viernes, 25 de julio de 2008

El chiste del legionario


Existe un chiste, bastante antiguo, en el que dos capitanes de la Legión reciben la noticia de que ha fallecido la madre de uno de sus soldados. “Vaya mala noticia –comenta uno de ellos-. ¿Y a quien le encargamos que se la diga al soldado Pérez?”. “Al cabo Bermejo –contesta el otro-. Es el más indicado. Es humano, discreto, sensible...Sin ninguna duda, es la persona más indicada para darle la noticia al pobre soldado Pérez”. Así pues, el cabo Bermejo reúne a la tropa en el patio del cuartel, y con su potente voz de legionario curtido en cien batallas, grita: “A ver. Todos los que tengan madre, que den un paso al frente”. El soldado Pérez, que lógicamente no sabe nada, se adelanta junto con unos cuantos compañeros. El cabo Bermejo se acerca a el, le pega un empujón en el pecho y le dice “pero tú, ¿a dónde vaaaaaaaassss?”.

Una cosa bastante parecida sucedió aquel martes 17 de Abril de 2007, día de infausto recuerdo donde los haya. Volví de Murcia al mediodía, y me encontré con Pilar muy mejorada, con el apetito completamente recuperado y muy buen color. Atrás habían quedado los días de fiebre, sudor y palidez. Fuimos a ver al bueno de G... a la Paloma, y se alegró de que la recuperación se estuviera desarrollando de una forma tan completa. Al terminar la consulta, nos dijo: “bueno, muy bien, pues ahora os acercais a ver a mi amigo, el doctor S...”. Yo pensaba que la idea era que nos acompañara, pero G.... tenía la consulta tan llena de gente, que resultó imposible.

La consulta de S.... está en el sótano de la clínica de la Paloma. Esto debe de ser casi normal cuando se trata de una enfermedad tan terrible como el cáncer. Hemos comprobado que la quimio, la radio o las consultas de los oncólogos suelen estar en zonas más o menos alejadas del gran público de las clínicas en las que se encuentran.

Le damos los datos a la enfermera, María, una chica rubia de pelo corto, que ahora nos vacila todo lo que le apetece cuando nos encontramos (y nosotros a ella, que todo hay que decirlo), y esperamos nuestro turno. Milagrosamente, Pilar no se fija en el cartelito de “oncología” que figura en una de las esquinas de la sala de espera en la que estamos. El pasillo es blanco, más bien cutre comparado con el resto de la clínica. Poco concurrido, a diferencia también del que alberga la consulta de G... Cuando María nos da paso, el corazón comienza a latirme desbocado. El doctor S... es un hombre mayor, de pelo blanco peinado hacia atrás y aspecto muy solemne. Nos da la mano y nos pide, sin más, todas las pruebas que le han hecho a Pilar, entre las que se encuentran los tacs y las ecografías. Sin decir una sola palabra, examina cuidadosamente, durante más de diez minutos, todo lo que le ponemos por delante. Coloca en la pantalla de luz los tacs, se lee todos los informes... Un trabajo minucioso. Cuando acaba, suelta de repente una frase para la historia, con su potente voz, parecida a la del cabo Bermejo cuando le dijo “pero tu, ¿a dónde vaaaas?” al soldado Pérez.

- Te tenemos que poner quimio, bonita.

Yo no sé donde meterme. Casi no me atrevo ni a mirar a Pilar para ver su reacción ante una bombarda como esa. Cuando me sobrepongo y escucho que ella dice “ah, vale” sonriendo, me quedo más tranquilo. Está tranquila, como sin entender muy bien lo que está ocurriendo.

Por enésima vez, S... dibuja el famoso circulito que representa la familia de los sarcomas, y la lentejilla dentro de el que representa al puñetero leiomiosarcoma. Nos explica que es muscular, que no tiene nada que ver con ningún órgano, que crece muy deprisa pero que no suele extenderse, lo cual es positivo. Que si crece encapsulado es de sencilla operación, como puede ser el caso, y que nos va a someter a sesiones de quimioterapia cada dos semanas. No hay que perder tiempo, así que para el mismo jueves encarga unos análisis de sangre, y nos dice que compremos un envase para análisis de orina de un litro (ni siquiera sabíamos que existían tan grandes) para analizar la orina desde ya hasta el jueves. Se despide de nosotros con una sonrisa, que compartimos Pilar y yo, y nos dice, por primera vez, y no única, su famosa coletilla: “vamos a por el”.

Como no podría ser de otro modo, Pilar sale, y al encontrarse con su padre, que nos había acompañado, se derrumba y empieza a llorar, al tiempo que le dice que le han prescrito sesiones de quimioterapia. Mi suegro parece desmoronarse también, y a continuación, yo, para no ser menos. Cuando sale María, la pizpireta María, y se encuentra con el cuadro, se acerca a Pilar, la anima y le dice que no pasa nada, que hoy en día el cáncer está muy superado, y tal y tal.

El trayecto a casa lo hacemos en silencio. Pilar está tranquila, pero seguro que piensa en el inminente encuentro con su madre. Cuando este se produce, y le cuenta lo que hay, empiezan otra vez a llorar las dos. Cuesta más trabajo dar la noticia a los padres que asumirla nosotros. Y es lógico. Para mis padres y los de Pilar, de otra generación, la palabra cáncer supone poco menos que una sentencia, ya que no son conscientes de lo mucho que se ha avanzado, y se sigue avanzando día a día, en su tratamiento.

Al día siguiente llamo a mis padres para darles la noticia, y me desmorono al comprobar lo triste que se queda mi madre. Después coge el teléfono mi padre, también llorando, y vuelvo a llorar...En fin, que en menos de dos días hemos perdido Pilar y yo aproximadamente dos litros de agua entre lágrimas y suspiros. Me parece mentira que cueste tanto controlar los sentimientos ante una noticia que yo conocía desde hacía más de un mes, pero debe ser lógico. Los sentimientos de cada uno dependen en gran medida de lo que reflejen los que nos rodean, y en este caso, como nadie sabía nada, todo el mundo estaba tranquilo, y yo con ellos.

El jueves, cuando vamos para que Pilar se haga el análisis de sangre, paseamos por la zona a la espera de los resultados, y Pilar me dice que llame a J..., mi amigo, para darle la noticia. “¿Ahora?”, pregunto, y me vuelvo a derrumbar, pero esta vez con el agravante de que estoy delante de Pilar, y lo último que quiero que ocurra es que me vea llorar. Ella se sorprende de mi reacción. Creo que debía ser la primera vez que me veía llorar, y me dice, tranquila y con una entereza que después ha demostrado a todo lo largo del proceso: “a ver si va a resultar que voy a tener que ser yo la que os anime a vosotros. A ver si va a resultar que soy la más fuerte”.

Me hubiera gustado responderle en ese momento “¿es que tienes alguna duda de que tu eres la más fuerte de todos nosotros?”, pero los gimoteos, los mocos y las lágrimas no me dejan articular palabra.

4 comentarios:

Andres Pons dijo...

Tienes una mujer increible.
Felices vacaciones.

Unknown dijo...

Os merecéis esas vacaciones, por todos los malos momentos que habéis pasado, y sobre todo, por que eso quiere decir, que la cosa está controlada.
Disfrutad del viaje. Sois grandes.
Un saludo y un abrazo

Víctor Hugo Escalante Razo dijo...

¿Ya ves lo que te pasa por guardarte las cosas tanto tiempo? ¿Te has fijado que a los hombres nos encanta hacernos los duros cuando en realidad somos tiernos conejitos? Y bueno, mi impresión de Pilar cada vez es mejor. Eres afortunado, amigo mío. Que pasen buenas vacaciones y que todo esté muy bien.

Charo Bolivar dijo...

Vaya calvario, tío. Pero es increible la entereza que tienes para contarlo. Tengo una amiga de la infancia (casi una hermana) que pasó por eso que ella llama "malestar". No quiere llamarlo por su nombre porque así le da fuerza a esa palabra. Hace cinco años que tuvo al última recaída, y cada vez que la veo pienso en lo fuerte que puede ser una persona cuando se le diagnostica una enfermedad. Pilar seguro que fue la más fuerte de todas, porque las ganas de salir adelante pueden más que cualquier otra cosa.

Un beso, y que te vaya bien por Alemania, al menos no tendréis mucha calor.