viernes, 22 de agosto de 2008

Fin de la primera parte


Las sesiones de radioterapia se desarrollaron durante los meses de septiembre, octubre y los primeros días de noviembre de 2007. Las veinte sesiones iniciales se convirtieron finalmente en nueve más. Las lógicas interrupciones producidas por desajustes en la máquina, por mal funcionamiento o por una irritación que sufrió Pilar hacia la mitad el proceso, hicieron que aquello, a pesar de que las sesiones eran diarias, se prolongara más de la cuenta.

Con la radioterapia nos anclamos profundamente en la rutina. Recogía a Pilar al salir del trabajo, nos dirigíamos al Ruber a eso de las siete y media, le poníamos carita de pena al vigilante del parking para que nos dejara aparcar en la zona vip (ninguno de los tres vigilantes que conocimos nos negó jamás la entrada), y a esperar la sesión. El único cambio se producía los viernes, día en que la sesión era de braquiterapia. Pilar prefirió que le dieran esta sesión por la mañana, y cogía un autobús cerca de casa que la dejaba en la misma puerta de la Ruber. Aquello era una muestra más de que por aquel entonces, después de haber finalizado las sesiones de quimio, se encontraba perfectamente, ya que la radio no le produjo síntomas en ningún momento, salvo aquella irritación que ya he comentado.

Dicen que el roce hace el cariño, y en el caso de las sesiones de radioterapia de la Ruber, esa frase es todo un dogma de fe, porque siempre coincidíamos, prácticamente día a día, las mismas parejas. Si alguna vez se había retrasado la sesión, los que se la daban antes que nosotros todavía estaban allí, y los que se la daban después llegaban antes de que nos la dieran a nosotros, así que en unos pocos días ya nos conocíamos casi todos los que estábamos allí. Las que se trataban (normalmente mujeres) se distinguían por sus pañuelos o sus pelucas en la cabeza, aunque a un par de ellas no les importaba en absoluto mostrar su pelo corto o casi inexistente. El estado de salud de casi todas era muy bueno, hasta el punto de que empezábamos a contar chistes o anécdotas relacionadas con las sesiones, y no parábamos. Pilar y yo recordamos especialmente a varias personas que coincidieron con nosotros en aquellos meses y en las mismas circunstancias. Había una pareja que vivía en Matalpino, y que venía todos los días desde allí. Recuerdo una ocasión en la que hablaba con el marido, un hombre muy amable con melenita de heavy, y resultó que el hombre tardaba menos desde Matalpino en llegar a la clínica que yo desde nuestro barrio. Enigmas de los atascos en la M-40 a esa hora de la tarde, sin duda. Su mujer, que era precisamente una de las que lucía con orgullo su escasa pelambrera, entraba con una alegría a las sesiones digna de envidia, y salía también riendo. A veces se quedaban un rato más, contando chistes o hablando con alguien. formaban una pareja encantadora.

Como lo era también, sin ninguna duda, una pareja que vivía en Alcorcón, y a la que la noticia del cáncer que sufría la mujer les había pillado en plena reforma de la casa. El marido me contaba que se les había venido el mundo encima, pero que ya se habían adaptado perfectamente a la nueva situación y lo estaban superando perfectamente. Recuerdo con especial cariño a este hombre, muy tímido al principio y muy cordial a medida que avanzábamos en nuestra relación. Una vez me sinceré con el, le conté mis impresiones sobre lo que le estaba ocurriendo a Pilar, mis miedos, mis pesadillas y mis alegrías, y me confesó que a el le había ocurrido exactamente lo mismo, con las mismas sensaciones de impotencia y de fortaleza que se suelen sentir en cada uno de los procesos que se siguen en este tipo de enfermedad. Recuerdo también a su mujer, de voz muy dulce, que me preguntaba por Pilar cuando llegaba a la sala de espera y mi mujer ya había entrado, y que cuando salía Pilar de la sesión, se sentaba a su lado para hablar de bolsos, de pañuelos o de cualquier otra cosa que les viniera a la cabeza.

Hacia la mitad de las sesiones llegó otra pareja en la que el afectado era el. Se le notaba en la cara que llevaba ya bastantes tiros pegados con el cáncer, ligeramente demacrada, pero con una fuerza vital impresionante. La quimioterapia no le había hecho mucho efecto debido a que tenía unas defensas tan fuertes que literalmente “se comían el tratamiento”, según sus propias palabras. Era un incombustible contador de chistes, con un gran sentido del humor. Acabó antes que nosotros, por lo que dedujimos que sus sesiones serían de otra naturaleza más suave que las que le estaban dando a Pilar.

Los jueves, desde el primero, ocurría un suceso curioso. Frente a la zona de espera para las sesiones, había una puerta de madera que permanecía siempre cerrada, excepto los jueves por la tarde. La primera vez vimos que un médico bastante mayor, de aspecto decrépito y dientes “como de conejo”, según dijo Pilar, abría la puerta, dejaba en el interior de la consulta unos papeles, salía a la zona y decía “Pilar”. Ligeramente extrañados, nos identificamos levantando la mano, y el bueno del doctor nos dijo, con una vocecilla a la que le parecía costar trabajo salir del cuerpo “después de la sesión te veo”. Nos miramos extrañados, y nos quedamos más extrañados todavía cuando, apenas cinco minutos después, volvió a asomarse a la zona de espera, volvió a decir “Pilar”, y cuando Pilar levantó la mano, volvió a decir “después de la sesión, te veo. ¡A aquel buen hombre se le había olvidado que ya nos había avisado!. La consulta con aquel médico consistía básicamente en que hacía una marca en el papel a la sesión correspondiente, miraba a Pilar por sus zonas bajas, nos vacilaba un poco con su número de socio del Real Madrid (uno de los primeros), nos contaba un par de chistes malos que solo entendía el, nombraba a Pilar de mil maneras diferentes (Pilar, Pilarita, Pilara, Pilarín...), y nos despedía hasta el próximo jueves. Uno de los mayores sustos de nuestra vida nos lo pegó este hombre cuando nos dijo que alguien había escrito en el papel correspondiente a Pilar que a lo mejor era precisa una pasada con el Cyberknife. Ante mi alarma, más que nada por los 12.000 euros que costaba la sesión en la maquinita, no se le ocurrió otra cosa que contarme uno de sus chistecitos, que no me hizo ninguna gracia. Por suerte, se trataba al parecer de un error, porque cuando acabamos las sesiones no nos mencionaron el asunto del cyberknife para nada. Con el tiempo llegamos a la conclusión de que la única misión de este hombre consistía en detectar posibles quemaduras producidas por la máquina e interrumpir el tratamiento durante unos días, como ocurrió con Pilar cuando detectó la pequeña irritación en sus ingles. Le recetó una pomada, le contó un chiste, y hala, a correr hasta el próximo jueves.

Sin ninguna duda, el personaje más curioso que conocimos en aquellas sesiones de radioterapia, era una mujer mayor, bastante gruesa, de pelo muy corto blanco, gruesas gafas de cuello de botella y una voz muy profunda, que me recordaba a la de algunos travestís famosos, como ese de los labios gruesos cuyo nombre no recuerdo. La buena mujer recorría cada día más de medio Madrid para llegar a la clínica en taxi, y no solo eso, sino que le obligaba al taxi a esperarla. Una fortuna, vaya. Iba cargada de joyas y de anillos bastante raros. Una curiosidad, ya que sabía de sobra que la iban a obligar a despojarse de todo nada más entrar a la sala de radioterapia. Era infinitamente distraída, hasta el punto de preguntarse, siempre en voz alta, donde había podido olvidársele el bolso, cuando lo tenía cogido entre las manos. En otra ocasión, juraba y perjuraba que el taxista le había robado los quinientos euros que llevaba en el bolso. El caso es que cuando llegaba ella se hacía el silencio, entre otras cosas porque la buena mujer no paraba de hablar. Se quejaba de sus innumerables dolores, de la cabeza, que la tenía “ida”, según decía ella, y de la cantidad de pasta que le costaba llegar ahí todos los días, lo que le producía taquicardia y ansiedad. Una tarde se quejó de que había perdido un amuleto auténtico, y no paró hasta que los radiólogos salieron a las cabinas y comprobaron que no se le había caido al desnudarse el día anterior. Nos contó entonces que era sanadora, pero sanadora de verdad, por la santería cubana, y que estaba así precisamente porque había ido absorbiendo los males de todos sus pacientes. En fin...

Después de las veinte sesiones, nos recetaron un PET, y cuando hablamos con S, nos dijo que esperáramos hasta después de navidades, allá por Enero, y que la primera parte había finalizado por fin.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Felixon:
Gracias por compartir tus pensamientos con nosotros. No se si has leído una entrevista a Toni Nadal publicada en EL PAIS en 2 de agosto. Me gusta, la filosofía de vida, creo que siempre he pensado eso, pero lo veo mejor expresado por él. Si tienes tiempo, me gustaría saber tu opinión.
Un saludo y mucho ánimo.

Basilio

Anita dijo...

¡Qué bien! reencontrarme con Pilar después de mis vacaciones. Ya estoy puesta al día jejeje.
¡Cuántos recuerdos! al leer este último relato de la radioterapia. Me he reido un montón con la santera cubana, esta buena mujer es como los "videntes" que averiguan el número que va a salir en la lotería pero no compran el décimo ¿?. Me ha venido a la cabeza también una señora como de sesenta y pico años que venía desde Segovia a ponerse la radioterapia donde yo iba, y a la que evitabamos porque todo su afán era enseñarnos los efectos de la radioterapia sobre su maltrecha "dominga".Hasta las técnicas, al tanto de la situación, la pasaban primero para que se marchara pronto.
Pero ¿sabeis para mí lo bueno de todo esto? que lo podemos contar y además nos estamos riendo con ello.
Besos para los dos.
Ana

Anónimo dijo...

Gracias por la referencia, Basilio. Intentaré buscar la entrevista a través de Internet, y te prometo leerla y darte mi opinión.

Anita, bienvenida. Espero que lo hayas pasado fenomenal en tus vacaciones. Tienes razón, es un lujo recordar estas cosas y poder reírse de ellas. Supongo que será porque, hasta ante una situación así, si rebuscas un poco siempre encontrarás un motivo para quitarle hierro al asunto, ¿no te parece?. Nosotros recordamos la fase de la radioterapia con mucho cariñi, porque conocimos gente muy entrañable y con un estado de ánimo fenomenal.

Gracias a los dos por vuestros comentarios. leerlos me provoca siempre el pensamiento de que realmente merece la pena continuar con esta historia. Gracias, de verdad.

Anónimo dijo...

Basilio, perdona, pero he estado buscando en la edición del 2 de Agosto del País, y no veo ninguna entrevista a Toni Ndal. ¿Seguro que era ese día?. ¿No sería en alguno de los suplementos?. Por favor, si puedes, dame más datos, porque ya me has dejado intrigado.

Gracias, y un saludo.

Anónimo dijo...

Querido Felixon:
La entrevista está en esta dirección:
http://www.elpais.com/articulo/ultima/ser/feliz/hay/ser/austero/elpepiult/20080802elpepiult_1/Tes

Una vez leí una frase que decía algo parecido a "la cosa no está en lo que se dice, sino como se dice, la cosa no está en lo que se hace, sino en como se hace y sobre todas las cosas en como se mira cuando se hace y dice".

Esto viene a cuento porque al buscar la entrevista me he preguntado si no fuí yo el que la miré de un modo diferente.

Un fuerte abrazo,

Basilio

Ikki dijo...

Hola mi nombre es Daniel y yo he sufrido la perdida de mi prometida por un sarcoma de partes blandas.

Es muy doloroso.

Yo te pido que ahora uses este su blog para ayudar a gente que sufre esta terrible enfermedad que es el cancer, no dejes que se pierda el conocimiento adquirido.

Te dejo el link del blog de mi reyna. saludos.

http://cancerenjovenes.blogspot.com/

mi mail.

danielomendoza@yahoo.com.mx