viernes, 4 de julio de 2008

Domingo negro




La semana de la operación transcurre con absoluta normalidad. Salvo los primeros días después del miércoles, en los que a Pilar le duele la herida más de lo habitual y se despierta a veces por la noche con nauseas, el resto del tiempo es una balsa de paz. En una de esas noches, no recuerdo si la del jueves o la del viernes, G... nos dice que es muy normal que le duela, y mucho, ya que le ha tenido que hacer, al parecer, una auténtica carnicería. El cirujano se fija cada vez que viene en el color de la orina, en el drenaje que le ha colocado en la tripa para la supuración de la herida, y en el estado de ánimo, que casi siempre es bueno.

El jueves por la mañana, concretamente, Pilar recibe a G... sentada en la silla, cuando apenas han pasado veinticuatro horas de la operación. Está medio mareada todavía por la anestesia. G... se sienta en el sofá, a su lado, y Pilar vomita compulsivamente una buena cantidad de bilis. “Así es como me gusta que me reciban mis pacientes”, comenta G...para quitarle hierro al asunto, a lo que Pilar responde con otra vomitona espectacular. El resignado doctor espera a que finalice la catarata de bilis para decirnos que todo va según lo esperado, que Pilar se está recuperando muy bien, y que si la cosa sigue así es muy posible que la próxima semana nos de el alta. Yo estoy más o menos tranquilo, más que nada por el atisbo de esperanza que nos dio al decir que seguramente el tumor era benigno, y porque siempre he supuesto que un cirujano, al abrir a un paciente, sabe perfectamente si lo que tiene su paciente es normal o es maligno. Cuando G... no ha comentado nada al respecto, se supone que no hay ningún problema.

Ante este momentáneo estado de autoconvencimiento de que la cosa va bien, me relajo por primera vez en semana y media, y me dedico, como aquel que dice, a hacer turismo por la zona y a robarle a Pilar fotografías, como si de una modelo en pelotas de las que salen en Interviú se tratara. Ni que decir tiene que Pilar protesta airadamente cuando nota el flash de la cámara, pero yo sigo machacando, entre otras razones porque las protestas le dan vidilla al aburrimiento.

Descubro en mis peregrinaciones por la zona un VIPS cercano, situado en la calle Julian Romea, en el que desayuno durante los cuatro días que restan de semana. Durante el jueves y el viernes está bastante animado, con estudiantes, oficinistas de Hacienda, trabajadores de los hospitales cercanos. El sábado apenas hay nadie, y el domingo, no solo el VIPS, sino el trayecto hasta el mismo, dan incluso un poco de miedo, porque no me encuentro con un alma.

Físicamente, la pobre Pilar está hecha un cromo, pero al menos se puede sentar sin que le duela. Nuestros paseos son bastante más lentos que antes de la operación, entre otras cosas porque salimos al pasillo cargados de bolsas, tubos y esa gran percha de la que cuelgan tanto el suero como los medicamentos que le están poniendo para prevenir la infección. Me da la impresión de estar paseando con un astronauta, y cuando se lo digo se ríe. Visitamos a niños mundi. Según la hora, el patio está frecuentado primero por los más pequeños, los del baby azul, los afortunados que atacan con verdadera dedicación las cestas de bocadillos, si es que les deja algo “zampabollos”, que no perdona ni un solo día. Después salen los de doce o trece años, que juegan al fútbol, tiran la pelota cada dos por tres por encima de la valla y reclaman su devolución al primer transeúnte que se la encuentre. En este sentido, asistimos a un curioso acontecimiento –hay que joderse. En circunstancias como las nuestras, cualquier cosa, por nimia que sea, nos parece un acontecimiento-. Un hombre mayor coge la pelota, y al tratar de pasarla por encima de la valla, falla, y la pelota vuelve a sus pies. “Con más técnica, señor”, grita entonces un crío. El hombre vuelve a tirar, ligeramente nervioso, y vuelve a fallar, de forma que la pelota rebota en un lugar de la valla inferior al anterior. “Con más técnica y con algo más de fuerza, señor”, vuelve a gritar el mismo crío, despertando esta vez las risas de todos los testigos, tanto sus compañeros como de las personas que componen el trasiego diario a la clínica. Después de estos, salen al patio los que Pilar y yo denominamos los “gansopollinos”, adolescentes con la cara llena de granos, que juegan al fútbol o al baloncesto para lucirse delante de los corrillos de sus compañeras, que a su vez no sueltan el móvil ni para sujetarse el pelo. Quien pillara una edad como esa.

Los días laborables recibimos pocas visitas. El viernes por la tarde, mi hermana vuelve a recoger a Sergio, que está encantado de quedarse todo el fin de semana con sus primos. El sábado, después de la visita de Garzón, empezamos a recibir visitas de familiares y amigos. Pilar atiende a todos con una sonrisa en la cara, y se muestra dicharachera, muy animada y con ganas de jarana. Al final del día, tanto movimiento le pasa factura, y se muestra cansada y con un poco de fiebre. Por la noche se queja un poco de que le duele la herida. Cuando le cojo la mano y le digo que todo va a salir muy bien, me dice que ya lo sabe, que a ella no le puede pasar nada porque es una buena persona. Así de simple. Con un argumento con ese, me desarma por completo, porque tiene toda la razón. Nunca he conocido a nadie con el que Pilar haya tenido un cabreo o unas malas palabras. Se ha pasado toda la vida repartiendo cordialidad entre los que la rodean, y aunque a veces se muestra bastante cabezota en su decisiones, jamás le ha hecho mal a nadie. Vivir y dejar vivir. Así podría resumirse el planteamiento vital de Pilar.

El domingo nos despertamos a la misma hora de todos los días, influenciados como estamos por la rutina hospitalaria de los termómetros, los cambios de turno y los ruidos en el psillo de la bandeja del desayuno. En esta habitación no se diferencian ni los días ni las noches. Da exactamente igual que sea domingo, sábado, lunes o jueves. Noto la diferencia cuando salgo a la calle, dispuesto a meterme entre pecho y espalda un desayuno especial VIPS y a airearme un poco, que siempre viene bien.

Como ya he dicho antes, no me cruzo con nadie por la calle, a causa de que es domingo, pero sobre todo, de que es temprano. En el VIPS hay unas cuantas parejas de chavales jóvenes, bien vestidos, que ríen y beben coca-cola y batidos de chocolate. Después de desayunar, compro unas cuantas revistas para Pilar, y el periódico. Me recreo un poco viendo escaparates, y cuando vuelvo a la clínica son ya cerca de las once. Nada más llegar a la tercera planta, la nuestra, suena el teléfono móvil.

Es Ch..., el ginecólogo que nos envió aquí. Me pregunta qué tal ha ido todo, le digo que muy bien, y le pregunto a mi vez si ya tiene el informe de la extracción de masa que le hicieron a Pilar en urgencias. Me dice que si, que no quería decírmelo por teléfono. Ante mi insistencia, me dice que es maligno, y que si puedo que me acerque a la clínica B... al día siguiente.

No os podéis imaginar mi estado de ánimo en aquel momento. Toda la esperanza acumulada gracias a los comentarios de G... se vino debajo de repente, con toda su crudeza, como un castillo de naipes. El domingo, que había empezado alegre y tranquilo, se convirtió de repente en un nubarrón negro. No sabía ni como encarar el asunto, hasta que entré en la habitación, leyendo con sus gafas de montura roja. Tenía la cabeza a punto de estallar, inmerso en el dilema de si decirle lo que me había dicho Ch... o callarme. En aquel momento, aparecieron nuestros amigos, J... y L... Yo estaba como en una nube, hasta que J... me propuso bajar a tomar algo. Mantuvimos una conversación sobre algo que no recuerdo. Yo estaba tranquilo, porque veía al menos que mi amigo no me notaba nada raro. Hasta ese punto he sabido disimular siempre las desgracias. Estando con el, con mi muy buen amigo J, tomé la decisión más difícil de toda mi vida: lo vital en estos momentos es que Pilar se recuperara satisfactoriamente de la operación, y para eso, nadie, y me repetí varias veces a mi mismo, absolutamente nadie, ni siquiera los miembros de mi familia o de la suya, deberían saber lo que le estaba ocurriendo.

Os preguntaréis porqué decidí hacer eso. Es muy simple: Pilar es buena persona, pero no tiene un solo pelo de tonta. A cualquiera que supiera que estaba atravesando por ese bache se lo iba a notar en la cara, así que lo mejor era eliminar esa posibilidad.

Aún hoy me pregunto como fui capaz de disimular hasta el punto de que Pilar no descubriera nada.

6 comentarios:

Anita dijo...

¡Uffffffffff! que angustia la tuya y ¡qué valiente! fuiste al decidir seguir adelante tu solito con semejante carga a tus espaldas. Cierto en este caso el dicho de que detrás de toda gran mujer hay un gran hombre.
Besos a los dos y que paseis un gran fin de semana.

Víctor Hugo Escalante Razo dijo...

Caray, amigo mío. Quedaste como Atlas: cargando el mayor peso de tu vida sin poder siquiera chistar. No estoy seguro de qué tan ético haya sido que se lo ocultaras a Pilar, pero sí te puedo decir que se necesita tener un buen par de atributos para callarse estoicamente algo semejante. Mis respetos, maese.

Anónimo dijo...

Si. Ese domingo y días después fueron negros, muy negros. Yo soy J..., de los J... y L... de toda la vida. Quién peor pasó esos días fue Félix. Pilar no sabía nada porque Félix no lo quería decir, a nosotros tampoco porque pensaba si que si lo decía a L..., como no sabe disimular y Pilar la conoce muy bien, se lo notaría enseguida e intentaría sonsacarle. Es que Pilar es muy, pero que muy larga y si quiere sacarte algo, sencillamente lo consigue. Así que Félix optó por callar, pero no contaba con los coñazos de los amigos J... y L..., o L... y J...., da igual, el orden da lo mismo ya que en casa siempre manda L..., es igualita que Pilar (dos sargentas). A lo que voy, Félix no contaba con mis interrogatorios telefónicos, y si ya estabas con la mosca detrás de la oreja, solo faltaba que te dijeran: ¿ es un tumor que no es bueno ni malo?...¿le van a poner una quimio que no es tal quimioterapia?... y yo colgué el teléfono con una cara de gilip... que no se podía aguantar. L... y yo nos miramos, le cuento lo que me ha dicho Félix y al unísono decimos: ¡aquí pasa algo y Félix nos está engañando!. Con esas dudas llega la noche y L... lo estaba pasando muy mal, lo peor que le puede pasar es tener dudas y más sobre la enfermedad de Pilar, L... tiene un especial cariño a Pilar y viceversa, se quieren mucho. Esto hizo que L... no pegara ojo y que yo me sentara delante del ordenador a empaparme de los tumores que no lo son y de las quimios que tampoco eran quimios. Un lío y no sabía por donde empezar ni que poner en el Google... quimios que no son... que va, no sigamos por aquí que los del Google ese se van a cachondear de mi. Vamos a tomar medidas drásticas... y así fue, mi vecina que es cirujana, la tarde siguiente estaba en el jardín con sus flores y la aborde hasta el punto de darle un susto ya que no me vio llegar. Le conté todo y me dijo sin conocer el caso lo que realmente pasaba y que seguramente mi amigo Félix tenía motivos para no contarme la realidad. Yo, como soy canario y voy con una hora menos, tuve esa hora de ventaja para reflexionar y finalmente llamar a Félix y decirle que me cuente la verdad. Le conté mi conversación con Ja.. (la cirujana vecina nuestra). No recuerdo exactamente si fue en ese momento o en otro, creo que Félix venía de Murcia en el coche, cuando nos contó la realidad dura y pura. Es cierto que las dudas son malas, pero siempre albergan un mínimo de esperanza que no sea así. Cuando sabes la realidad ese mínimo se ha ido al garete. Otro día para L... con las gafas de sol puestas hasta de noche, otra noche casi sin dormir... realmente este año y pico ha sido muy duro para Pilar y Félix. Sergio, hijo de Pilar y Félix lo lleva también con una entereza impresionante. Tiene a quien salir.
Hoy después de todo este tiempo es cuando yo comienzo a ver alguna luz al final del túnel, porque hasta ahora la sensación era de llegar a ver la luz y retroceder hasta verlo todo a oscuras, y vuelta a empezar, de verdad ahora si veo luz y eso nos da algo de respiro. Besos.

J...

HijaDelAndasolo dijo...

Es que a veces hay que tomar decisiones que son duras para uno mismo...pero es necesario callárnoslas para no hacer daño a los que queremos.

Gracias por compartirnos esta historia...a veces la carga compartida, pesa menos.

Hasta la siguiente.

Juana.

Anónimo dijo...

Anita, Víctor, no tiene nada que ver con la valentía, sino con el miedo. Tenía miedo de que una cosa así perjudicara la recuperación de la operación si lo sabía, así que creo que el miedo pudo más que el valor. La carga sobre mis espaldas era jodida, pero era peor que ella se hubiera venido abajo al conocer la naturaleza del tumor.

J... ¿Que decir de J?. J... Es uno de los mejores amigos que tengo, por no decir el mejor. Vivieron, el y su sargento (mi sargento es Pilar y el suyo L...) todo el drama en primera persona, desde el principio hasta el final, y es verdad que se convirtieron en las personas más inquisitivas, porque llamaban prácticamente todos los días para interesarse por el estado de salud de Pilar. Se convirtieron de la noche a la mañana en el objetivo a batir. Si lograba que ellos no se enteraran de nada, lo tenía fácil, porque Pilar será larga, pero L... y J...(no le hagais caso con el chiste ese de una hora menos por ser canario, que en realidad es todo un zorro) tampoco son mancos.

J..., jodío, lo que no recuerdas es que esa conversación telefónica en la que te conté toda la película, que se produjo un domingo por la noche en que yo iba a Murcia para currar al día siguiente, se produjo solo dos días antes de que visitáramos al oncólogo que se la contó a su vez a Pilar, casi un mes y medio después de la operación, así que conseguí más o menos torearos (con las sospechas que teníais, que todo hay que decirlo) casi hasta el mismo momento de la puntilla.

Bueno, amigos, J... ha estado a punto de revelar el final de la primera parte de la trilogía, como esos amigos que te dicen quien ha sido el asesino antes de ver la película entera. No adelantemos acontecimientos. Faltan pocos capítulos para que Pilar se entere de lo que tiene, pero lo primero es la historia de la operación y sus circunstancias, y su complicación, en la que L... y J... también jugaron un papel importante.

Gracias, Juana. Aunque esa carga ya no pese, tienes toda la razón. Este blog lo demuestra.

Gracias a todos por vuestros comentarios y por tomaros esto con agrado. Es la razón principal para continuar.

Andres Pons dijo...

Con eso demuestras el gran hombre que eres.