martes, 26 de agosto de 2008

Episodio dos. El PET demoledor


El último día de radioterapia nos despidió una doctora joven, guapa, extranjera, de pelo bastante largo y muy negro, que nos entregó un volante para que nos hiciéramos un PET en unos quince días. Salimos de la clínica Ruber con la intención, antes de hacer nada, de consultar con S... la necesidad o no del PET, y a la semana volvimos a la misma Clínica Ruber, a estrenar la flamante consulta que se había montado S... los viernes por la mañana. Curiosamente, Pilar ya lucía una pelambrera bastante abundante, que le había crecido muy fuerte y que no había tardado nada en teñirse de un tono castaño bastante sugerente. Hicimos lo de siempre, nos dirigimos ni cortos ni perezosos a la barrera del aparcamiento, a la espera de que el guardia nos dejara aparcar en el interior. Pilar puso sus ojillos de cordero, pero el guardia nos dijo que no se podía aparcar en el interior. Mientras salíamos del recinto, le dije a Pilar “hay que joderse. Ya no das pena”. Ante ese comentario, se echó a reír con ganas.

S... nos recibió bastante contento. Todavía no tenía despacho para su consulta, por lo que ocupaba el despacho de un director de algo, lleno de cajas y de cosas que nada tenían que ver con su especialidad. Ni la pobre M..., su enfermera, disponía de bata, y recibía a los pacientes con un jersey verde y unos vaqueros. Nada de eso desanimaba a S..., al que la clínica Ruber le viene muy bien para pasar consulta, ya que vive cerca. Cuando le enseñamos el volante que nos había dado la doctora de radioterapia, nos dijo que no, que esperásemos más de quince días, ya que los efectos de la radioterapia podían desvirtuar el resultado del PET si se hacía el mismo en tan corto espacio de tiempo. Recuerdo que el corazón me dio un vuelco cuando añadió “y ya que es una prueba tan cara, y que no cubre vuestra sociedad, no es cuestión de tener que repetirla”. Hostia, tu. Pilar y yo nos miramos y le preguntamos con toda la inocencia de la que éramos capaces “¿cómo que no la cubre la sociedad?”. Nos enseñó el folleto de Asisa en el que se especifica que no se cubre el PET, a menos que sea para seguimiento de cierto tipo de tumores, como por ejemplo el de pulmón, pero que en ningún caso se cubre para un primer diagnóstico. “Pero Pilar ya ha tenido un tumor –traté de insistir sin demasiada convicción-. Es un seguimiento”. “Si –me contestó S...-, pero de un tumor que no está en esta lista. Mira”. Miramos los dos, y en efecto, no se nombraba el leiomiosarcoma para nada. ¿Cómo se iba a nombrar un tumor que es tan raro que ni siquiera aparece en muchos de los libros que por aquel entonces me leí sobre cáncer?.

S... nos explicó que el PET era como un escáner pero más a lo bestia, y que detectaba no solo los bultos mayores de un centímetro, sino la actividad y peligrosidad que estos pudieran tener. Es una prueba que se hace con contraste y que muestra cualquier alteración que pueda sufrir el cuerpo. En Madrid lo hacían en dos o tres sitios, y nos aconsejó que tratáramos de que Asisa se hiciera cargo del tema. Para darnos un balón de oxígeno, nos señaló que lo más sensato era que nos hiciéramos la prueba después de Navidades, ya que para esa fecha se habría asentado completamente el organismo de Pilar tras los tratamientos de quimioterapia y de radioterapia a que había sido sometida.

Así pues, pasamos unas navidades tranquilas, en familia, viendo escaparates, atiforrándonos de comida y bebida, y soportando atascos, como todo el mundo. Prácticamente al día siguiente de comernos el último trozo de roscón, llamamos a la Clínica López Ibor, y nos dieron cita para el 14 de Enero de 2008.

Recuerdo que aquel lunes hacía bastante frío. Nos presentamos en la Clínica después de caracolear bastante por el barrio del Pilar. La Clínica está situada en una zona bastante tranquila, y tiene una superficie de aparcamiento ajardinada y llena de árboles. El ala en la que hacen los PET no está en la misma Clínica, sino en un lateral de la misma al que se accede de forma independiente. Cuando llegamos no había nadie. Por no haber, no había ni mostrador. Llamamos a un timbre que había junto a una puerta cerrada a cal y canto, y al rato salió una enfermera y un hombre que debía ser el administrador, porque enseguida nos sugirió que reclamáramos a Asisa con la factura que nos iba a dar, y que le aconsejaba lo mismo a todo el mundo.
Cuando después de casi una hora volvió a entrar Pilar para que le inyectaran el contraste necesario para el PET, salió también inmediatamente una enfermera para decirnos que la máquina se había estropeado, y que estaban esperando al técnico. Al parecer, según me contó Pilar, la máquina se había estropeado con un señor dentro, que tuvo que esperar varias horas a que llegara el mecánico. Cosas de los artilugios modernos, que a veces te la juegan. El caso es que, después de casi cuatro horas, y de haberme leído toda la colección de revistas que tenían allí (un montón de revistas de los temas más variados, que todo hay que decirlo), salió la buena de Pilar con su prueba hecha, y un justificante que valía para recoger los resultados al día siguiente. En el transcurso de ese tiempo, en la sala de espera se había sentado a mi lado un señor, que acompañaba a una monja que se iba a hacer la prueba. Mientras esperaba, abrió un libro en el que había escritos pentagramas de salmos religiosos, y mientras los leía movía lentamente las manos como si estuviera dirigiendo una orquesta. Cuando salió Pilar, me despedí de el deseando que la espera fuera corta, y nos fuimos a casa.

5 comentarios:

Andres Pons dijo...

MAdre mia, como funciona todo.

Anita dijo...

Muchas gracias por este nuevo relato sobre la enfermedad de Pilar, tan entrañable como todos.
Besitos a los dos.

Anónimo dijo...

No te puedes hacer idea, Andrés.

Gracias a vosotros por leerlos, Anita. De no ser por la acogida que ha tenido esta idea, no habría seguido con ella.

Un abrazo a los dos

Charo Bolivar dijo...

Pues si que tienes que seguir con ella, adelante siempre por Pilar.

Besos

Anónimo dijo...

Gracias, Charo. Pienso seguir, no lo dudes. Contra viento y marea, y hasta sin ordenador, si hace falta.

Un beso muy grande.