lunes, 4 de agosto de 2008

Quimio, sweet quimio


El mismo jueves 19 de Abril por la tarde volvimos a visitar al doctor S..., después de los análisis y de un par de días de lágrimas y suspiros varios. La segunda visita, como suele suceder con casi todo, no resultó ni mucho menos tan trágica como la primera. Más o menos sabíamos ya a lo que nos estábamos enfrentado, y S..., en su infinita bondad, nos dulcificó bastante el asunto diciéndonos que la quimioterapia no es hoy ni mucho menos lo que era hace tan solo seis o siete años, que va evolucionando día tras día, y que los efectos secundarios no son los de antes.

Después de revisar los análisis, y de haber estudiado en profundidad y de una forma personalizada el caso de Pilar en particular, y sus posibles consecuencias para esa uretra que no terminaba de ponerse en su sitio, S... se decidió por un tratamiento, a realizar cada quince días en el hospital de día de la Clínica Moncloa, consistente en la administración de 8 mgr de Zofrán, seguidos de otros 8 mgr de Fortecortín, como aperitivo. De plato principal, 65 mgr de Taxotere, y de segundo plato, 2500 mgr de Gemcitabina. Como postre, para subir sobre todo un poco el hematocrito, que lo tenía algo bajo, Venofer en vena, hierro puro para la sangre. Una duración total de unas seis horas entre unas cosas y otras. S... nos dice que con este tratamiento existen unas posibilidades de curación de más del noventa por ciento, siempre, claro está, que Pilar lo tolere bien. El procedimiento es sencillo: la secretaria del doctor S... envía un fax a la Clínica Moncloa para que preparen el tratamiento, y para el martes 24 de Abril, la fecha indicada, estará todo a punto. Después, S... nos entrega todo un catálogo de posibilidades de efectos secundarios y su tratamiento, si es que se producen. La lista parece un vademécum de medicina en su integridad: diarreas, estreñimientos, vómitos, fiebre, llagas en la boca, molestias oculares, ansiedad, taquicardias. S... intenta tranquilizarnos, y nos dice que no se suelen producir nunca estas cosas, y sobre todo nunca todas a la vez, pero que es su obligación entregar el papel, por si acaso. También nos dice que es casi seguro que Pilar perderá el pelo en su totalidad después de la segunda o la tercera sesión, y que la forma de perderlo será muy aparatosa, con grandes mechones desprendidos de forma irregular durante la noche. Lo mejor que se puede hacer, nos aconseja, es cortarlo del todo en cuanto se empiece a caer. La verdad es que a Pilar lo que menos le importa es lo del pelo. Le trae completamente al pairo, vaya. La mujer tiene el santo cuajo de meterse en el Corte Inglés nada más terminar la consulta, para comprarse toda una colección de pañuelos de diferentes colores.

El martes 24 de Abril nos presentamos a la primera sesión de quimio, a primera hora de la mañana. Ni que decir tiene que Pilar está bastante más tranquila que yo. El hospital de día de la Clínica Moncloa para tratamientos de quimioterapia es una gran sala llena de sillones, bastante cómodos, en los que se sientan los enfermos a tratar para recibir sus dosis. Las enfermeras tienen cara de estar curtidas en cien batallas, y acogen a Pilar con gran afecto y cariño desde el primer momento. Al principio me quedo con ella, pero después, viendo que los demás pacientes no tienen a ningún acompañante al lado, me salgo, con la intención de entrar más o menos cada hora. He decidido quedarme con Pilar en esta primera sesión, más que nada por el asunto de la incertidumbre, pero viendo lo tranquila que está, estoy seguro de que en la siguiente me envía a Murcia sin ninguna compasión.

Después de un rato vuelvo a sentarme un rato con ella y a dejarle las revistas que me ha pedido que le comprara. Uno de los pacientes está comiéndose tranquilamente un sándwich de jamón, y Pilar me dice que me acerque a traerle algo, que también tiene hambre. Buena señal. De momento está aguantando la quimioterapia como si de una droga para animarse se tratara. Las enfermeras ya la han informado de los dañinos efectos del sol (deja manchas que no se van nunca) y de la necesidad de colocarse una crema protectora, de la cantidad de líquido que tiene que beber, y de lo asquerosos que le van a resultar los olores de los alimentos después de un par de días. Mi hermano me aconseja que los primeros días después del tratamiento no le hagamos sus platos preferidos, ya que es muy posible que les coja manía por el olor. Nada de esto parece tener sentido en estos momentos. Pilar está tranquila, eufórica, y ya se ha hecho íntima amiga de unos cuantos pacientes, dos mujeres y un hombre, que están sentados a su lado. Una de las mujeres lleva un portacad, y le cuenta a Pilar sus ventajas. Evita el pinchazo en unas venas que al parecer se van endureciendo con la quimioterapia, es más cómodo y reparte mejor la quimio... En fin, que parece la panacea. La otra mujer me dice que cuanto debo de querer a mi mujer, si me presento a verla cada veinte minutos, y le digo que, si no voy a verla, me mata, provocando la risa de las mujeres. Buen rollito, vaya. A eso de las cuatro, desenchufan a Pilar el último cartucho, envuelto en papel albal por su calidad de fotosensible (los medicamentos de quimioterapia son sensibles a la luz), y le meten el último chute, el Venofer, para subirle el hematocrito. No sé si será una neura mía, que con toda seguridad lo es, pero me parece que los labios de Pilar se van poniendo cada vez más rojos a medida que recibe el líquido. Después, una ampolla para limpiar las venas, y a casa. Ni que decir tiene que los pacientes se pueden levantar cuando quieran para ir al baño, para colocarse mejor delante de la televisión... Nos imaginábamos la quimioterapia poco menos que como una diálisis, y esta primera sesión ha servido para darnos cuenta de que no es así, de que es bastante más suave.

Los siguientes días los pasa Pilar esperando acontecimientos. El mismo martes por la tarde me voy a Murcia después de dejarla en casa. La llamo el miércoles, y todo va bien. La llamo el jueves, y lo mismo. Es el viernes, y parte del sábado, cuando le pega un bajón en el que no puede ni con su alma, y se tiene que acostar, pero el mismo domingo comienza a recuperarse otra vez. El martes toca análisis (una semana después de la sesión), el jueves otra vez consulta, y así cada quince días. Estamos empezando a meternos en la rutina de la quimioterapia.

6 comentarios:

Andres Pons dijo...

Lo importante es mantenerse fuerte.

Charo Bolivar dijo...

Hola amigo, estoy en tu tierra ahora mismo, esta semanita la paso en Madrid. Hoy he estado viendo la Biblioteca Nacional y algo del centro. Por aquí ando hasta el viernes.

Un beso

Anónimo dijo...

!! Coño !!. Haber avisao, y le había hecho un lifting a la Cibeles. Yo estoy atufao de trabajo, entre otras cosas porque acabo de llegar de vacaciones, y mañana tengo cenita familiar, pero el viernes, si te apetece, podemos tomar una cañita por la tarde, si es que no vuelves antes a las Cataluñas.

Un besote

Charo Bolivar dijo...

Mañana viernes nos vamos para Guadalajara al mediodía, me parece que esta vez no va a ser posible que nos veamos, pero en una próxima (que habrá próxima porque esto del AVE es un gran invento) espero poder tomarme esa cañita contigo.

Besos

Anónimo dijo...

Hola

No te imaginas lo identificada que me he sentido al leer esta parte, especialmente la de los pañuelos, yo hice exactamente lo mismo y la de la quimio no la podias haber descrito mejor.

abrazos a los dos.
Lola

Anónimo dijo...

Gracias, Lola. Es una cuestión bastante dura, sobre todo para vosotras, pero si la sobrellevas con entereza y sentido del humor, lo único complicado acaba resultando ser elegir el pañuelo que más acorde vaya con el vestido que lleves en cada momento. Espero que con la quimio tuvieras tanta suerte como tuvo Pilar, y que todo te vaya (o mejor, que te haya ido) fenomenal.