jueves, 17 de julio de 2008

Homenaje al cine español


Todo el mundo, incluidos familiares y amigos, desaparecen de repente de Madrid, en esa Semana Santa del 2007, caracterizada, como todas las Semanas Santas, por infernales desplazamientos de carretera para disfrutar de apenas cuatro días de descanso. Nosotros ni nos planteamos siquiera que nos den el alta antes de que finalice la semana. G..., que es el único que controla tan preciado papelito, ha desaparecido también, engullido sin duda por la presión vacacional, y ha dejado en su lugar a su ayudante, un cirujano joven que tiene la misma forma de cabeza que mi hermano, por lo que, cada vez que nos visita, le digo a Pilar “ya viene mi hermanito”.

A pesar de que la fiebre ha remitido y ya no hace falta colocarle hielo para bajársela, no ha desaparecido lo suficiente como para pensar en una recuperación absoluta. A Pilar le hacen un cultivo para tratar de saber de donde le viene la infección, cuando mi suegra apunta una posible causa, que le comentamos al joven médico en cuanto tenemos ocasión: al parecer, a mi suegra se le infectó el tubo doble J que le colocaron cuando tuvo unos problemas en el riñón, debido al roce y al tiempo que lo llevó puesto. A Pilar le detectan al día siguiente infección en la orina, así que parece que hemos dado en el clavo. El joven médico receta un antibiótico específico para ese tipo de infecciones, y se le empieza a administrar el mismo jueves por la tarde.

Ese mismo día, y a causa sin duda de la fuerte medicación que le están administrando, Pilar me regala un sentido homenaje al cine español, realizando una involuntaria imitación de ese gran actor de fama internacional que es Antonio Ozores. Tumbada en la cama, empieza de repente a hablar como cuando al cómico le dio durante una temporada por aparecer, creo que en el un, dos, tres, soltar una parrafada en la que no se le entendía nada, y acabar su absurdo discurso con un “no, hija, no”. ¿Os acordáis?. A Pilar no se le entiende casi nada, y cuanto más trata de hablar, más se traba, lo que le provoca una risa incontenible, porque es consciente de que está haciendo el ganso de mala manera. Cuando la veo reírse, con la cara medio hinchada y sin casi poder articular palabra a causa de ese “patinazo de filete” que está sufriendo, me río yo también sin poder contenerme, lo que provoca a su vez que ella se ría más todavía. Y así estamos durante un par de horas, riéndonos sin ningún motivo como un par de gilipollas, cuando entra la enfermera a traer la cena. Para mi sorpresa, Pilar se levanta muy animada, cena como una campeona y encima me dice que si me puedo acercar a Rodilla a comprarle unos cuantos sandwichs. Buena señal. Cuando Pilar recupera el apetito, todo lo anterior queda olvidado.

Ese fin de semana recibimos pocas visitas, debido a las fechas. Los cuatro días pasan sin pena ni gloria, aunque muy tranquilos, debido a que parece que la infección finalmente le viene de la orina, y se la han detectado a tiempo. El jueves o el viernes vuelven a cambiarnos de habitación, esta vez al ala norte, a una zona muy tranquila situada justo encima de la rampa del parking, por lo que apenas se escucha sonido alguno. En la habitación de al lado ingresan a un hombre mayor con una mujer bastante extraña y dos hijas, a las que rápidamente apodamos Pilar y yo las “mariantonietas”, que se parecen a su madre como dos gotas de agua. Por la noche, muy de madrugada, la mujer se despierta con ansiedad, y llama a su marido por su nombre, con una melancolía en la voz que se nos quedó grabada tanto a Pilar como a mi, “A..., A..., contéstame. A..., A..., ¿qué te pasa, A...?”. Habla así, en voz muy baja, y no debe de levantarse a verificar el estado de su Marido, porque ni decir tiene que el buen A... se pasa toda la noche durmiendo apaciblemente.

En otra ocasión, es la mujer de la habitación del otro lado la que se pasa la noche llamando a las enfermeras. También anciana, tiene las piernas vendadas, y cada dos por tres está llamando para que la lleven al baño. En una de las ocasiones, las enfermeras parecen pasar de ella, y cuando finalmente viene una, le dice que no debía haber llamado por el móvil a la dirección del centro para quejarse de que no la hacían caso, que era mentira, que sí la hacían caso pero que estaban muy liadas en ese momento. Una mujer con bastante peligro, al parecer. Recuerdo una noche en que me levanté y moví sin darme cuenta el pantalón que había colocado en el respaldo de una silla de plástico. Del bolsillo trasero salieron las monedas despedidas, que al caer en la silla rebotaron e hicieron un ruido infernal. Al instante se despertó la mujer de las piernas vendadas y gritó “¿Quién anda ahí?. ¿Quién ha entrado?”. Llamó a las enfermeras un par de veces para quejarse de que alguien había entrado en su habitación, y al día siguiente le contaba la misma historia a todo aquel que le dedicara unos momentos de atención. En un alarde de culpabilidad, le confesé a la enfermera que había sido yo el que había provocado el ruido al mover el pantalón, y la enfermera me dijo que pasara del tema, que ya estaban empezando a estar un poco hartas de la buena señora y sus influencias con la cúpula directiva de la clínica.

En ese sentido, tengo que reconocer que Pilar es dura como una piedra. Pasó noches terribles con la fiebre y después de la operación, pero cuando yo le preguntaba si quería que llamara a una enfermera, siempre me decía que no, que ya se le pasaría. Si alguna vez he llamado para que le trajeran algún calmante o cualquier otra cosa, después me ha echado la bronca, síntoma inequívoco, por otro lado (lo de echarme la bronca, digo), de que ya se le ha pasado el malestar.

Pasaron así los cuatro días, entre homenajes al cine español, voces nocturnas y visitas del clon de mi hermano, que no decía nunca nada pero tomaba buena nota de lo que le decíamos nosotros, lo cual al menos nos consolaba. No tomó una sola decisión, pero venía todos los días, con lo que amenizaba las mañanas. Las tardes se pasaban entre risas, chascarrillos y películas de romanos, que era lo que tocaba dadas las fechas en las que estábamos.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Suele haber gente así en todos los hospitales. Aunque pensándolo bien, ¿No serían aun más monótonas las estancias en esos sitios? Quiero decir, sin esta gente tan “divertida”, no habría anécdotas que contar, los días (y las noches) se harían continuos y aburridos.
Me alegra que Pilar esté mejor, y que el nuevo tratamiento que le están suministrando sea tan eficaz.
Un saludo

Anita dijo...

Espero con sana impaciencia que llegue el momento en el que nos cuentes el comienzo de la franca mejoría de la que goza Pilar en este momento. Gánandole día a día la batalla a la enfermedad se le gana la guerra final. Pilar es ¡una excelente soldado! que cuenta además con un gran apoyo logístico, tú y el resto de la familia y amigos.¡Cuánta esperanza! para ella y todos los enfermos con el mismo tipo de cáncer debido al nuevo fármaco.
Besitos y un gran fin de semana para los dos.

HijaDelAndasolo dijo...

Este ha sido, a mi parecer, uno de los momentos más tranquilos y llamémosle alegres en el transcurso de esta historia de fortaleza.

Un abrazo fraternal.

Juana.

FELIX JAIME dijo...

Tienes toda la razón, MJesús. Si no fuera por estas pequeñas anécdotas, la estancia en un hospital resultaría agotadora. Gracias a personas como esas (que espero con toda el alma que se hayan recuperado totalmente), a algunas enfermeras y a los médicos que nos visitaban cada día, se puede soportar.

Gracias, anita. Es lo que dijo una vez un primo de Pilar. Habíamos ganado una batalla, pero no la guerra. De momento hemos ganado dos batallas y estamos en la tercera, así que seguimos adelante.

Si, Juana, con esa intención lo escribí. Creo que en la anterior entrada me había pasado un poco de triste. Trato de escribir las entradas reflejando el espíritu que nos embargaba cuando las vivimos. Dentro de la tristeza global, también tuvimos momentos de auténtico humor, y eso es lo que no quiero que se pierda en el olvido. Gracias por leer, y espero que lo tuyo también vaya fenomenal.