuando se daba un capricho, algún bolso, un vestido o unos zapatos bonitos. Sergio es un niño (ya está dejando de serlo) que jamás nos ha dado ningún problema, que hasta el momento está demostrando ser un digno hijo de su madre, respetuoso, maduro, inteligente, y con una característica nueva que nos está demostrando estos días: su fortaleza, calcada de la que tenía su madre. ¿Qué más se puede pedir?. Como decía el sacerdote en la ceremonia del tanatorio, hay personas que viven más años, pero no por eso quiere decir que hayan tenido una vida plena. Pilar la ha vivido, y aunque a todos nos hubiera encantado que hubiera seguido entre nosotros durante bastantes años más, el balance final ha sido muy positivo.

He escuchado otras frases durante todos estos días que me han dado también bastante que pensar. “La vida es injusta”, “con tanto cabrón como anda suelto, le ha tenido que tocar a ella”... Y otras del mismo estilo. Algunos creyentes de nuestro entorno han llegado incluso a planearse la existencia de Dios. Es cierto. Puede verse desde ese punto de vista. Ya sabéis que Pilar y yo teníamos nuestras ideas más o menos al respecto, pero que en cualquier caso respetábamos las de todo el mundo, y hasta para los creyentes que han dudado, para los de los “cabrones que andan sueltos”, podría buscarse un argumento. Haced un ejercicio de imaginación. Puede que exista un Dios, y que esté allí arriba, el hombre, con su barba blanca, viendo a Pilar todos los días, y que un buen día se le ocurra una idea. “¿Qué hace esa joya de persona en medio de ese mundo de miserables?. Me la voy a traer para aquí arriba, a ver si me pone un poco de orden en este circo”. ¿Porqué no podría ser así?. El pensamiento es libre, amigos, y seguro que cada uno, buscando un poco, encuentra una explicación a algo que parece no tenerla. Las hay para todos los gustos, o no hay ninguna. Como queráis.

Así que nada, ha llegado la hora de despedir el blog. Lamento que esta última entrada no haya tenido el aire festivo y jovial que solían tener todas, pero estoy seguro de que lo comprenderéis. A los que no habéis conocido personalmente a Pilar, espero que os hayáis podido hacer una idea, aunque minúscula, con este blog. Insignificante, comparado con la riqueza de su personalidad y su trayectoria vital, sobre las que podrían escribirse varias enciclopedias, pero sincero y revelador en algunas ocasiones. A los que la habéis conocido y la habéis llorado junto a mi durante estos días...Pues nada, ¿qué queréis que os diga?. Que tratéis de imaginaros a Pilar, como ya lo estoy empezando a hacer yo, con esa inconfundible voz que ponía cuando nos echaba una regañina, diciéndonos, desde esté donde esté: “¿Pero es que vais a seguir llorando mucho tiempo?. Venga, so vagos, poneos ya a poner en práctica todo lo que os he enseñado a lo largo de mi vida”. Y es verdad. Nos ha dado una lección de vida tan enorme, que no sé si llegaremos algún día a aprobar el examen con la matrícula de honor con lo que lo ha hecho ella. Deciros también que Pilar sigue con nosotros, y que está en Sergio. Su forma de actuar me recuerda cada vez más a la de su madre.

Quiero agradecer la inmensa ayuda y apoyo que he recibido, durante la última fase de la enfermedad, de una persona que participa en varios foros, a la que no conozco personalmente, pero que me ha enviado mensajes privados que me han ayudado a sobrellevar la carga con entereza y una gran carga de sensibilidad. Me refiero a Blanca Miosi, gran escritora y mejor persona. En este mismo sentido, agradecer a Corazonacar, Charo Bolívar y Andrés Pons, además de a todos los amigos de la página de Yoescribo, su ayuda también, con mensajes, apoyo, consejos y hasta palabras en la radio por parte de Andrés. Y a tantos y tantos amigos, familiares y compañeros, que habéis estado a mi lado, llorando conmigo, en estos terribles momentos de dolor, gracias, gracias y mil veces gracias.

Víctor, amigo, algún día nos beberemos una botella de tequila en homenaje a Pilar, no te quepa duda. Carmen, Pilar sigue siendo en nuestros corazones “la mujer que corre con los lobos”. El blog comenzó con esa frase tuya, tan emotiva, tan sugerente, y justo es que termine con otra, la frase que me has regalado de Bourdakian, que también me ha llegado al corazón, y que me has enviado estos últimos días. Me parece lo más acertado para finalizar, y es realmente lo que quiero que hagáis todos:

“No llores porque las cosas han terminado; sonríe porque han existido”.

Un fuerte abrazo a todos, y un beso para ti, Pilar.



viernes, 19 de septiembre de 2008

Cucurrucucú, otra vez la Paloma


La decisión está tomada. El mismo lunes 18 de Febrero llamamos a S... para quedar con el, y nos emplaza para el día siguiente, a la misma hora. Se presenta como la primera vez, vestido de paisano, a las cuatro de la tarde. Mientras bajamos con el la escalera que conduce a las consultas provisionales, nos suelta de sopetón que piensa operar a Pilar el martes siguiente, 26 de Febrero.

Ya en la consulta, nos explica en qué consiste la operación, de una forma clara, diáfana y muy sencilla, para que dos profanos en la materia como Pilar y yo podamos entender perfectamente el proceso. La operación tiene que hacerse en la máquina de TAC, que lleva varios días estropeada. “¿Habrá que trasladar todo el quirófano a la sala de TAC?”, pregunto, con toda mi inocencia. “No, no. Todo lo que yo llevo cabe en un maletín”, nos dice S... Cuesta imaginarse al hombre del maletín salvando vidas con tan poco bagaje, pero esa es una muestra más de que las ciencias, y en especial la cirugía, han dado un salto cualitativo de un tiempo a esta parte de bastante envergadura.

Pilar será sedada, o anestesiada mediante epidural, en función de lo tranquila que esté. En este sentido nos quedamos bastante tranquilos, porque ya sabemos que Pilar se enfrenta a las operaciones del mismo modo en que saca una entrada de cine, es decir: con absoluta tranquilidad. Tendrá que levantar el brazo para que el omoplato se coloque fuera de la trayectoria de la aguja, ya que piensa hacerlo desde atrás. La aguja libera en su punta una serie de electrodos, en forma de paraguas, que abrazan el tumor y, literalmente, lo fríen. Al parecer, es un proceso muy similar al que ocurre en el interior de un microondas. Durante una temporada, el tumor crecerá ligeramente -eso es importante que lo sepáis, porque cualquiera que lo vea puede pensar que está creciendo, cuando en realidad es el proceso que sufre todo cuerpo al calentarse-, de forma parecida a como lo hace la cicatriz de una quemadura, y luego, simplemente, permanecerá inactivo para siempre jamás. Así de sencillo, y así de complicado. Si todo sale bien, en un par de días la mandará a casa, y si la situación se tuerce, que a veces ocurre, con la aparición de un neumotórax, provocado por la posible rotura de la pleura que puede causar la aguja, a lo sumo un par de días más.

Las perspectivas nos parecen bastante halagüeñas. Seguimos hablando con S... de diversos aspectos, entre ellos los económicos, y después salimos. Pilar está muy animada. Por fin se ha desvelado el misterio. S... nos dice que nos confirmará el jueves la hora de ingreso para el martes siguiente, y que hablará con G... para que gestione dicho ingreso.

La semana transcurre sin novedades. El jueves pasa, y S... no llama. El viernes le localizamos, y nos dice que acaban de arreglar el TAC. El lunes nos confirmará la hora de ingreso.

El lunes nos llama por la tarde, y nos dice que vayamos al día siguiente a la Paloma, pero que no sabe la hora porque todavía no ha hablado con G... A eso de las 11:00 del martes decidimos ir a la Paloma y hablar directamente con G... Cuando estamos llegando, nos llama para decirnos que vayamos. Ya estamos allí, para su sorpresa. “Coño, que rápidos sois”, nos dice. El mismo G... en persona se encarga de enviar el fax a la compañía para notificar el ingreso. En el parte que firma Pilar, donde pregunta el tipo de intervención a realizar, G... nos dice que pongamos “extirpación de metástasis”, algo que nos suena francamente mal, pero que no deja de ser la realidad de la naturaleza de la intervención a la que Pilar se va a someter esa misma tarde.

Nos asignan la habitación 315, justo enfrente del colegio de niños mundi. Desde el balcón se tiene una visión muy buena del patio y de las clases. Lo malo es, precisamente, que las habitaciones con balcón, al menos las de ese lado, no disponen de sofá, sino de un mueble cama que te obliga a sentarte en una de las dos sillas, bastante incómodas, por cierto. Y así, esperando a la hora prevista, las cuatro de la tarde, se nos pasa la mañana.

Resulta curiosa la profundidad de análisis que te proporciona una situación contemplativa forzada. Apenas dos horas antes estábamos Pilar y yo sumergidos en la vorágine de los preparativos, de la logística familiar, de la bolsa con todo lo necesario para pasar un par de días en la clínica, entre ropa, cosas de aseo y demás, de los informes, de las últimas indicaciones a sus padres...Veníamos en el coche con la incertidumbre del ingreso, de si iba a ser posible, con nervios...Y de repente, todo eso termina de repente. Tenemos por delante todavía cuatro horas hasta el momento de la intervención, en las que ni siquiera nos podemos plantear bajar a la cafetería a tomar algo, ya que Pilar tiene que permanecer en ayunas. La cabeza se relaja ante el exceso de tiempo, y se dedica a observar un entorno que pasaría completamente desapercibido de estar en otras circunstancias. Así, asistimos, como si de una película se tratara, al cordial diálogo, en la calle, entre el gorrilla de turno y la chica que controla los tickets de la hora. Nos imaginamos una charla sobre cierto vehículo, al que la chica quiere ponerle una multa, mientras que el gorrilla parece tratar de convencerla de que se juega el prestigio, porque le ha prometido al dueño del coche que no hace falta ponerle ticket de aparcamiento, que el euro se lo de a el y que ya se encargará de que no le multen.

Asistimos también al recreo de los mayores en el colegio de enfrente, a esas niñas de quince o dieciséis años que rodean al anciano profesor, y parecen pedirle explicaciones de porqué ha puesto esas preguntas tan difíciles en el examen. El profesor se encoge de hombros, en parte avergonzado, y en parte apabullado ante el frontal ataque de sus alumnas. No cabe duda de que la imaginación también juega su papel en estas situaciones. Tanto a Pilar como a mi se nos ocurren peregrinas explicaciones para cada cosa que vemos.

Mientras esperamos, vamos recibiendo besos y saludos de todas las enfermeras de la planta tercera de La Paloma. Inexplicablemente, todas se acuerdan de Pilar, a pesar de que haya transcurrido un año desde la operación. Algunas vienen a verla a la habitación simplemente para interesarse por su estado, sin ningún otro motivo.

Al filo de las cuatro, llega la madre de Pilar, y un poco después, el doctor S.... Cuando se va, mi suegra comenta que es muy joven, y le decimos que si, que es muy joven, pero que nos da la impresión de que sabe muy bien lo que hace. A las 16:15 bajan a Pilar. Uno de los celadores dice que en silla de ruedas, pero al otro le ha dicho el propio S... que la bajen en la cama, ya que la subida va a ser un poco más dura. El celador, que insiste en bajarla en silla de ruedas, dice “pero si se va a hacer un simple TAC”, a lo que le respondo que no, que no es un simple TAC, sino una operación que tiene que hacerse a través de la máquina del TAC. A pesar de que pone cara de circunstancias, accede finalmente a bajarla en la cama. S... me ha dicho que me quede en la habitación, que ya me irá informando.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Noticia de rabiosa actualidad


Como ya sabéis casi todos los fieles seguidores de este blog, el mismo recoge la narración de las distintas fases en las que se está desarrollando la enfermedad de Pilar, mi mujer, con todo lo que ello conlleva, tanto a nivel humano, como sentimental, como científico incluso, en algunas ocasiones. En estos momentos, por aclarar un poco las ideas de los que no las tengan tan claras, estoy contando la segunda fase, la operación de un pequeño tumor que se le detectó mediante un PET en Enero de este mismo año, y que se operó, muy satisfactoriamente, el 26 de Febrero con la técnica de la radiofrecuencia, que literalmente “frió” el tumor hasta dejarlo inoperante.

Pues bien. Poco después comenzó la tercera fase, a finales de marzo, con la recidiva del tumor principal, otra vez en la zona pélvica. Resultaba inexplicable que el PET de enero no lo detectara, a lo que el oncólogo nos dijo que un leiomiosarcoma resulta de tan rápido crecimiento que a veces es incontrolable. Pilar se sometió entonces a un tratamiento con quimio para reducir el tumor y hacerlo operable, ya que en Marzo no lo era porque estaba encajado en una zona de difícil acceso de la que había que desencajarlo. Todo culminó este lunes, día 8 de Septiembre, con una larga operación que resultó feliz en su desenlace, ya que el cirujano, el famoso doctor G..., consiguió sacar una masa de dos kilos y medio, y de paso colocarle a Pilar la hernia que arrastraba desde la operación del año pasado.

El siguiente paso es someter a Pilar a unas cuantas sesiones de quimio, mucho más “light” que las que ha sufrido hasta ahora, para asegurarnos de que se elimina cualquier posible resto del leiomiosarcoma. Es decir, y resumiendo: que en estos momentos estamos empezando a ver la luz al final del túnel de una tercera fase que comenzó, como ya dije, a finales de Marzo del año pasado. Como anécdotas más singulares, deciros que el primer síntoma de este tercer alien surgió un día antes de la boda de mi hermano, y que la operación se realizó un día después del quince aniversario de nuestra propia boda. Cosas de las fechas, que a veces se conjugan para jugar un poco con nosotros. Otra anécdota curiosa: el mismo día que operaron a Pilar, el 8 de Septiembre, entraba en la Clínica de la Paloma el torero Cayetano Rivera, a raíz del encontronazo con un toro que le había golpeado el miércoles anterior. No creo que haga falta contaros como estaban todas las enfermeras de la Clínica con el amigo Cayetano y sus ojos verdes.

Todas estas anécdotas y muchas más que han salpicado esta tercera fase irán apareciendo en el blog una vez que termine con la fase de la radiofrecuencia. Como ya comenté al principio de esta página, la idea es contar la historia de Pilar desde el principio, e ir añadiendo capítulos hasta que nos pongamos al día, situación para la cual creo que ya falta bastante poco.

Esta entrada sirve para dos cosas: en primer lugar, para aclarar las posibles dudas de personas que se hayan incorporado recientemente al blog, y piensen que lo que se cuenta en el mismo es de actualidad, cuando la realidad es que todavía se están relatando circunstancias del pasado.

En segundo lugar, y la más importante, porque me apetecía compartir con todos vosotros estos momentos de inmensa felicidad ante la exitosa operación a que se ha sometido Pilar y a su rápida mejoría, que os puedo asegurar que está resultando espectacular. La habitación se llena todos los días con los saludos de la gran parte de las enfermeras de la Clínica la Paloma, sorprendidas ante la fortaleza de espíritu, la presencia de ánimo y el sentido del humor de la protagonista de este blog. Y pasarían más tiempo con nosotros en la habitación de no ser por la presencia de Cayetano, claro, que levanta pasiones en las enfermeras de todas las edades.

Un saludo, amigos. En la siguiente entrada retomaré la narración de la operación por radiofrecuencia.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Buenas impresiones


El martes de la semana siguiente nos llama Garzón, para decirnos que ha concertado una cita con Sa... y con nosotros al día siguiente. Ese mismo día nos llama el propio Sa..., y nos cita en la Paloma para el miércoles por la tarde, a eso de las cuatro.

El día señalado estamos Pilar y yo como un clavo en la recepción de la Paloma. Hacemos, como siempre, las elucubraciones de rigor cada vez que entra alguien por la puerta principal, que un miércoles, y a esa hora, es un continuo hervidero de gente. “Mira, ese es”, le digo a Pilar cuando veo que entra un hombre mayor, muy bien vestido, con aspecto de dandy. Pero no, ese no es, ya que se dirige directamente a los ascensores. “No, no, es ese”, dice Pilar al ver a otro hombre grueso y sudoroso, que lleva un maletín en la mano, y que se dirige directamente a la cafetería. “No, mujer. Ese tiene el típico aspecto de un visitador médico”. Inmersos en ese jueguecito inocente, se nos van pasando los minutos tranquilamente, hasta que los minutos se convierten en una hora, y el bueno de Sa... sin venir. “Se le habrá olvidado”, dice Pilar. “Voy a cambiar el papelito del coche, por si acaso”, digo yo, y cuando salgo por la puerta, veo que entra un hombre muy joven vestido de “correcto sport”, que dirían los que siguen la moda. “Mira que si es ese...Pero no puede ser. Es demasiado joven”.

Una vez consumada mi humilde contribución a engordar las arcas del Ayuntamiento de Madrid, regreso al vestíbulo, y me encuentro a Pilar, para mi sorpresa, charlando animadamente con el joven que se había cruzado conmigo. Me presento, se presenta. Me parece incluso más joven que yo. No creo que tenga más de treinta y cinco años. Se disculpa por haber llegado tan tarde, pero le ha surgido un problema y no ha podido llegar antes. No importa. El caso es que se haya presentado. Nos pide que le sigamos. Bajamos al sótano, a una zona que no conocíamos, y abre una consulta que parece como de comodín, para los médicos ambulantes, suponemos. Sa... no va vestido de médico, ni lleva papeles, ni maleta, ni nada de lo que se supone que debe llevar un médico. Observa cuidadosamente a Pilar, su aspecto, su posible edad. Su mirada es inquisitiva, profunda, de gran conocedor de enfermos. Después de charlar un rato de temas intrascendentales, nos sumergimos de lleno en el asunto que nos ha traído a verle.

Sa... nos dice que ha estudiado a fondo el informe que le ha pasado G..., el cirujano, y que encuentra muy factible la operación por radiofrecuencia. El bulto tiene el tamaño adecuado, está en una zona a la que se puede llegar muy fácilmente por la espalda, está muy definido, muy encapsuladito y muy preparado, puñetero de el, para que lo frían sin ninguna consideración. Nos vuelve a explicar de una forma más detallada el tema de la aguja que se abre en forma de paraguas, y nos confirma el precio de la operación, que como ya dije en la entrada anterior no nos parece demasiado elevado para lo que supone a la hora de eliminar el tumor.

Y es después de todo eso, cuando el bueno del doctor Sa... nos da un chute de entusiasmo, una subida de adrenalina y de moral, cuando se dirige a Pilar y le dice, con toda la sinceridad del mundo:

-De todas formas, Pilar, quiero que consideres también la posibilidad de una intervención tradicional, hecha por un cirujano torácico. Tu bulto no es peligroso, está en una zona muy sencilla de operar, eres muy joven, y no tienen porqué aparecer complicaciones. Prefiero que habléis con algún cirujano de este tipo antes de tomar la decisión de que te opere yo. Una vez que hayáis valorado todas las posibilidades, volvemos a hablar, pero quiero que si recurrís a mi solución estemos todos convencidos de ello.

Una sinceridad difícil de encontrar hoy en día. Ese tipo de sinceridad que hace que, cuando Pilar y yo salimos de la consulta, aparte de estar felices porque el tumor es una mierdecilla a los ojos de Sa..., hayamos tomado prácticamente la decisión de someternos a la radiofrecuencia.

Los pasos siguientes son los tradicionales. Quedamos con S..., el oncólogo, para comentarle la jugada, a lo que el nos dice que ya ha hablado con G..., el cirujano, y que le parece perfecto (cuando nosotros queremos salir, estos dos, G... y S..., ya han llegado. A veces pensamos que viven juntos). S... nos recomienda a un cirujano torácico, bastante bueno según el, y después de darnos su patriarcal bendición (no puedo colocar fotos de S... en el blog, entre otras razones por respeto a su intimidad y a su persona, pero no os resultaría nada difícil, conociéndole, imaginároslo subido a un púlpito de mármol impartiendo bendiciones).

Creo que fue ese mismo viernes, o al viernes siguiente, cuando conseguimos cita con el cirujano torácico que nos había propuesto S.... Amigos, si la consulta con Sa... había resultado luminosa, esclarecedora y optimista, la consulta con ese par de médicos resultó sombría, deprimente y gusanil (gusanil es la capacidad que tienen algunas personas para hacer que te creas un auténtico gusano). Después de revisar el cirujano y su ayudante los informes y el PET, nos dijeron que sí, que no había problema, que el tumor se podía operar. Que la operación era sencilla, y que una vez que abrían, ellos miraban toda la zona, y que si detectaban más bultos, por pequeños que fueran, los sacaban también.

-Si tenemos alguna duda, extirpamos el ventrículo superior entero del pulmón, para asegurarnos.

Pilar y yo nos mirábamos algo desconcertados. Nos dio la sensación de que le iban a quitar, de entrada, el ventrículo superior, sin más.

-No pasa nada. Se pierde un cuarto de capacidad pulmonar, pero si no se hacen grandes esfuerzos, no se nota –añadía el ayudante quitándole importancia al hecho de tener un cuarto menos de capacidad pulmonar.

-Hombre, podría ocurrir que se complicara la cosa, y tendríamos que quitar el pulmón entero, pero no parece el caso. El tumor está muy encapsuladito y muy aisladito –en esto al menos coincidieron con Sa...-. Eso si –siguió hablando el cirujano principal-. Hay que hacerlo cuanto antes, sin pérdida de tiempo, y antes hay que hacer unas pruebas, de capacidad, radiografías, y todo eso. Tienen que tomar la decisión hoy mismo, para que mañana les hagan las primeras pruebas.

Pilar y yo nos miramos un poco desconcertados. Aquello estaba empezando a convertirse en una reunión de multipropiedad, en la que no te dejan escapar hasta que no firmas o te has tragado un rollo de una hora y media.

-Bueno –dije yo con un hilo de voz-. La verdad es que nos lo queremos pensar. La radiofrecuencia también nos gusta bastante.

-Bueno, si, la radiofrecuencia. Nueva técnica. Bueeeeenooo...

-Nos han dicho que siempre nos queda la posibilidad de operar con radiofrecuencia y recurrir después, si la cosa va mal, a la cirugía tradicional.

Aquel hombre levantó las manos con gesto de fastidio.

-Bueeenoooo. Eso habría que verlo. Nosotros probablemente no podríamos hacernos cargo de algo que ha operado otra persona por un método diferente al nuestro.

Estaba claro. Le pedimos tiempo para pensarlo, y salimos de allí. No hizo falta ni que dijéramos nada. Tanto Pilar como yo nos habíamos decidido, por méritos ajenos en este caso, a utilizar la radiofrecuencia. Habíamos asistido, como testigos mudos, al enfrentamiento entre lo tradicional y lo moderno, entre la tragedia y la comedia, entre cortar por lo sano y precisar y eliminar la zona enferma. Pero la sensación que más nos invadió, después de esta consulta, fue la de sentirnos mercancía operable (daba la impresión de que le estábamos haciendo un favor dejándonos operar por el) frente a la de sentirnos personas con capacidad de decisión. Una decisión que tomamos antes incluso de salir de la consulta de aquel cirujano torácico.

sábado, 30 de agosto de 2008

Comienza el espectáculo... One more time


Los resultados del PET están listos al día siguiente. Al mediodía, al salir del trabajo, me escapo a la clínica López Ibor a recogerlos. Hace frío, y está lloviendo. Mala señal, pienso mientras bajo del coche después de aparcarlo en la zona ajardinada de la clínica. El corazón me late deprisa cuando llamo al mismo timbre del día anterior, entrego el resguardo correspondiente, y la enfermera me entrega a su vez una bolsa bastante grande. Voy al coche, y lo primero que hago, como siempre, inocente de mi, es mirar al trasluz las placas, llenas de cuadraditos pequeños en los que se supone que están reflejadas las distintas partes del cuerpo de Pilar, cortado en lonchas por la máquina. Como es lógico, no me entero absolutamente de nada, así que abro otro sobre, en el que hay un CD y, por fin, el informe.

A medida que leo el informe me empiezo a venir abajo. El Pet refleja, sin lugar a dudas, que hay un bulto, de unos tres centímetros, en el interior del pulmón izquierdo. Esa es la parte mala. La parte medio buena es que al parecer el bulto está bastante encapsulado, recogidito y con poca actividad, y además, y en esto sí que es categórico el informe, no existe ninguna otra patología en el resto del cuerpo, lo que indica que el alien inicial ha desaparecido por completo. Entre triste, y aliviado, según lea una parte u otra del informe, llamo a Pilar, para ponerla al corriente.

- Buenas. Ya he recogido el PET.
- ¿Y que tal?.
- Bueno. No del todo bien. Resulta que te han detectado un pequeño bulto en el pulmón, de unos tres centímetros de diámetro.
- ¿Y de lo otro, que tal?.
- Nada, bien. Ha desaparecido por completo.
- Ah, pues muy bien, ¿no?. Me quito el bulto, y santas pascuas.

Acojonante. Simplemente acojonante. Es entonces cuando me doy cuenta de que mi mujer no es de este mundo. Se ha tomado la noticia con una alegría que casi da miedo, y ha conseguido que yo también me tranquilice un poco. Cuando llego a casa, está tan contenta. Ya le ha dado la noticia a sus padres, de una forma tan edulcorada que, cuando hablo con ellos, casi están contentos porque ya no tiene nada de lo otro.

Esa misma tarde, sin pérdida de tiempo, le llevamos a G..., el cirujano que operó a Pilar el año pasado, toda la parefernalia, para que nos de su opinión. Lo primero que nos dice, al leer el informe, es que el no es un cirujano torácico, que ese tipo de intervenciones las tiene que hacer otro especialista. Nos quedamos un poco desilusionados con el tema, hasta que, mientras mira una de las placas negras al trasluz, nos dice:

- Vaya. Este es el típico tumor que se le da de perlas operar a mi amigo Sa...

Pilar y yo nos miramos mientras G... sigue mirando placas y le echa un ojo al informe.

- Además está muy definido, muy encapsulado, y en un lugar que a mi, por lo menos, me parece muy sencillo de acceder. Os explico: Sa... opera con una técnica bastante nueva, pionera en España, que se llama radiofrecuencia. El asunto consiste, a grandes rasgos, en meter una aguja que tiene una punta con electrodos que forman una especie de paraguas. Esos electrodos, cuando llegan al tumor, se abren, abrazan el tumor, y lo fríen. Literalmente. La única condición que tiene que cumplir el tumor es que no sobrepase los cuatro centímetros, porque tumores más grandes no se pueden operar con este sistema.
- ¿Y resulta efectivo? –pregunto-.
- Sa... es muy joven, pero es un gran profesional. Ha formado el único equipo en Madrid que opera con este sistema, y ha salido hace poco en el dominical de un periódico de tirada nacional. El otro día precisamente me lo encontré, y cuando le felicité por el artículo, como es tan modesto, no le dio nada de importancia, pero es un gran experto. Pensad que es una técnica que viene nada menos que de la NASA.
- ¿Y cuando podemos ver a Sa...? –preguntó Pilar-.
- Dejadme si queréis el PET, porque es muy probable que yo le vea mañana o pasado, se lo enseño, y a ver que opina. Con lo que sea os llamo, o me llamáis vosotros el jueves, para ver si tenemos alguna noticia.
-¿Corremos algún riesgo si esperamos demasiado?. ¿No le dará al bulto por crecer deprisa?.
-Hombre, no creo. Por lo que pone en el PET, no parece que tenga demasiada actividad. Se debe de tratar más bien de una metástasis muy localizada del tumor que tuviste el año pasado. No, no creo que pase nada por esperar un poco a que toméis la decisión. Siempre os queda la cirugía torácica, no lo olvidemos. Solo existe un pequeño inconveniente con la radiofrecuencia.
-¿Cuál? –preguntamos Pilar y yo casi al unísono-.
-Que no lo cubre vuestra sociedad.

Ya estamos otra vez. Después del PET, resulta que esto también lo vamos a tener que pagar de nuestro bolsillo. Al principio nos acojonamos un poco tanto Pilar como yo, pero cuando nos dice el precio aproximado de la operación, comprobamos aliviados que no resulta tan caro. Viene a costar poco más o menos lo mismo que el PET, lo cual no es muy comprensible, pero los designios de la medicina son inescrutables.

Así pues, le dejamos a G... todo el informe, y salimos con la convicción de que Pilar iba a demostrar una vez más lo fashion que era, sometiéndose a una operación de última generación.

martes, 26 de agosto de 2008

Episodio dos. El PET demoledor


El último día de radioterapia nos despidió una doctora joven, guapa, extranjera, de pelo bastante largo y muy negro, que nos entregó un volante para que nos hiciéramos un PET en unos quince días. Salimos de la clínica Ruber con la intención, antes de hacer nada, de consultar con S... la necesidad o no del PET, y a la semana volvimos a la misma Clínica Ruber, a estrenar la flamante consulta que se había montado S... los viernes por la mañana. Curiosamente, Pilar ya lucía una pelambrera bastante abundante, que le había crecido muy fuerte y que no había tardado nada en teñirse de un tono castaño bastante sugerente. Hicimos lo de siempre, nos dirigimos ni cortos ni perezosos a la barrera del aparcamiento, a la espera de que el guardia nos dejara aparcar en el interior. Pilar puso sus ojillos de cordero, pero el guardia nos dijo que no se podía aparcar en el interior. Mientras salíamos del recinto, le dije a Pilar “hay que joderse. Ya no das pena”. Ante ese comentario, se echó a reír con ganas.

S... nos recibió bastante contento. Todavía no tenía despacho para su consulta, por lo que ocupaba el despacho de un director de algo, lleno de cajas y de cosas que nada tenían que ver con su especialidad. Ni la pobre M..., su enfermera, disponía de bata, y recibía a los pacientes con un jersey verde y unos vaqueros. Nada de eso desanimaba a S..., al que la clínica Ruber le viene muy bien para pasar consulta, ya que vive cerca. Cuando le enseñamos el volante que nos había dado la doctora de radioterapia, nos dijo que no, que esperásemos más de quince días, ya que los efectos de la radioterapia podían desvirtuar el resultado del PET si se hacía el mismo en tan corto espacio de tiempo. Recuerdo que el corazón me dio un vuelco cuando añadió “y ya que es una prueba tan cara, y que no cubre vuestra sociedad, no es cuestión de tener que repetirla”. Hostia, tu. Pilar y yo nos miramos y le preguntamos con toda la inocencia de la que éramos capaces “¿cómo que no la cubre la sociedad?”. Nos enseñó el folleto de Asisa en el que se especifica que no se cubre el PET, a menos que sea para seguimiento de cierto tipo de tumores, como por ejemplo el de pulmón, pero que en ningún caso se cubre para un primer diagnóstico. “Pero Pilar ya ha tenido un tumor –traté de insistir sin demasiada convicción-. Es un seguimiento”. “Si –me contestó S...-, pero de un tumor que no está en esta lista. Mira”. Miramos los dos, y en efecto, no se nombraba el leiomiosarcoma para nada. ¿Cómo se iba a nombrar un tumor que es tan raro que ni siquiera aparece en muchos de los libros que por aquel entonces me leí sobre cáncer?.

S... nos explicó que el PET era como un escáner pero más a lo bestia, y que detectaba no solo los bultos mayores de un centímetro, sino la actividad y peligrosidad que estos pudieran tener. Es una prueba que se hace con contraste y que muestra cualquier alteración que pueda sufrir el cuerpo. En Madrid lo hacían en dos o tres sitios, y nos aconsejó que tratáramos de que Asisa se hiciera cargo del tema. Para darnos un balón de oxígeno, nos señaló que lo más sensato era que nos hiciéramos la prueba después de Navidades, ya que para esa fecha se habría asentado completamente el organismo de Pilar tras los tratamientos de quimioterapia y de radioterapia a que había sido sometida.

Así pues, pasamos unas navidades tranquilas, en familia, viendo escaparates, atiforrándonos de comida y bebida, y soportando atascos, como todo el mundo. Prácticamente al día siguiente de comernos el último trozo de roscón, llamamos a la Clínica López Ibor, y nos dieron cita para el 14 de Enero de 2008.

Recuerdo que aquel lunes hacía bastante frío. Nos presentamos en la Clínica después de caracolear bastante por el barrio del Pilar. La Clínica está situada en una zona bastante tranquila, y tiene una superficie de aparcamiento ajardinada y llena de árboles. El ala en la que hacen los PET no está en la misma Clínica, sino en un lateral de la misma al que se accede de forma independiente. Cuando llegamos no había nadie. Por no haber, no había ni mostrador. Llamamos a un timbre que había junto a una puerta cerrada a cal y canto, y al rato salió una enfermera y un hombre que debía ser el administrador, porque enseguida nos sugirió que reclamáramos a Asisa con la factura que nos iba a dar, y que le aconsejaba lo mismo a todo el mundo.
Cuando después de casi una hora volvió a entrar Pilar para que le inyectaran el contraste necesario para el PET, salió también inmediatamente una enfermera para decirnos que la máquina se había estropeado, y que estaban esperando al técnico. Al parecer, según me contó Pilar, la máquina se había estropeado con un señor dentro, que tuvo que esperar varias horas a que llegara el mecánico. Cosas de los artilugios modernos, que a veces te la juegan. El caso es que, después de casi cuatro horas, y de haberme leído toda la colección de revistas que tenían allí (un montón de revistas de los temas más variados, que todo hay que decirlo), salió la buena de Pilar con su prueba hecha, y un justificante que valía para recoger los resultados al día siguiente. En el transcurso de ese tiempo, en la sala de espera se había sentado a mi lado un señor, que acompañaba a una monja que se iba a hacer la prueba. Mientras esperaba, abrió un libro en el que había escritos pentagramas de salmos religiosos, y mientras los leía movía lentamente las manos como si estuviera dirigiendo una orquesta. Cuando salió Pilar, me despedí de el deseando que la espera fuera corta, y nos fuimos a casa.

viernes, 22 de agosto de 2008

Fin de la primera parte


Las sesiones de radioterapia se desarrollaron durante los meses de septiembre, octubre y los primeros días de noviembre de 2007. Las veinte sesiones iniciales se convirtieron finalmente en nueve más. Las lógicas interrupciones producidas por desajustes en la máquina, por mal funcionamiento o por una irritación que sufrió Pilar hacia la mitad el proceso, hicieron que aquello, a pesar de que las sesiones eran diarias, se prolongara más de la cuenta.

Con la radioterapia nos anclamos profundamente en la rutina. Recogía a Pilar al salir del trabajo, nos dirigíamos al Ruber a eso de las siete y media, le poníamos carita de pena al vigilante del parking para que nos dejara aparcar en la zona vip (ninguno de los tres vigilantes que conocimos nos negó jamás la entrada), y a esperar la sesión. El único cambio se producía los viernes, día en que la sesión era de braquiterapia. Pilar prefirió que le dieran esta sesión por la mañana, y cogía un autobús cerca de casa que la dejaba en la misma puerta de la Ruber. Aquello era una muestra más de que por aquel entonces, después de haber finalizado las sesiones de quimio, se encontraba perfectamente, ya que la radio no le produjo síntomas en ningún momento, salvo aquella irritación que ya he comentado.

Dicen que el roce hace el cariño, y en el caso de las sesiones de radioterapia de la Ruber, esa frase es todo un dogma de fe, porque siempre coincidíamos, prácticamente día a día, las mismas parejas. Si alguna vez se había retrasado la sesión, los que se la daban antes que nosotros todavía estaban allí, y los que se la daban después llegaban antes de que nos la dieran a nosotros, así que en unos pocos días ya nos conocíamos casi todos los que estábamos allí. Las que se trataban (normalmente mujeres) se distinguían por sus pañuelos o sus pelucas en la cabeza, aunque a un par de ellas no les importaba en absoluto mostrar su pelo corto o casi inexistente. El estado de salud de casi todas era muy bueno, hasta el punto de que empezábamos a contar chistes o anécdotas relacionadas con las sesiones, y no parábamos. Pilar y yo recordamos especialmente a varias personas que coincidieron con nosotros en aquellos meses y en las mismas circunstancias. Había una pareja que vivía en Matalpino, y que venía todos los días desde allí. Recuerdo una ocasión en la que hablaba con el marido, un hombre muy amable con melenita de heavy, y resultó que el hombre tardaba menos desde Matalpino en llegar a la clínica que yo desde nuestro barrio. Enigmas de los atascos en la M-40 a esa hora de la tarde, sin duda. Su mujer, que era precisamente una de las que lucía con orgullo su escasa pelambrera, entraba con una alegría a las sesiones digna de envidia, y salía también riendo. A veces se quedaban un rato más, contando chistes o hablando con alguien. formaban una pareja encantadora.

Como lo era también, sin ninguna duda, una pareja que vivía en Alcorcón, y a la que la noticia del cáncer que sufría la mujer les había pillado en plena reforma de la casa. El marido me contaba que se les había venido el mundo encima, pero que ya se habían adaptado perfectamente a la nueva situación y lo estaban superando perfectamente. Recuerdo con especial cariño a este hombre, muy tímido al principio y muy cordial a medida que avanzábamos en nuestra relación. Una vez me sinceré con el, le conté mis impresiones sobre lo que le estaba ocurriendo a Pilar, mis miedos, mis pesadillas y mis alegrías, y me confesó que a el le había ocurrido exactamente lo mismo, con las mismas sensaciones de impotencia y de fortaleza que se suelen sentir en cada uno de los procesos que se siguen en este tipo de enfermedad. Recuerdo también a su mujer, de voz muy dulce, que me preguntaba por Pilar cuando llegaba a la sala de espera y mi mujer ya había entrado, y que cuando salía Pilar de la sesión, se sentaba a su lado para hablar de bolsos, de pañuelos o de cualquier otra cosa que les viniera a la cabeza.

Hacia la mitad de las sesiones llegó otra pareja en la que el afectado era el. Se le notaba en la cara que llevaba ya bastantes tiros pegados con el cáncer, ligeramente demacrada, pero con una fuerza vital impresionante. La quimioterapia no le había hecho mucho efecto debido a que tenía unas defensas tan fuertes que literalmente “se comían el tratamiento”, según sus propias palabras. Era un incombustible contador de chistes, con un gran sentido del humor. Acabó antes que nosotros, por lo que dedujimos que sus sesiones serían de otra naturaleza más suave que las que le estaban dando a Pilar.

Los jueves, desde el primero, ocurría un suceso curioso. Frente a la zona de espera para las sesiones, había una puerta de madera que permanecía siempre cerrada, excepto los jueves por la tarde. La primera vez vimos que un médico bastante mayor, de aspecto decrépito y dientes “como de conejo”, según dijo Pilar, abría la puerta, dejaba en el interior de la consulta unos papeles, salía a la zona y decía “Pilar”. Ligeramente extrañados, nos identificamos levantando la mano, y el bueno del doctor nos dijo, con una vocecilla a la que le parecía costar trabajo salir del cuerpo “después de la sesión te veo”. Nos miramos extrañados, y nos quedamos más extrañados todavía cuando, apenas cinco minutos después, volvió a asomarse a la zona de espera, volvió a decir “Pilar”, y cuando Pilar levantó la mano, volvió a decir “después de la sesión, te veo. ¡A aquel buen hombre se le había olvidado que ya nos había avisado!. La consulta con aquel médico consistía básicamente en que hacía una marca en el papel a la sesión correspondiente, miraba a Pilar por sus zonas bajas, nos vacilaba un poco con su número de socio del Real Madrid (uno de los primeros), nos contaba un par de chistes malos que solo entendía el, nombraba a Pilar de mil maneras diferentes (Pilar, Pilarita, Pilara, Pilarín...), y nos despedía hasta el próximo jueves. Uno de los mayores sustos de nuestra vida nos lo pegó este hombre cuando nos dijo que alguien había escrito en el papel correspondiente a Pilar que a lo mejor era precisa una pasada con el Cyberknife. Ante mi alarma, más que nada por los 12.000 euros que costaba la sesión en la maquinita, no se le ocurrió otra cosa que contarme uno de sus chistecitos, que no me hizo ninguna gracia. Por suerte, se trataba al parecer de un error, porque cuando acabamos las sesiones no nos mencionaron el asunto del cyberknife para nada. Con el tiempo llegamos a la conclusión de que la única misión de este hombre consistía en detectar posibles quemaduras producidas por la máquina e interrumpir el tratamiento durante unos días, como ocurrió con Pilar cuando detectó la pequeña irritación en sus ingles. Le recetó una pomada, le contó un chiste, y hala, a correr hasta el próximo jueves.

Sin ninguna duda, el personaje más curioso que conocimos en aquellas sesiones de radioterapia, era una mujer mayor, bastante gruesa, de pelo muy corto blanco, gruesas gafas de cuello de botella y una voz muy profunda, que me recordaba a la de algunos travestís famosos, como ese de los labios gruesos cuyo nombre no recuerdo. La buena mujer recorría cada día más de medio Madrid para llegar a la clínica en taxi, y no solo eso, sino que le obligaba al taxi a esperarla. Una fortuna, vaya. Iba cargada de joyas y de anillos bastante raros. Una curiosidad, ya que sabía de sobra que la iban a obligar a despojarse de todo nada más entrar a la sala de radioterapia. Era infinitamente distraída, hasta el punto de preguntarse, siempre en voz alta, donde había podido olvidársele el bolso, cuando lo tenía cogido entre las manos. En otra ocasión, juraba y perjuraba que el taxista le había robado los quinientos euros que llevaba en el bolso. El caso es que cuando llegaba ella se hacía el silencio, entre otras cosas porque la buena mujer no paraba de hablar. Se quejaba de sus innumerables dolores, de la cabeza, que la tenía “ida”, según decía ella, y de la cantidad de pasta que le costaba llegar ahí todos los días, lo que le producía taquicardia y ansiedad. Una tarde se quejó de que había perdido un amuleto auténtico, y no paró hasta que los radiólogos salieron a las cabinas y comprobaron que no se le había caido al desnudarse el día anterior. Nos contó entonces que era sanadora, pero sanadora de verdad, por la santería cubana, y que estaba así precisamente porque había ido absorbiendo los males de todos sus pacientes. En fin...

Después de las veinte sesiones, nos recetaron un PET, y cuando hablamos con S, nos dijo que esperáramos hasta después de navidades, allá por Enero, y que la primera parte había finalizado por fin.

jueves, 14 de agosto de 2008

Un "alien" en apuros


Acudimos a la sección de radioterapia de la Ruber Internacional un viernes de septiembre cuya fecha exacta no recuerdo. Lo primero que nos impresionó fue la arquitectura de la clínica, con mármol en todos los mostradores, amplios pasillos, falsos techos completamente nuevos, y un olor a obra nueva que echaba para atrás. Bajamos al sótano menos dos. Ya estamos acostumbrados a eso. La radioterapia, la quimioterapia y otros tratamientos relacionados con el cáncer, suelen estar en los sótanos de las clínicas donde se ubican. Seguramente será por las potentes máquinas que se utilizan en radioterapia, sobre todo en la Ruber, pero cualquiera podría pensar también (y así nos lo insinuó una vez una paciente) que de lo que se trata es de llevarse a los pacientes de esos tratamientos a una zona más discreta del hospital. El pensamiento es libre, aunque yo prefiero quedarme con la explicación que nos dieron una vez, y es que las máquinas utilizadas deben estar en una zona más cerrada por la potencia de las radiaciones que emiten.

La chica del mostrador de radiotarepia nos dice que si queremos hablar con el dr A..., el jefe del departamento, tenemos que esperar varias horas, ya que tiene unos pacientes que le van a ocupar buena parte de la mañana. O eso, o esperar al jueves siguiente, si es que queremos hablar con el. Ya que estamos ahí, decidimos esperar, por lo que tenemos bastante tiempo para caracolear por las instalaciones. Los pasillos están llenos de cuadros en los que se anuncia el famoso “Cyberknife”, el cibercuchillo, traducido al castellano, la máquina a la que se refería S... cuando decía que la íbamos a probar. Es exclusiva de la Ruber en España, y ya me he estado informando en Internet. Lo que hace esta máquina es dirigir un chorro de radiación, de una potencia mucho mayor que el convencional, y además concentrado en un haz de muy poco diámetro, contra el tumor que se vaya a tratar. Una de las innovaciones técnicas que contiene es que la máquina detecta mediante un programa informático la respiración del paciente y se adapta a ella, consiguiendo con ello que el haz de radiación resulte efectivo al cien por cien.

Después de esperar durante más de dos horas, nos recibe por fin el doctor A..., un médico más o menos joven, bastante más serio que S... o G..., que se ha saltado su hora de comida para atendernos. Revisa los informes con cuidado, nos somete a la batería de preguntas de rigor, nos dibuja de nuevo el famoso circulito con la familia de los sarcomas y el leiomiosarcoma dentro de el, como un granito, para que no nos quede ninguna duda, una vez más, de la rareza que supone tener un cáncer así. “Es que yo soy fashion hasta para eso –dice Pilar-. Un tumor exclusivo, como yo”. Le decimos que estamos deseando estrenar el famoso “Cyberknife”, del que S... nos ha dicho que es la bomba, y nos quita la ilusión de la cabeza diciéndonos, por un lado, que esa máquina no está indicada para el tipo de tumor que tiene (o tenía, más bien) Pilar, y por otro lado, que nuestra sociedad no lo cubre, y que cada sesión sale por unos doce mil euros. No le debe quedar ninguna duda, ante la cara que ponemos cuando nos dice el precio, porque rápidamente aclara “no obstante, la Ruber está negociando con las compañías, y es muy posible que cuando empiece Pilar las sesiones ya se haya llegado a un acuerdo, si es que estuviese indicado en su caso este tipo de tratamiento”. Creo que esa fue la primera, y más dolorosa ocasión, en que tomamos conciencia de que la salud, en definitiva, no supone más que un negocio para muchas compañías, y que cuanto más grave sea la enfermedad que uno tenga, más negocio se puede montar a su alrededor. No nos cabía en la cabeza por aquel entonces, ilusos de nosotros, que no hubiera nadie que cubriera la famosa maquinita. En Internet salen unas fotos preciosas de la presidenta de la Comunidad de Madrid en la inauguración de las “nuevas instalaciones” de la clínica Ruber, pero leyendo la letra pequeña se entera uno de que el cyberknife, precisamente, no lo cubre tampoco la Seguridad Social.

En fin, que resignados a que no vamos a ver la famosa máquina más que en los cuadros que adornan los pasillos de la clínica, seguimos hablando con el doctor A... Nos dice que S... es muy optimista, que siete de cada diez tumores de ese tipo “recidivan” (se reproducen) si el paciente no se somete a sesiones de radioterapia, y que tres de cada diez se reproducen incluso con ella. “Es que S... siempre ha sido muy optimista”. Salimos de la consulta un poco mosqueados, con la sensación de ser unos pobretones y de que las cosas no son tan idílicas como nos las ha pintado el bueno de S.... El doctor A... nos ha dicho que nos hagamos un TAC de la zona pélvica para fijar los parámetros de las sesiones.

La semana siguiente le hacen a Pilar el TAC, y después de verlo, el doctor A nos recibe de nuevo, al viernes siguiente, y nos dice que en principio le van a dar veinte sesiones de radioterapia y cuatro sesiones de braquiterapia. Ante esta nueva palabreja, y al ver que Pilar y yo nos miramos con cara de póker, nos explica que la braquiterapia consiste, en el caso de Pilar, en darle una sesión especial, con un cilindro especial que se introduce por la vagina, y que emite radiaciones, para asegurar que toda la zona se queda tratada. Empezamos el mismo lunes, y para ello tenemos que pedir hora a la chica del mostrador. Las sesiones se las darán a las ocho de la tarde, excepto la primera, en la que le tienen que colocar los marcadores, que se la darán el lunes por la mañana.

El lunes nos presentamos en la Ruber. Después de un rato en la sala de espera, sale una doctora y le dice a Pilar que entre por una de las dos puertas que dan a la sala, y que deje ropa y objetos metálicos en la taquilla. Le pregunto cuanto van a tardar, y me dice que, al ser la primera vez, se le va a ir más o menos una hora. Para esas fechas, a Pilar se le había distendido la cicatriz que le hizo G... cuando la operó en La Paloma. El estómago se le iba saliendo para afuera cada vez un poco más, hasta adoptar la forma de un balón de rugby, como si estuviera embarazada de un bebé bastante pequeño. Nos dio por llamarle al abultamiento “El alien”, y no le habíamos dado demasiada importancia al asunto hasta que Pilar se tumbó en la mesa de la radioterapia. “El alien” parecía tener vida propia, y se movía de un lado a otro mientras le daban la sesión. Al final, al parecer, encontró una postura bastante cómoda, gracias en parte a la enfermera que estuvo con ella casi en todo momento. Durante el tiempo en que Pilar permanece dentro, yo elucubro con el sentido de ls dos cabinas, hasta que me doy cuenta de que sirven para no perder tiempo. Poco antes de que acabe Pilar, llaman al siguiente paciente, que entra en la cabina que Pilar ha dejado libre. Una buena idea, no cabe duda.

Pilar sale por fin, después de un buen rato. En el intermedio, la máquina se ha estropeado y ha tenido que venir un mecánico a arreglarla, dilatando más la espera. Pilar se queja de que la han puesto en una postura bastante forzada, y que le duelen todos los músculos. Le han hecho unos curiosos pinchazos, en el cruce de varias líneas azules que le han trazado en la piel. Los pinchazos delimitan la zona a radiar. Se encuentra bien, no tiene ningún síntoma, pero esa tarde se siente un poco revuelta, por la postura que ha tenido durante tanto tiempo, y supongo que un poco también por los nervios de la nueva situación.

Así fue como empezó esa nueva etapa, esa nueva batalla que estábamos librando contra el tumor. Poco a poco, porque como muy bien dice Maria del Mar Rodríguez, “Lamari”, la cantante de Chambao, que como todos sabéis también pasó por el calvario de la cirugía, la quimioterapia y todas esas cosillas,

poquito a poco entendiendo

que no vale la pena andar por andar

que es mejor caminá pa ir creciendo

lunes, 11 de agosto de 2008

La luz al final del túnel


Como uno de los síntomas más curiosos de la quimioterapia a la que sometieron el año pasado a Pilar, puedo destacar que el agua le “sabía a metal”, según sus propias palabras, o que algunos alimentos le sabían también metálicos. En un libro leí que era normal, así que nos quedamos los dos tan tranquilos.

A medida que se iba haciendo amiga de todos los que acudían a quimioterapia, se enteraba de casos, de tratamientos, de cosas que debía tomar y la podían ayudar a soportarlo mejor (aparte de los líquidos, que es una norma general), como zumos, frutos secos, etc. Cada martes llegaba a casa a eso de las cuatro, y lo primero que hacía era llamarme a Murcia para contarme que le había ido muy bien.

El doctor S... nos había predispuesto a estar con la quimio unos doce ciclos, compuestos de dos sesiones cada uno, cada dos semanas, es decir, que nos íbamos a más allá de enero del año siguiente.

El 23 de Junio me incorporo a mi nuevo trabajo en Madrid, y abandono para siempre una situación que para un amigo nuestro era la perfecta para una familia: separados durante los días laborables de la semana, y juntos durante el fin de semana. El mejor método, decía el, para soportar la convivencia. Recuerdo que Pilar y yo nos reíamos cuando decía eso, pero lo cierto es que a las tres semanas de estar aquí, notaba que se había esfumado una buena dosis de la independencia que tenía en Murcia entre semana, y a Pilar le ocurría lo mismo. Por supuesto que compensaba el hecho de estar con mi familia, y sobre todo los domingos por la tarde, cuando me hacía el hatillo y salía a coger el tren. Quitando esos momentos más o menos duros, lo cierto es que resultaba más tranquilo y mucho menos estresante trabajar en Murcia que en Madrid, una ciudad que se ha vuelto agresiva en muchos aspectos, entre los que se encuentra por supuesto el trabajo diario. A veces recuerdo lo que me dijo una vez en Murcia una empleada de un banco: “A Murcia viene uno llorando y se va llorando”. Nunca una frase ha definido con tanta exactitud la sensación que mantuve durante los cuatro años que permanecí allí.

El caso es que las sesiones de quimio siguieron durante el verano, con una pausa que nos proporcionó el doctor S..., durante una semana, para que nos fuéramos de vacaciones. S... nos habla bastante de muchos colegas suyos, que piensan que la quimio debe administrarse con una precisión milimétrica, tanto en lo que se refiere a las dosis como en lo referente a los días que tienen que pasar entre sesión y sesión. “Vosotros no sois relojes –le decía a Pilar-, y no ocurre nada por bajar un poco la sesión en un determinado ciclo, o esperar un par de días, o incluso más, para suministrarla”. Así que nos fuimos, a finales de Julio, una semanita al sur de Francia, a Carcasona, Toulouse, y alrededores. Pilar aguantó la tourné como una campeona, y lo único que le ocurría era que se cansaba un poco, pero muy poco antes que todos los demás. Lo pasamos de vicio, y ni siquiera nos acordamos ni de S..., ni del taxotere ni, mucho menos, del puñetero leiomiosarcoma.

Todo aquello me pareció muy buena señal. La idea era darse una tanda más, al martes siguiente de regresar de vacaciones, y después hacerse un TAC para seguimiento, para retomar las sesiones en septiembre. Recuerdo que en alguna ocasión, al verla tan campante y tan alegre, le comenté la posibilidad de que ya se hubiera recuperado del todo, y ella me miraba con unos ojillos ilusionados para decirme “no eches las campanas al vuelo”. El caso es que pasó la sesión del martes, llevamos los análisis a S..., que eran correctos, y este extendió el volante para el TAC. Se lo hizo a la semana siguiente, y cuando se lo llevamos a S..., este lo miró, lo remiró, le dio la vuelta, lo levantó, lo bajó, y al final, después de que a nosotros estaba a punto de darnos un infarto, dijo una frase que pasará a la historia de la familia: “Pilaritaaaaa, no tienes nada”. Y repitió otra vez, por si acaso no le habíamos escuchado con la suficiente claridad. “No tienes nada. Estás limpia”. No nos lo podíamos creer. El leiomiosarcoma había desaparecido del todo, o lo poco que quedaba de el, porque siempre he sospechado que gracias a la magnífica operación que había hecho G..., y así nos lo confirmó después S..., del leiomiosarcoma había quedado bien poco.

El caso es que habíamos acabado por el momento con las sesiones de quimioterapia. Habíamos contado con que íbamos a estar hasta después de navidades, y el bueno de S... nos dio una de las mayores alegrías que habíamos recibido no ya en los últimos meses, sino en toda nuestra vida. “Hay que ser previsores”, nos dijo después de las manifestaciones de alegría. “Me voy a estudiar el caso por si resultaran recomendables unas cuantas sesiones de radioterapia, y la próxima semana os veo otra vez”.

Y así acabó una de las consultas más felices que hemos tenido con el bueno de S... Le dimos la noticia a todo el mundo, y aquel domingo, o un par de domingos más tarde, no lo recuerdo bien, invitamos a toda la familia a comer para celebrar la buena noticia.

A la semana volvimos a la consulta de S... nos cogió las manos, le dio un beso a Pilar, y le dijo la que se había convertido en su nueva coletilla: “Pilaritaaaa...Que bien te veo, bonita”. Nos dijo que sí, que se quedaba más tranquilo si a Pilar le hacían unas cuantas sesiones de radioterapia, que la radioterapia era como una especie de caballo de Atila, que por donde pasa no vuelve a crecer nada, y nos dijo además que se las iban a hacer en el Ruber Internacional, que el conocía al jefe de sección, y que además, “así pruebas la máquina nueva que se han comprado, que es una auténtica maravilla”. S... nos explicó que la radioterapia no suele provocar síntomas, a menos que se tenga que dar en zonas cercanas al intestino, que es cuando puede provocar en algunos pacientes diarreas o vómitos, pero en el caso de Pilar, como se trataba de la zona abdominal en su parte baja, no se iba a ver afectada la zona intestinal, por lo que no era probable que sufriera nada. Nos explicó también que la radioterapia se establece mediante una dosis, que se divide en tantas sesiones como sean necesarias hasta alcanzar la dosis prescrita. Que las sesiones duraban pocos minutos, y que eran diarias. Y poco más. S... se despidió de nosotros, nos dio un volante para la Clínica Ruber, volvió a darle otro entrañable beso a Pilar (S...puede ser muy duro cuando habla de su especialidad o de sus colegas, y muy humano cuando habla de sus pacientes) y adiós, muy buenas.

El primer día que fuimos a la Ruber Internacional era un viernes por la mañana, y hacía bastante frío. Estábamos ya bastante metidos en septiembre. Al llegar al parking, el vigilante de seguridad vino hacia nosotros. Al parecer, los vehículos particulares no deben dejar los coches en el parking, que es de superficie y no tiene ni máquina de tickets ni nada que se le parezca. El hombre creo que venía dispuesto a que diéramos media vuelta, pero al ver a Pilar, con su pañuelito en la cabeza y su carita de ángel, y a mi, que le dije de una forma entrañable “vamos a radioterapia”, se conoce que al hombre, que es cubano y muy buena persona, le dio algo de pena y nos dejó entrar. Después, durante la rutina diaria de la radioterapia, este buen hombre me dejaba pasar aunque no hubiera sitio, obligándome a veces a hacer verdaderas piruetas circenses con el coche para dejar paso a quien pudiera venir por detrás.

Entramos así por primera vez en el recinto de la famosa clínica Ruber Internacional. Pero esa, amigos, es otra entrada.

jueves, 7 de agosto de 2008

Un pequeño inciso filosófico


Cuando comenzamos con la rutina de la quimioterapia, me dediqué más plenamente a mi trabajo en Murcia. Rápidamente montamos un operativo que funcionó a la perfección desde el primer día. Su padre llevaba a Pilar los martes por la mañana, y mi hermana la recogía al terminar, para llevarla de regreso a casa, a eso de las cuatro de la tarde. A la semana siguiente, la del análisis y consulta, yo regresaba de Murcia los jueves por la tarde para visitar juntos al oncólogo. El caso es que solamente faltaba al trabajo los viernes por la mañana cada quince días, lo que por otro lado suponía estar durante más tiempo alejado de la familia. Pilar tenía cada vez menos molestias después de las sesiones, y llegó un momento en que ni siquiera el cuarto día, el más fatídico, sentía molestia alguna.

Durante el tiempo que pasé en Murcia hasta finales de Junio, en que gracias a una eficaz y admirable gestión de mi empresa fui trasladado a Madrid, hablaba con mis compañeros de trabajo y con otras muchas personas sobre el asunto, que ya era público, y me quedé sorprendido de la gran incidencia que el cáncer tiene sobre la vida de muchas personas. No había prácticamente nadie que no conociera a alguien que tuvo un tumor parecido, o un cáncer de mama, o cualquier otro tipo de manifestación de la enfermedad. Achaqué esa especie de riada de enfermos de cáncer a mi más alta sensibilidad sobre el tema después de que le ocurriera a Pilar. Suele ocurrir. Hay un refrán que dice “nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”. Hasta entonces, ningún miembro de mi familia había sufrido la enfermedad, y simplemente, me parecía algo muy lejano. En estos momentos, escuchaba con auténtica pasión los casos que me contaban. Recuerdo que la mayoría de las personas con las que hablé en aquel momento me relataban historias en las que el paciente se había recuperado por completo después de una operación, unas cuantas sesiones de quimio y alguna que otra de radio. Todos coincidían, sobre todo los jóvenes, pero también alguna que otra persona mayor, en que hoy en día se han conseguido grandes avances en el terreno del cáncer, y sobre todo en lo que se refiere a la quimioterapia y la atenuación de sus efectos secundarios, que al parecer antes eran terribles. Todos trataban de animarme, y desde luego lo conseguían. Recordaba, y lo que es más extraño, recuerdo todavía, cada frase, cada recuerdo, cada anécdota que me contaban los que me hablaban del tema. Precisamente en aquella época, a uno de los compañeros que trabajaban conmigo, D..., le tuvieron que dar unas cuantas sesiones de quimio porque le salió un pequeño bulto maligno en la ingle. Cada vez que me veía me preguntaba por Pilar. “¿Ya se le ha caído el pelo?”. “Si, si, ya estamos en ello”, le contestaba yo. Con respecto al pelo de Pilar, y a modo de inciso, comentaros que, cuando se le empezó a caer, a grandes mechones, mi hijo Sergio y yo jugábamos, con su consentimiento, a ver quien le arrancaba el mechón más grande. Hasta ese punto le importaba a la puñetera Pilar que se le cayera el pelo, para que os hagáis una idea.

Mis noches en Murcia, prácticamente de insomnio, las llenaba leyendo todo tipo de artículos y libros sobre cáncer. Había abandonado la costumbre de teclear en el Google “leiomiosarcoma”, entre otras razones porque lo que leía no resultaba casi nunca alentador, y sobre todo porque, cuando se lo dije al oncólogo, me dijo que no era buena idea buscar en Internet, que era mejor leer libros o artículos que tratasen el tema de una forma menos aséptica que los artículos que se cuelgan en Internet, muchas veces demasiado técnicos y más destinados a médicos que a pacientes. El libro que más me marcó, sin ninguna duda, fue uno que escribió Javier Mahillo, “Vivir con cáncer”, que estaba escrito de modo muy ameno, muy humano, tipo memorias, y reflejaba lo que había vivido en su enfermedad desde el principio. Recuerdo que lo leí prácticamente de un tirón, porque me encantaba la forma en que estaba escrito. El libro finalizaba diciendo, como epílogo, que Javier Mahillo, un profesor de filosofía pamplonés afincado en Mallorca, casado y con cuatro hijos pequeños, que había participado, incluso durante su larga enfermedad, en varios programas y debates de televisión (“Crónicas marcianas”, entre otros), seguía recibiendo tratamiento y luchando por salir adelante en su enfermedad. Recuerdo que me impresionó mucho del libro el fuerte carácter religioso de Javier y sus convicciones en ese sentido. El caso es que ya lo había metido en la bolsa “de los viernes” para llevárselo a Pilar, cuando se me ocurrió, ese mismo viernes, meterme en Internet para enterarme de algo más sobre Javier Mahillo.

En Internet descubrí, como un mazazo, que Javier Mahillo había muerto en Diciembre de 2001, a causa del cáncer que había sufrido. No me pareció tan buena idea que Pilar leyera el libro para enterarse después que Javier había muerto.

Una de las cosas que más me impresionaron de la entrevista que le habían hecho antes de su muerte, era su resignación ante el hecho, su tremenda fortaleza y una vitalidad que le había permitido, dos semanas antes del fatal desenlace, conceder una entrevista digna de pasar a los anales, y que os invito a leer en la dirección

http://www.fluvium.org/textos/dolor/dol07.htm.

Otra de las cosas en las que me dio por pensar al leer la entrevista, y ver a Javier tan convencido de la existencia de la otra vida, fue que, en cierto modo, los que no tienen dudas en ese sentido son más felices, ya que afrontan la muerte como un estado intermedio. Es posible que los que tenemos un mar de dudas, como es el caso de Pilar y mío, nos aferremos más a este mundo, pensando que, posiblemente, lo que haya más allá sea solo oscuridad, o por si acaso.

Una de las preguntas que le hace el entrevistador se refería a si no le gustaría pedirle A Dios unos cuantos añitos más en la Tierra, teniendo en cuenta sobre todo sus circunstancias familiares y sus aficiones, a lo que Javier Mahillo responde que estaba resignado a la voluntad de Dios. En este sentido, también he pensado muchas veces que a Dios, si es que existe, hay que hacerle currar, no resignarse a su voluntad. He hablado hace poco con un compañero, gran creyente, y su idea es similar a la mía. Me comentó que, en una ocasión, un sacerdote amigo suyo le dijo que “A Dios hay que exigirle que nos ayude, que para eso está. Hay que darle el coñazo, hacer que vuelva la vista hacia lo que nos rodea, hacia la familia que dejamos, etc, para que nos eche una mano”. Yo me quedaría desde luego con esa idea si fuera creyente a rajatabla, pero tampoco eso lo tenemos nada claro. Ni que decir tiene que en esa época me metí un par de veces en una iglesia a rezar, por si acaso, pero las dudas las sigo teniendo, y eso no hay quien me lo quite.

Creo sinceramente que lo que realmente puede curar en un caso como este es la fe. Pero la fe, a secas. No la fe cristiana, ni la fe en sanadores, ni la fe en medicamentos o bebedizos milagrosos, sino la fe en la propia curación. Otro compañero se curó un cáncer de próstata bastante avanzado a base de grandes cantidades de vitamina C. El oncólogo nos contó el caso de una paciente que se había curado bebiendo limaduras de hierro que al parecer le había recetado un curandero. No creo que ninguno de estos métodos cure por sí solo, pero sí creo que cure la fe que tiene el paciente en ellos.

Es la fe en la propia curación lo que nos puede acabar curando, independientemente de las creencias de cada uno. Pilar y yo podemos dudar en muchos aspectos religiosos y filosóficos, pero tenemos una fe inquebrantable en la curación, ya sea por el amor a la vida que tenemos, por el motor que indudablemente supone nuestro hijo Sergio, o simplemente porque Si hay otras personas que se han curado, también nosotros podemos. Hemos elegido el camino de la medicina tradicional, con sus operaciones quirúrgicas, sus sesiones de quimioterapia, de radioterapia y de lo que venga, porque de momento nos está funcionando bastante bien, y no indagamos de momento sobre soluciones milagrosas que no estén avaladas por un elevado porcentaje de curaciones. Por ahora tiramos tiramos de lo que hay y de nuestra inquebrantable fe en la curación, que se tambalea a veces en los momentos duros, pero que vuelve siempre, como un vendaval, ante la mirada o la sonrisa de Sergio, de nuestros parientes o de nuestros amigos.

Creo que en esta entrada me he ido un poco por la tangente, pero me apetecía contaros las impresiones que tenía en aquellos momentos en los que, finalmente, parecía empezar a verse la luz al final del túnel.

lunes, 4 de agosto de 2008

Quimio, sweet quimio


El mismo jueves 19 de Abril por la tarde volvimos a visitar al doctor S..., después de los análisis y de un par de días de lágrimas y suspiros varios. La segunda visita, como suele suceder con casi todo, no resultó ni mucho menos tan trágica como la primera. Más o menos sabíamos ya a lo que nos estábamos enfrentado, y S..., en su infinita bondad, nos dulcificó bastante el asunto diciéndonos que la quimioterapia no es hoy ni mucho menos lo que era hace tan solo seis o siete años, que va evolucionando día tras día, y que los efectos secundarios no son los de antes.

Después de revisar los análisis, y de haber estudiado en profundidad y de una forma personalizada el caso de Pilar en particular, y sus posibles consecuencias para esa uretra que no terminaba de ponerse en su sitio, S... se decidió por un tratamiento, a realizar cada quince días en el hospital de día de la Clínica Moncloa, consistente en la administración de 8 mgr de Zofrán, seguidos de otros 8 mgr de Fortecortín, como aperitivo. De plato principal, 65 mgr de Taxotere, y de segundo plato, 2500 mgr de Gemcitabina. Como postre, para subir sobre todo un poco el hematocrito, que lo tenía algo bajo, Venofer en vena, hierro puro para la sangre. Una duración total de unas seis horas entre unas cosas y otras. S... nos dice que con este tratamiento existen unas posibilidades de curación de más del noventa por ciento, siempre, claro está, que Pilar lo tolere bien. El procedimiento es sencillo: la secretaria del doctor S... envía un fax a la Clínica Moncloa para que preparen el tratamiento, y para el martes 24 de Abril, la fecha indicada, estará todo a punto. Después, S... nos entrega todo un catálogo de posibilidades de efectos secundarios y su tratamiento, si es que se producen. La lista parece un vademécum de medicina en su integridad: diarreas, estreñimientos, vómitos, fiebre, llagas en la boca, molestias oculares, ansiedad, taquicardias. S... intenta tranquilizarnos, y nos dice que no se suelen producir nunca estas cosas, y sobre todo nunca todas a la vez, pero que es su obligación entregar el papel, por si acaso. También nos dice que es casi seguro que Pilar perderá el pelo en su totalidad después de la segunda o la tercera sesión, y que la forma de perderlo será muy aparatosa, con grandes mechones desprendidos de forma irregular durante la noche. Lo mejor que se puede hacer, nos aconseja, es cortarlo del todo en cuanto se empiece a caer. La verdad es que a Pilar lo que menos le importa es lo del pelo. Le trae completamente al pairo, vaya. La mujer tiene el santo cuajo de meterse en el Corte Inglés nada más terminar la consulta, para comprarse toda una colección de pañuelos de diferentes colores.

El martes 24 de Abril nos presentamos a la primera sesión de quimio, a primera hora de la mañana. Ni que decir tiene que Pilar está bastante más tranquila que yo. El hospital de día de la Clínica Moncloa para tratamientos de quimioterapia es una gran sala llena de sillones, bastante cómodos, en los que se sientan los enfermos a tratar para recibir sus dosis. Las enfermeras tienen cara de estar curtidas en cien batallas, y acogen a Pilar con gran afecto y cariño desde el primer momento. Al principio me quedo con ella, pero después, viendo que los demás pacientes no tienen a ningún acompañante al lado, me salgo, con la intención de entrar más o menos cada hora. He decidido quedarme con Pilar en esta primera sesión, más que nada por el asunto de la incertidumbre, pero viendo lo tranquila que está, estoy seguro de que en la siguiente me envía a Murcia sin ninguna compasión.

Después de un rato vuelvo a sentarme un rato con ella y a dejarle las revistas que me ha pedido que le comprara. Uno de los pacientes está comiéndose tranquilamente un sándwich de jamón, y Pilar me dice que me acerque a traerle algo, que también tiene hambre. Buena señal. De momento está aguantando la quimioterapia como si de una droga para animarse se tratara. Las enfermeras ya la han informado de los dañinos efectos del sol (deja manchas que no se van nunca) y de la necesidad de colocarse una crema protectora, de la cantidad de líquido que tiene que beber, y de lo asquerosos que le van a resultar los olores de los alimentos después de un par de días. Mi hermano me aconseja que los primeros días después del tratamiento no le hagamos sus platos preferidos, ya que es muy posible que les coja manía por el olor. Nada de esto parece tener sentido en estos momentos. Pilar está tranquila, eufórica, y ya se ha hecho íntima amiga de unos cuantos pacientes, dos mujeres y un hombre, que están sentados a su lado. Una de las mujeres lleva un portacad, y le cuenta a Pilar sus ventajas. Evita el pinchazo en unas venas que al parecer se van endureciendo con la quimioterapia, es más cómodo y reparte mejor la quimio... En fin, que parece la panacea. La otra mujer me dice que cuanto debo de querer a mi mujer, si me presento a verla cada veinte minutos, y le digo que, si no voy a verla, me mata, provocando la risa de las mujeres. Buen rollito, vaya. A eso de las cuatro, desenchufan a Pilar el último cartucho, envuelto en papel albal por su calidad de fotosensible (los medicamentos de quimioterapia son sensibles a la luz), y le meten el último chute, el Venofer, para subirle el hematocrito. No sé si será una neura mía, que con toda seguridad lo es, pero me parece que los labios de Pilar se van poniendo cada vez más rojos a medida que recibe el líquido. Después, una ampolla para limpiar las venas, y a casa. Ni que decir tiene que los pacientes se pueden levantar cuando quieran para ir al baño, para colocarse mejor delante de la televisión... Nos imaginábamos la quimioterapia poco menos que como una diálisis, y esta primera sesión ha servido para darnos cuenta de que no es así, de que es bastante más suave.

Los siguientes días los pasa Pilar esperando acontecimientos. El mismo martes por la tarde me voy a Murcia después de dejarla en casa. La llamo el miércoles, y todo va bien. La llamo el jueves, y lo mismo. Es el viernes, y parte del sábado, cuando le pega un bajón en el que no puede ni con su alma, y se tiene que acostar, pero el mismo domingo comienza a recuperarse otra vez. El martes toca análisis (una semana después de la sesión), el jueves otra vez consulta, y así cada quince días. Estamos empezando a meternos en la rutina de la quimioterapia.

viernes, 25 de julio de 2008

El chiste del legionario


Existe un chiste, bastante antiguo, en el que dos capitanes de la Legión reciben la noticia de que ha fallecido la madre de uno de sus soldados. “Vaya mala noticia –comenta uno de ellos-. ¿Y a quien le encargamos que se la diga al soldado Pérez?”. “Al cabo Bermejo –contesta el otro-. Es el más indicado. Es humano, discreto, sensible...Sin ninguna duda, es la persona más indicada para darle la noticia al pobre soldado Pérez”. Así pues, el cabo Bermejo reúne a la tropa en el patio del cuartel, y con su potente voz de legionario curtido en cien batallas, grita: “A ver. Todos los que tengan madre, que den un paso al frente”. El soldado Pérez, que lógicamente no sabe nada, se adelanta junto con unos cuantos compañeros. El cabo Bermejo se acerca a el, le pega un empujón en el pecho y le dice “pero tú, ¿a dónde vaaaaaaaassss?”.

Una cosa bastante parecida sucedió aquel martes 17 de Abril de 2007, día de infausto recuerdo donde los haya. Volví de Murcia al mediodía, y me encontré con Pilar muy mejorada, con el apetito completamente recuperado y muy buen color. Atrás habían quedado los días de fiebre, sudor y palidez. Fuimos a ver al bueno de G... a la Paloma, y se alegró de que la recuperación se estuviera desarrollando de una forma tan completa. Al terminar la consulta, nos dijo: “bueno, muy bien, pues ahora os acercais a ver a mi amigo, el doctor S...”. Yo pensaba que la idea era que nos acompañara, pero G.... tenía la consulta tan llena de gente, que resultó imposible.

La consulta de S.... está en el sótano de la clínica de la Paloma. Esto debe de ser casi normal cuando se trata de una enfermedad tan terrible como el cáncer. Hemos comprobado que la quimio, la radio o las consultas de los oncólogos suelen estar en zonas más o menos alejadas del gran público de las clínicas en las que se encuentran.

Le damos los datos a la enfermera, María, una chica rubia de pelo corto, que ahora nos vacila todo lo que le apetece cuando nos encontramos (y nosotros a ella, que todo hay que decirlo), y esperamos nuestro turno. Milagrosamente, Pilar no se fija en el cartelito de “oncología” que figura en una de las esquinas de la sala de espera en la que estamos. El pasillo es blanco, más bien cutre comparado con el resto de la clínica. Poco concurrido, a diferencia también del que alberga la consulta de G... Cuando María nos da paso, el corazón comienza a latirme desbocado. El doctor S... es un hombre mayor, de pelo blanco peinado hacia atrás y aspecto muy solemne. Nos da la mano y nos pide, sin más, todas las pruebas que le han hecho a Pilar, entre las que se encuentran los tacs y las ecografías. Sin decir una sola palabra, examina cuidadosamente, durante más de diez minutos, todo lo que le ponemos por delante. Coloca en la pantalla de luz los tacs, se lee todos los informes... Un trabajo minucioso. Cuando acaba, suelta de repente una frase para la historia, con su potente voz, parecida a la del cabo Bermejo cuando le dijo “pero tu, ¿a dónde vaaaas?” al soldado Pérez.

- Te tenemos que poner quimio, bonita.

Yo no sé donde meterme. Casi no me atrevo ni a mirar a Pilar para ver su reacción ante una bombarda como esa. Cuando me sobrepongo y escucho que ella dice “ah, vale” sonriendo, me quedo más tranquilo. Está tranquila, como sin entender muy bien lo que está ocurriendo.

Por enésima vez, S... dibuja el famoso circulito que representa la familia de los sarcomas, y la lentejilla dentro de el que representa al puñetero leiomiosarcoma. Nos explica que es muscular, que no tiene nada que ver con ningún órgano, que crece muy deprisa pero que no suele extenderse, lo cual es positivo. Que si crece encapsulado es de sencilla operación, como puede ser el caso, y que nos va a someter a sesiones de quimioterapia cada dos semanas. No hay que perder tiempo, así que para el mismo jueves encarga unos análisis de sangre, y nos dice que compremos un envase para análisis de orina de un litro (ni siquiera sabíamos que existían tan grandes) para analizar la orina desde ya hasta el jueves. Se despide de nosotros con una sonrisa, que compartimos Pilar y yo, y nos dice, por primera vez, y no única, su famosa coletilla: “vamos a por el”.

Como no podría ser de otro modo, Pilar sale, y al encontrarse con su padre, que nos había acompañado, se derrumba y empieza a llorar, al tiempo que le dice que le han prescrito sesiones de quimioterapia. Mi suegro parece desmoronarse también, y a continuación, yo, para no ser menos. Cuando sale María, la pizpireta María, y se encuentra con el cuadro, se acerca a Pilar, la anima y le dice que no pasa nada, que hoy en día el cáncer está muy superado, y tal y tal.

El trayecto a casa lo hacemos en silencio. Pilar está tranquila, pero seguro que piensa en el inminente encuentro con su madre. Cuando este se produce, y le cuenta lo que hay, empiezan otra vez a llorar las dos. Cuesta más trabajo dar la noticia a los padres que asumirla nosotros. Y es lógico. Para mis padres y los de Pilar, de otra generación, la palabra cáncer supone poco menos que una sentencia, ya que no son conscientes de lo mucho que se ha avanzado, y se sigue avanzando día a día, en su tratamiento.

Al día siguiente llamo a mis padres para darles la noticia, y me desmorono al comprobar lo triste que se queda mi madre. Después coge el teléfono mi padre, también llorando, y vuelvo a llorar...En fin, que en menos de dos días hemos perdido Pilar y yo aproximadamente dos litros de agua entre lágrimas y suspiros. Me parece mentira que cueste tanto controlar los sentimientos ante una noticia que yo conocía desde hacía más de un mes, pero debe ser lógico. Los sentimientos de cada uno dependen en gran medida de lo que reflejen los que nos rodean, y en este caso, como nadie sabía nada, todo el mundo estaba tranquilo, y yo con ellos.

El jueves, cuando vamos para que Pilar se haga el análisis de sangre, paseamos por la zona a la espera de los resultados, y Pilar me dice que llame a J..., mi amigo, para darle la noticia. “¿Ahora?”, pregunto, y me vuelvo a derrumbar, pero esta vez con el agravante de que estoy delante de Pilar, y lo último que quiero que ocurra es que me vea llorar. Ella se sorprende de mi reacción. Creo que debía ser la primera vez que me veía llorar, y me dice, tranquila y con una entereza que después ha demostrado a todo lo largo del proceso: “a ver si va a resultar que voy a tener que ser yo la que os anime a vosotros. A ver si va a resultar que soy la más fuerte”.

Me hubiera gustado responderle en ese momento “¿es que tienes alguna duda de que tu eres la más fuerte de todos nosotros?”, pero los gimoteos, los mocos y las lágrimas no me dejan articular palabra.

lunes, 21 de julio de 2008

El fantasma del doble J


El lunes 9 de Abril de 2007 todo vuelve a la normalidad. Finaliza la Semana Santa para casi toda España menos para Murcia (es una suerte. Llevo varios años disfrutando de los dos días suplementarios de vacaciones que se otorgan debido a la festividad del Bando de la Huerta, que se celebra en Murcia después de la Semana Santa), los médicos vuelven a sus consultas y los visitantes a visitar a sus familiares enfermos, que para eso están.

A veces pienso que las series televisivas que hablan de médicos están mal enfocadas. Personajes como House, el mítico y anticuado Marcus Welby, todos los doctores de Hospital Central, la reptilesca protagonista de “Anatomía de Grey” (¿no os parece que siempre sale con cara de lagarto, como de asco?), que tantas vocaciones han causado a lo largo de la historia de la televisión, acaban cansando, y creo que es por una razón: las series no deberían contar la historia de los médicos, sino la de sus pacientes, y me explico: todos conocemos de sobra las paranoias de House, sus extrañas relaciones con su jefa y con sus subordinados, sus miedos, sus fobias, sus manías, pero desconocemos absolutamente los sentimientos de los pacientes a los que trata en cada capítulo. Los pacientes son tratados en estas series como meros vehículos para el lucimiento de las habilidades de los protagonistas. Creo que alguien se forraría si mostrara a los pacientes como personas, como los protagonistas de la película, que es lo que son en el fondo. O al menos para mi lo era Pilar, por encima de cualquier otra consideración, aquel lunes en el que el bueno de G... regresó al mundo de los vivos y se la llevó para hacerle una radiografía, al objeto de comprobar si el tubo doble J era el causante de la infección.

Ni que decir tiene que, para aquel entonces, Pilar ya estaba casi perfectamente. Es otra de las cosas que nos sucedían en aquella época. Ante la presencia de G..., Pilar siempre se encontraba mejor que cuando no estaba delante el doctor, como una especie de jugarreta del destino, que hacía que mejorara, movida tal vez, inconscientemente, por el respeto a las batas.

El caso es que le hacen la radiografía... y el amigo doble J no se ve. Ni bien, ni mal, ni desplazado, ni en su sitio. Simplemente, no está, y punto. G... habla con el urólogo, viene a vernos a la habitación, y ligeramente cortado, nos dice que lo siente mucho, pero que el urólogo jamás colocó el doble J en la uretra de Pilar. Tócate los huevos. Al parecer, la vio tan inflamada por la presión a la que la estaba sometiendo el peloto que le quitó G..., que no se atrevió, y cuando G... retiró el peloto, la uretra volvió a la normalidad. Cosas que pasan. Por la cabeza se me pasa la peregrina idea de salir corriendo de allí, pero después comprendo la urgencia con la que se desarrolló la operación, y que se diera ese pequeño fallo. El caso es que estábamos convencidos de que la infección, que ya no existe, se debía al doble J, y resultó ser que no era así, ya que el doble J, simplemente, no existía.

El martes, mientras desayuno, G... entra en la cafetería, y me confirma el diagnóstico de leiomiosarcoma para el bulto que extrajo a Pilar. Como le extrañaba lo que había dicho Ch..., había querido asegurarse, y de ahí la tardanza en el análisis y posterior informe. Se confirma pues que se trataba de un cáncer maligno, pero también me dice que el lo quitó prácticamente en su totalidad, y que es muy posible, por no decir casi seguro, que no quede nada en el interior de Pilar. Como siempre, el bueno de G... trataba de abrir una puerta a la esperanza. Me habla por primera vez del doctor S..., el oncólogo que pasa consulta en la Paloma, y me dice que es toda una eminencia en la materia. Se muestra extrañado de que Pilar siga manchando, y me dice que el miércoles va a hacerle otra limpieza de bajos. Esa misma tarde vuelvo a Murcia, a trabajar miércoles, jueves y viernes. Aprovecho para confirmarle a JLM el diagnóstico definitivo, para que se vaya moviendo para mi traslado a Madrid, y el mismo viernes regreso de nuevo a la capital.

El viernes por la tarde, Pilar se encuentra perfectamente. Ha venido a visitarla una prima suya, y entre las dos están intentando desentrañar el misterio de una extraña faja que una enfermera le ha traído a Pilar para que se la ponga. Es de color marrón, viene envuelta en plástico, tiene agujeros por todas partes, y unas instrucciones de uso parecidas a las de un lavaplatos de última generación. Recuerdo a Pilar sentada al borde de la cama, con un brazo metido por uno de los agujeros, y sin saber que hacer con los otros tres. Recuerdo a la prima, con las gafas puestas, intentando comprender el batiburrillo que tenía delante, y recuerdo, sobre todo, el papel que había firmado Pilar, que estaba ahí, en la mesilla, esperando a que lo recogiera la enfermera. Cuando me da por leer el papel, le pregunto a Pilar “¿pero es que tú te llamas Dolores Peña?”. Me mira con cara de jueves, con la faja a medio poner, y me dice. “Anda, pues no. Es que la enfermera me ha enseñado esa firma, y como se parece tanto a la mía, no he caído”. Miro la firma, y desde luego se parece a la de Pilar como un huevo a una castaña. Corro al control, y le informo del error, más que nada porque me imagino a la pobre Dolores esperando su faja. La enfermera, una chica joven, viene y nos dice que se ha equivocado, que se trata de una faja para una liposucción, que perdonemos, que es nueva, que patatín, que patatán, y cuando viene la enfermera jefe se descojona de la risa, como todos nosotros. “¿Pero tú no te dabas cuenta de que la faja te quedaba como una tienda de camping?”, le pregunta la enfermera jefe a Pilar. Pilar no podía responder de la risa que le entró.

El caso es que el sábado le dan el alta a la buena de Pilar, y quedamos con G... en que el martes siguiente pasamos consulta y que después la verá el doctor S..., un internista amigo suyo. Al despedirnos de las enfermeras, Pilar les dice que el martes la va a ver también S...Las enfermeras saben perfectamente que S... es el oncólogo de la Paloma, pero son tan discretas que no dicen nada. Unicamente L..., la enfermera jefe de la mañana, me mira con cierta preocupación. En un aparte, G... me dice que ya ha hablado con S... para que sea discreto y para que envuelva en azúcar la noticia que le tiene que dar a Pilar, y que no me preocupe, que S es un médico muy humano y muy profesional, y que sabrá enfocarle el tema a Pilar perfectamente. Así que no me preocupo, y mientras vuelvo a Murcia, el domingo por la noche, le cuento a mi buen amigo J... toda la película. Me escucha sin decir ni esta boca es mía, por lo que intuyo que L..., su mujer, está escuchando la conversación. No existe peligro de que Pilar se entere, ya que faltan solo dos días para que se lo diga el oncólogo, y no es probable que vea a L... el lunes. Pilar es clarividente, pero solo si te mira a la cara, y L... es incapaz de disimular en vivo, pero sí por teléfono, así que intuyo que mi trabajoso voto de silencio está llegando a su fin.