domingo, 12 de octubre de 2008

No pudo ser

No pudo ser. Cuando estábamos todos casi convencidos de que Pilar iba a conseguir por fin vencer en esa lucha que mantenía con el cáncer, sobre todo después de la operación a la que fue sometida el pasado día 8 de septiembre, una metástasis fulminante, que se desarrolló en apenas unas horas (no sabemos exactamente si unas horas o unos días), hizo que dejara de respirar el día 29 de septiembre, al filo de las 18:30 de la tarde. A los que estuvimos allí con ella hasta el último momento, su madre, mi padre, su prima Asun y yo mismo, nos queda al menos el consuelo de que no sufrió nada, en ningún momento. Cuando empezó a respirar ligeramente mal, le pusieron una sedación que consiguió que muriera de una forma serena, indolora, como si se hubiera quedado dormida.

Esta es por tanto la última entrada de un blog que era de ella, que tenía sentido mientras estaba con nosotros, pero que lo pierde ante lo que ha ocurrido. Lo siento profundamente por todas aquellas personas que veían el blog como un canto a la esperanza, al optimismo, a la lucha, a la fe en la vida, porque aunque durante todo este tiempo lo ha sido, y aunque a mi me gustara que esta última entrada también lo fuera para todos los que conocimos a Pilar, comprendo que hay personas que no van a tomárselo así. A los que sufrís o habéis sufrido la enfermedad, creo que os va resultar muy duro leer en esta entrada que Pilar ha fallecido, pero quiero deciros también que el tipo de cáncer que tenía Pilar era de los más terribles y devastadores que se suelen dar, y que aún así, su lucha la llevó a disfrutar durante un año y medio de su familia, de sus amigos...De su vida, en definitiva. He escuchado varias veces a lo largo de estos días “tanta lucha, y al final...”. No comparto ese punto de vista. La lucha de Pilar la llevó a superar durante el primer año un cáncer terrible, y a vencer como si nada un tumor en el pulmón de tres centímetros de diámetro. Ha tenido muy mala suerte durante la tercera batalla, pero poco antes de fallecer, apenas dos meses antes, disfrutamos todos (Pilar, Sergio, mi hermana Laura, Javier, mi cuñado, Adrian y Héctor, mis sobrinos) de un viaje a Alemania en el que Pilar se lo pasó en grande, haciendo lo que más le gustaba, que era viajar. Durante un año y medio ha mantenido una fortaleza de espíritu y una alegría que otras personas, en sus circunstancias, no habrían conseguido mantener. Durante el último año y medio nos ha dado, a su familia y a sus amigos, una lección de vida, de lucha y de filosofía vital que permanecerá con nosotros a lo largo de toda nuestra vida. No creo que haya luchado Pilar “para nada”. El cáncer se la ha llevado finalmente, pero la huella de su fuerte personalidad perdurará entre nosotros durante mucho tiempo. El dolor es terrible, pero pasará, y todos los que la hemos tratado saldremos más fortalecidos, más luchadores, mejores personas, en definitiva. Nos queda el consuelo de que ha conservado la sonrisa y el sentido del humor hasta el último día, de que nos ha abandonado de una forma sencilla, sin estridencias, tal y como ella acostumbraba a hacerlo todo.

El lunes por la noche, y el martes, en el tanatorio, hasta la incineración en la Almudena a las siete de la tarde, se vieron muchas lágrimas, mucho dolor, mucho desgarro. La familia comentaba, algunos días después, que nunca habían visto llorar a tanta gente por una persona fallecida. Familiares, amigos, compañeros míos de trabajo... Y también los dueños de la pastelería, la peluquera de toda la vida, vecinos, incluso los amigos que me llamaron por teléfono ese día y durante varios días después... Durante la ceremonia que se celebró en el tanatorio por la tarde, se llenó la capilla, bastante grande por cierto, algo que yo nunca había visto en ningún otra ceremonia de esas características. No puedo comparar, porque nunca he vivido un fallecimiento con tanta carga emocional para mi como el de Pilar.

El día del funeral, el pasado jueves 9 de octubre, estuvimos también acompañados por un gran número de personas. Tanto Sergio como yo habíamos empezado esa semana, él el colegio y yo el trabajo, y la actividad ayuda a que la cabeza esté ocupada en otras cosas. Nos mantuvimos juntos en el pasillo central de la Iglesia, recibiendo los saludos y abrazos de parientes, amigos, vecinos y compañeros, tanto míos como suyos. Haber pasado ese momento al lado de mi hijo, que se mantenía con una entereza y una fortaleza dignamente heredada de Pilar, supuso para mi un enorme privilegio. Los padres de Pilar, que han sufrido lo indecible desde que le diagnosticaron el cáncer a su única hija, estaban también con nosotros, y también muy enteros, aunque en uno de los laterales de la Iglesia. Al verles a ellos, a Sergio, a mis propios padres, a mis hermanos y a los familiares de Pilar más cercanos, con esa entereza, con esa paz y con esa fortaleza de espíritu, me di cuenta de que el inmenso dolor que habíamos sentido unos días antes estaba empezando a remitir, a ceder su lugar al recuerdo. Supe en ese momento que Pilar estaba allí, en la iglesia, mirándonos a todos los que estábamos allí congregados en su honor, y pensaba “¿pero porqué estáis todos tan serios?. Por el amor de Dios, sonreíd un poco, que tenéis cara de funeral...”. Es lo que a ella le habría gustado, y eso es algo que llevo practicando en mi vida cotidiana con verdadera intención durante todo el tiempo que llevo sin ella. “Es lo que a ella le habría gustado”.

¿Qué era exactamente lo que más apreciábamos en Pilar los que la conocíamos?. Es algo que me he preguntado muchas veces a lo largo de estos últimos años. Independientemente de que yo la quisiera, algo que indiscutiblemente influye, muchas veces me planteaba qué era de ella lo que podía atraer a los demás. Pilar no era precisamente un dechado de belleza física (yo tampoco, que conste, aunque los dos gozáramos de una gran belleza interior), pero tenía una facilidad enorme para caer bien a la gente. ¿Porqué?. Por varias razones, que se concatenan para formar una personalidad importante, atrayente, sugerente y de la que aprender. Una personalidad en la que lo más importante era eso, su fuerte personalidad, su riqueza interior, guardada en una “cáscara”, como decía ella, que no era importante. “Lo importante es lo de dentro”, repetía siempre. Pilar atraía porque era, en primer lugar, inmensamente respetuosa con todo el mundo. Es una frase que también se ha escuchado mucho a lo largo de estos días. “Es que Pilar no hablaba mal de nadie”. Es verdad, os lo juro. Ni siquiera en la intimidad. A veces me afeaba la conducta cuando yo criticaba la actitud de algún conocido.

Ese respeto a los demás la llevaba a la tolerancia, otra de sus características. “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Es una frase de Voltaire, que algunos conocéis porque la utilizo en algunos foros en los que participo. Es plenamente aplicable a Pilar, hasta el punto de que podría ser suya. Pilar era tolerante hasta el punto de que consiguió reunir en su despedida a ateos, agnósticos, protestantes y hasta a algún musulmán. Esto no deja de ser una tontería, porque a la hora de despedir a alguien todo el mundo está ahí, pero que Pilar era tolerante está demostrado, y todos los que la conocíais sabéis de sobre que es así.

Pilar era también una persona completamente autónoma. Durante muchos años he estado trabajando fuera de nuestro hogar, y en ningún momento se ha resentido la familia, sino más bien todo lo contrario. Eramos capaces de conservar cada uno nuestra parcela de individualidad, incluso estando juntos, algo que mucha gente de nuestro entorno admiraba profundamente.

¿Qué era, pues, resumiendo, lo que atraía de ella?. Hablo por mi, y creo que estoy en lo cierto: su bondad. Su infinita bondad. Pero no una bondad pacata, no, de esa que se relaciona con la tontería. Los que la conocíais directamente sabéis de sobra que Pilar era buena, pero que no tenía un pelo de tonta. Poco a poco, silenciosamente, sin estridencias, con entereza y con una fortaleza digna de los titanes de la antigüedad, Pilar ha conseguido lo que se había propuesto en esta vida. Una vida plena, una familia que la adoraba, una casa completamente decorada a su gusto, un entorno, en fin, verdaderamente ejemplar. Un entorno que ella manejaba con una soltura admirable, con una fortaleza digna de elogio, y con una inteligencia que se salía de lo normal. Y todo lo consiguió ella, que conste, poniendo yo de mi parte, por supuesto, pero siempre bajo su dirección. Pilar ha hecho lo que siempre ha querido hacer. No hemos vivido con grandes lujos, ni nos hemos obsesionado por conseguirlos (otra característica de Pilar: la absoluta falta de envidia hacia cualquier cosa material), pero todos los años hacíamos varios viajes, que como ya he dicho antes, era lo que más le gustaba. De vez en cuando se daba un capricho, algún bolso, un vestido o unos zapatos bonitos. Sergio es un niño (ya está dejando de serlo) que jamás nos ha dado ningún problema, que hasta el momento está demostrando ser un digno hijo de su madre, respetuoso, maduro, inteligente, y con una característica nueva que nos está demostrando estos días: su fortaleza, calcada de la que tenía su madre. ¿Qué más se puede pedir?. Como decía el sacerdote en la ceremonia del tanatorio, hay personas que viven más años, pero no por eso quiere decir que hayan tenido una vida plena. Pilar la ha vivido, y aunque a todos nos hubiera encantado que hubiera seguido entre nosotros durante bastantes años más, el balance final ha sido muy positivo.

He escuchado otras frases durante todos estos días que me han dado también bastante que pensar. “La vida es injusta”, “con tanto cabrón como anda suelto, le ha tenido que tocar a ella”... Y otras del mismo estilo. Algunos creyentes de nuestro entorno han llegado incluso a planearse la existencia de Dios. Es cierto. Puede verse desde ese punto de vista. Ya sabéis que Pilar y yo teníamos nuestras ideas más o menos al respecto, pero que en cualquier caso respetábamos las de todo el mundo, y hasta para los creyentes que han dudado, para los de los “cabrones que andan sueltos”, podría buscarse un argumento. Haced un ejercicio de imaginación. Puede que exista un Dios, y que esté allí arriba, el hombre, con su barba blanca, viendo a Pilar todos los días, y que un buen día se le ocurra una idea. “¿Qué hace esa joya de persona en medio de ese mundo de miserables?. Me la voy a traer para aquí arriba, a ver si me pone un poco de orden en este circo”. ¿Porqué no podría ser así?. El pensamiento es libre, amigos, y seguro que cada uno, buscando un poco, encuentra una explicación a algo que parece no tenerla. Las hay para todos los gustos, o no hay ninguna. Como queráis.

Así que nada, ha llegado la hora de despedir el blog. Lamento que esta última entrada no haya tenido el aire festivo y jovial que solían tener todas, pero estoy seguro de que lo comprenderéis. A los que no habéis conocido personalmente a Pilar, espero que os hayáis podido hacer una idea, aunque minúscula, con este blog. Insignificante, comparado con la riqueza de su personalidad y su trayectoria vital, sobre las que podrían escribirse varias enciclopedias, pero sincero y revelador en algunas ocasiones. A los que la habéis conocido y la habéis llorado junto a mi durante estos días...Pues nada, ¿qué queréis que os diga?. Que tratéis de imaginaros a Pilar, como ya lo estoy empezando a hacer yo, con esa inconfundible voz que ponía cuando nos echaba una regañina, diciéndonos, desde esté donde esté: “¿Pero es que vais a seguir llorando mucho tiempo?. Venga, so vagos, poneos ya a poner en práctica todo lo que os he enseñado a lo largo de mi vida”. Y es verdad. Nos ha dado una lección de vida tan enorme, que no sé si llegaremos algún día a aprobar el examen con la matrícula de honor con lo que lo ha hecho ella. Deciros también que Pilar sigue con nosotros, y que está en Sergio. Su forma de actuar me recuerda cada vez más a la de su madre.

Quiero agradecer la inmensa ayuda y apoyo que he recibido, durante la última fase de la enfermedad, de una persona que participa en varios foros, a la que no conozco personalmente, pero que me ha enviado mensajes privados que me han ayudado a sobrellevar la carga con entereza y una gran carga de sensibilidad. Me refiero a Blanca Miosi, gran escritora y mejor persona. En este mismo sentido, agradecer a Corazonacar, Charo Bolívar y Andrés Pons, además de a todos los amigos de la página de Yoescribo, su ayuda también, con mensajes, apoyo, consejos y hasta palabras en la radio por parte de Andrés. Y a tantos y tantos amigos, familiares y compañeros, que habéis estado a mi lado, llorando conmigo, en estos terribles momentos de dolor, gracias, gracias y mil veces gracias.

Víctor, amigo, algún día nos beberemos una botella de tequila en homenaje a Pilar, no te quepa duda. Carmen, Pilar sigue siendo en nuestros corazones “la mujer que corre con los lobos”. El blog comenzó con esa frase tuya, tan emotiva, tan sugerente, y justo es que termine con otra, la frase que me has regalado de Bourdakian, que también me ha llegado al corazón, y que me has enviado estos últimos días. Me parece lo más acertado para finalizar, y es realmente lo que quiero que hagáis todos:

“No llores porque las cosas han terminado; sonríe porque han existido”.

Un fuerte abrazo a todos, y un beso para ti, Pilar.



viernes, 19 de septiembre de 2008

Cucurrucucú, otra vez la Paloma


La decisión está tomada. El mismo lunes 18 de Febrero llamamos a S... para quedar con el, y nos emplaza para el día siguiente, a la misma hora. Se presenta como la primera vez, vestido de paisano, a las cuatro de la tarde. Mientras bajamos con el la escalera que conduce a las consultas provisionales, nos suelta de sopetón que piensa operar a Pilar el martes siguiente, 26 de Febrero.

Ya en la consulta, nos explica en qué consiste la operación, de una forma clara, diáfana y muy sencilla, para que dos profanos en la materia como Pilar y yo podamos entender perfectamente el proceso. La operación tiene que hacerse en la máquina de TAC, que lleva varios días estropeada. “¿Habrá que trasladar todo el quirófano a la sala de TAC?”, pregunto, con toda mi inocencia. “No, no. Todo lo que yo llevo cabe en un maletín”, nos dice S... Cuesta imaginarse al hombre del maletín salvando vidas con tan poco bagaje, pero esa es una muestra más de que las ciencias, y en especial la cirugía, han dado un salto cualitativo de un tiempo a esta parte de bastante envergadura.

Pilar será sedada, o anestesiada mediante epidural, en función de lo tranquila que esté. En este sentido nos quedamos bastante tranquilos, porque ya sabemos que Pilar se enfrenta a las operaciones del mismo modo en que saca una entrada de cine, es decir: con absoluta tranquilidad. Tendrá que levantar el brazo para que el omoplato se coloque fuera de la trayectoria de la aguja, ya que piensa hacerlo desde atrás. La aguja libera en su punta una serie de electrodos, en forma de paraguas, que abrazan el tumor y, literalmente, lo fríen. Al parecer, es un proceso muy similar al que ocurre en el interior de un microondas. Durante una temporada, el tumor crecerá ligeramente -eso es importante que lo sepáis, porque cualquiera que lo vea puede pensar que está creciendo, cuando en realidad es el proceso que sufre todo cuerpo al calentarse-, de forma parecida a como lo hace la cicatriz de una quemadura, y luego, simplemente, permanecerá inactivo para siempre jamás. Así de sencillo, y así de complicado. Si todo sale bien, en un par de días la mandará a casa, y si la situación se tuerce, que a veces ocurre, con la aparición de un neumotórax, provocado por la posible rotura de la pleura que puede causar la aguja, a lo sumo un par de días más.

Las perspectivas nos parecen bastante halagüeñas. Seguimos hablando con S... de diversos aspectos, entre ellos los económicos, y después salimos. Pilar está muy animada. Por fin se ha desvelado el misterio. S... nos dice que nos confirmará el jueves la hora de ingreso para el martes siguiente, y que hablará con G... para que gestione dicho ingreso.

La semana transcurre sin novedades. El jueves pasa, y S... no llama. El viernes le localizamos, y nos dice que acaban de arreglar el TAC. El lunes nos confirmará la hora de ingreso.

El lunes nos llama por la tarde, y nos dice que vayamos al día siguiente a la Paloma, pero que no sabe la hora porque todavía no ha hablado con G... A eso de las 11:00 del martes decidimos ir a la Paloma y hablar directamente con G... Cuando estamos llegando, nos llama para decirnos que vayamos. Ya estamos allí, para su sorpresa. “Coño, que rápidos sois”, nos dice. El mismo G... en persona se encarga de enviar el fax a la compañía para notificar el ingreso. En el parte que firma Pilar, donde pregunta el tipo de intervención a realizar, G... nos dice que pongamos “extirpación de metástasis”, algo que nos suena francamente mal, pero que no deja de ser la realidad de la naturaleza de la intervención a la que Pilar se va a someter esa misma tarde.

Nos asignan la habitación 315, justo enfrente del colegio de niños mundi. Desde el balcón se tiene una visión muy buena del patio y de las clases. Lo malo es, precisamente, que las habitaciones con balcón, al menos las de ese lado, no disponen de sofá, sino de un mueble cama que te obliga a sentarte en una de las dos sillas, bastante incómodas, por cierto. Y así, esperando a la hora prevista, las cuatro de la tarde, se nos pasa la mañana.

Resulta curiosa la profundidad de análisis que te proporciona una situación contemplativa forzada. Apenas dos horas antes estábamos Pilar y yo sumergidos en la vorágine de los preparativos, de la logística familiar, de la bolsa con todo lo necesario para pasar un par de días en la clínica, entre ropa, cosas de aseo y demás, de los informes, de las últimas indicaciones a sus padres...Veníamos en el coche con la incertidumbre del ingreso, de si iba a ser posible, con nervios...Y de repente, todo eso termina de repente. Tenemos por delante todavía cuatro horas hasta el momento de la intervención, en las que ni siquiera nos podemos plantear bajar a la cafetería a tomar algo, ya que Pilar tiene que permanecer en ayunas. La cabeza se relaja ante el exceso de tiempo, y se dedica a observar un entorno que pasaría completamente desapercibido de estar en otras circunstancias. Así, asistimos, como si de una película se tratara, al cordial diálogo, en la calle, entre el gorrilla de turno y la chica que controla los tickets de la hora. Nos imaginamos una charla sobre cierto vehículo, al que la chica quiere ponerle una multa, mientras que el gorrilla parece tratar de convencerla de que se juega el prestigio, porque le ha prometido al dueño del coche que no hace falta ponerle ticket de aparcamiento, que el euro se lo de a el y que ya se encargará de que no le multen.

Asistimos también al recreo de los mayores en el colegio de enfrente, a esas niñas de quince o dieciséis años que rodean al anciano profesor, y parecen pedirle explicaciones de porqué ha puesto esas preguntas tan difíciles en el examen. El profesor se encoge de hombros, en parte avergonzado, y en parte apabullado ante el frontal ataque de sus alumnas. No cabe duda de que la imaginación también juega su papel en estas situaciones. Tanto a Pilar como a mi se nos ocurren peregrinas explicaciones para cada cosa que vemos.

Mientras esperamos, vamos recibiendo besos y saludos de todas las enfermeras de la planta tercera de La Paloma. Inexplicablemente, todas se acuerdan de Pilar, a pesar de que haya transcurrido un año desde la operación. Algunas vienen a verla a la habitación simplemente para interesarse por su estado, sin ningún otro motivo.

Al filo de las cuatro, llega la madre de Pilar, y un poco después, el doctor S.... Cuando se va, mi suegra comenta que es muy joven, y le decimos que si, que es muy joven, pero que nos da la impresión de que sabe muy bien lo que hace. A las 16:15 bajan a Pilar. Uno de los celadores dice que en silla de ruedas, pero al otro le ha dicho el propio S... que la bajen en la cama, ya que la subida va a ser un poco más dura. El celador, que insiste en bajarla en silla de ruedas, dice “pero si se va a hacer un simple TAC”, a lo que le respondo que no, que no es un simple TAC, sino una operación que tiene que hacerse a través de la máquina del TAC. A pesar de que pone cara de circunstancias, accede finalmente a bajarla en la cama. S... me ha dicho que me quede en la habitación, que ya me irá informando.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Noticia de rabiosa actualidad


Como ya sabéis casi todos los fieles seguidores de este blog, el mismo recoge la narración de las distintas fases en las que se está desarrollando la enfermedad de Pilar, mi mujer, con todo lo que ello conlleva, tanto a nivel humano, como sentimental, como científico incluso, en algunas ocasiones. En estos momentos, por aclarar un poco las ideas de los que no las tengan tan claras, estoy contando la segunda fase, la operación de un pequeño tumor que se le detectó mediante un PET en Enero de este mismo año, y que se operó, muy satisfactoriamente, el 26 de Febrero con la técnica de la radiofrecuencia, que literalmente “frió” el tumor hasta dejarlo inoperante.

Pues bien. Poco después comenzó la tercera fase, a finales de marzo, con la recidiva del tumor principal, otra vez en la zona pélvica. Resultaba inexplicable que el PET de enero no lo detectara, a lo que el oncólogo nos dijo que un leiomiosarcoma resulta de tan rápido crecimiento que a veces es incontrolable. Pilar se sometió entonces a un tratamiento con quimio para reducir el tumor y hacerlo operable, ya que en Marzo no lo era porque estaba encajado en una zona de difícil acceso de la que había que desencajarlo. Todo culminó este lunes, día 8 de Septiembre, con una larga operación que resultó feliz en su desenlace, ya que el cirujano, el famoso doctor G..., consiguió sacar una masa de dos kilos y medio, y de paso colocarle a Pilar la hernia que arrastraba desde la operación del año pasado.

El siguiente paso es someter a Pilar a unas cuantas sesiones de quimio, mucho más “light” que las que ha sufrido hasta ahora, para asegurarnos de que se elimina cualquier posible resto del leiomiosarcoma. Es decir, y resumiendo: que en estos momentos estamos empezando a ver la luz al final del túnel de una tercera fase que comenzó, como ya dije, a finales de Marzo del año pasado. Como anécdotas más singulares, deciros que el primer síntoma de este tercer alien surgió un día antes de la boda de mi hermano, y que la operación se realizó un día después del quince aniversario de nuestra propia boda. Cosas de las fechas, que a veces se conjugan para jugar un poco con nosotros. Otra anécdota curiosa: el mismo día que operaron a Pilar, el 8 de Septiembre, entraba en la Clínica de la Paloma el torero Cayetano Rivera, a raíz del encontronazo con un toro que le había golpeado el miércoles anterior. No creo que haga falta contaros como estaban todas las enfermeras de la Clínica con el amigo Cayetano y sus ojos verdes.

Todas estas anécdotas y muchas más que han salpicado esta tercera fase irán apareciendo en el blog una vez que termine con la fase de la radiofrecuencia. Como ya comenté al principio de esta página, la idea es contar la historia de Pilar desde el principio, e ir añadiendo capítulos hasta que nos pongamos al día, situación para la cual creo que ya falta bastante poco.

Esta entrada sirve para dos cosas: en primer lugar, para aclarar las posibles dudas de personas que se hayan incorporado recientemente al blog, y piensen que lo que se cuenta en el mismo es de actualidad, cuando la realidad es que todavía se están relatando circunstancias del pasado.

En segundo lugar, y la más importante, porque me apetecía compartir con todos vosotros estos momentos de inmensa felicidad ante la exitosa operación a que se ha sometido Pilar y a su rápida mejoría, que os puedo asegurar que está resultando espectacular. La habitación se llena todos los días con los saludos de la gran parte de las enfermeras de la Clínica la Paloma, sorprendidas ante la fortaleza de espíritu, la presencia de ánimo y el sentido del humor de la protagonista de este blog. Y pasarían más tiempo con nosotros en la habitación de no ser por la presencia de Cayetano, claro, que levanta pasiones en las enfermeras de todas las edades.

Un saludo, amigos. En la siguiente entrada retomaré la narración de la operación por radiofrecuencia.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Buenas impresiones


El martes de la semana siguiente nos llama Garzón, para decirnos que ha concertado una cita con Sa... y con nosotros al día siguiente. Ese mismo día nos llama el propio Sa..., y nos cita en la Paloma para el miércoles por la tarde, a eso de las cuatro.

El día señalado estamos Pilar y yo como un clavo en la recepción de la Paloma. Hacemos, como siempre, las elucubraciones de rigor cada vez que entra alguien por la puerta principal, que un miércoles, y a esa hora, es un continuo hervidero de gente. “Mira, ese es”, le digo a Pilar cuando veo que entra un hombre mayor, muy bien vestido, con aspecto de dandy. Pero no, ese no es, ya que se dirige directamente a los ascensores. “No, no, es ese”, dice Pilar al ver a otro hombre grueso y sudoroso, que lleva un maletín en la mano, y que se dirige directamente a la cafetería. “No, mujer. Ese tiene el típico aspecto de un visitador médico”. Inmersos en ese jueguecito inocente, se nos van pasando los minutos tranquilamente, hasta que los minutos se convierten en una hora, y el bueno de Sa... sin venir. “Se le habrá olvidado”, dice Pilar. “Voy a cambiar el papelito del coche, por si acaso”, digo yo, y cuando salgo por la puerta, veo que entra un hombre muy joven vestido de “correcto sport”, que dirían los que siguen la moda. “Mira que si es ese...Pero no puede ser. Es demasiado joven”.

Una vez consumada mi humilde contribución a engordar las arcas del Ayuntamiento de Madrid, regreso al vestíbulo, y me encuentro a Pilar, para mi sorpresa, charlando animadamente con el joven que se había cruzado conmigo. Me presento, se presenta. Me parece incluso más joven que yo. No creo que tenga más de treinta y cinco años. Se disculpa por haber llegado tan tarde, pero le ha surgido un problema y no ha podido llegar antes. No importa. El caso es que se haya presentado. Nos pide que le sigamos. Bajamos al sótano, a una zona que no conocíamos, y abre una consulta que parece como de comodín, para los médicos ambulantes, suponemos. Sa... no va vestido de médico, ni lleva papeles, ni maleta, ni nada de lo que se supone que debe llevar un médico. Observa cuidadosamente a Pilar, su aspecto, su posible edad. Su mirada es inquisitiva, profunda, de gran conocedor de enfermos. Después de charlar un rato de temas intrascendentales, nos sumergimos de lleno en el asunto que nos ha traído a verle.

Sa... nos dice que ha estudiado a fondo el informe que le ha pasado G..., el cirujano, y que encuentra muy factible la operación por radiofrecuencia. El bulto tiene el tamaño adecuado, está en una zona a la que se puede llegar muy fácilmente por la espalda, está muy definido, muy encapsuladito y muy preparado, puñetero de el, para que lo frían sin ninguna consideración. Nos vuelve a explicar de una forma más detallada el tema de la aguja que se abre en forma de paraguas, y nos confirma el precio de la operación, que como ya dije en la entrada anterior no nos parece demasiado elevado para lo que supone a la hora de eliminar el tumor.

Y es después de todo eso, cuando el bueno del doctor Sa... nos da un chute de entusiasmo, una subida de adrenalina y de moral, cuando se dirige a Pilar y le dice, con toda la sinceridad del mundo:

-De todas formas, Pilar, quiero que consideres también la posibilidad de una intervención tradicional, hecha por un cirujano torácico. Tu bulto no es peligroso, está en una zona muy sencilla de operar, eres muy joven, y no tienen porqué aparecer complicaciones. Prefiero que habléis con algún cirujano de este tipo antes de tomar la decisión de que te opere yo. Una vez que hayáis valorado todas las posibilidades, volvemos a hablar, pero quiero que si recurrís a mi solución estemos todos convencidos de ello.

Una sinceridad difícil de encontrar hoy en día. Ese tipo de sinceridad que hace que, cuando Pilar y yo salimos de la consulta, aparte de estar felices porque el tumor es una mierdecilla a los ojos de Sa..., hayamos tomado prácticamente la decisión de someternos a la radiofrecuencia.

Los pasos siguientes son los tradicionales. Quedamos con S..., el oncólogo, para comentarle la jugada, a lo que el nos dice que ya ha hablado con G..., el cirujano, y que le parece perfecto (cuando nosotros queremos salir, estos dos, G... y S..., ya han llegado. A veces pensamos que viven juntos). S... nos recomienda a un cirujano torácico, bastante bueno según el, y después de darnos su patriarcal bendición (no puedo colocar fotos de S... en el blog, entre otras razones por respeto a su intimidad y a su persona, pero no os resultaría nada difícil, conociéndole, imaginároslo subido a un púlpito de mármol impartiendo bendiciones).

Creo que fue ese mismo viernes, o al viernes siguiente, cuando conseguimos cita con el cirujano torácico que nos había propuesto S.... Amigos, si la consulta con Sa... había resultado luminosa, esclarecedora y optimista, la consulta con ese par de médicos resultó sombría, deprimente y gusanil (gusanil es la capacidad que tienen algunas personas para hacer que te creas un auténtico gusano). Después de revisar el cirujano y su ayudante los informes y el PET, nos dijeron que sí, que no había problema, que el tumor se podía operar. Que la operación era sencilla, y que una vez que abrían, ellos miraban toda la zona, y que si detectaban más bultos, por pequeños que fueran, los sacaban también.

-Si tenemos alguna duda, extirpamos el ventrículo superior entero del pulmón, para asegurarnos.

Pilar y yo nos mirábamos algo desconcertados. Nos dio la sensación de que le iban a quitar, de entrada, el ventrículo superior, sin más.

-No pasa nada. Se pierde un cuarto de capacidad pulmonar, pero si no se hacen grandes esfuerzos, no se nota –añadía el ayudante quitándole importancia al hecho de tener un cuarto menos de capacidad pulmonar.

-Hombre, podría ocurrir que se complicara la cosa, y tendríamos que quitar el pulmón entero, pero no parece el caso. El tumor está muy encapsuladito y muy aisladito –en esto al menos coincidieron con Sa...-. Eso si –siguió hablando el cirujano principal-. Hay que hacerlo cuanto antes, sin pérdida de tiempo, y antes hay que hacer unas pruebas, de capacidad, radiografías, y todo eso. Tienen que tomar la decisión hoy mismo, para que mañana les hagan las primeras pruebas.

Pilar y yo nos miramos un poco desconcertados. Aquello estaba empezando a convertirse en una reunión de multipropiedad, en la que no te dejan escapar hasta que no firmas o te has tragado un rollo de una hora y media.

-Bueno –dije yo con un hilo de voz-. La verdad es que nos lo queremos pensar. La radiofrecuencia también nos gusta bastante.

-Bueno, si, la radiofrecuencia. Nueva técnica. Bueeeeenooo...

-Nos han dicho que siempre nos queda la posibilidad de operar con radiofrecuencia y recurrir después, si la cosa va mal, a la cirugía tradicional.

Aquel hombre levantó las manos con gesto de fastidio.

-Bueeenoooo. Eso habría que verlo. Nosotros probablemente no podríamos hacernos cargo de algo que ha operado otra persona por un método diferente al nuestro.

Estaba claro. Le pedimos tiempo para pensarlo, y salimos de allí. No hizo falta ni que dijéramos nada. Tanto Pilar como yo nos habíamos decidido, por méritos ajenos en este caso, a utilizar la radiofrecuencia. Habíamos asistido, como testigos mudos, al enfrentamiento entre lo tradicional y lo moderno, entre la tragedia y la comedia, entre cortar por lo sano y precisar y eliminar la zona enferma. Pero la sensación que más nos invadió, después de esta consulta, fue la de sentirnos mercancía operable (daba la impresión de que le estábamos haciendo un favor dejándonos operar por el) frente a la de sentirnos personas con capacidad de decisión. Una decisión que tomamos antes incluso de salir de la consulta de aquel cirujano torácico.

sábado, 30 de agosto de 2008

Comienza el espectáculo... One more time


Los resultados del PET están listos al día siguiente. Al mediodía, al salir del trabajo, me escapo a la clínica López Ibor a recogerlos. Hace frío, y está lloviendo. Mala señal, pienso mientras bajo del coche después de aparcarlo en la zona ajardinada de la clínica. El corazón me late deprisa cuando llamo al mismo timbre del día anterior, entrego el resguardo correspondiente, y la enfermera me entrega a su vez una bolsa bastante grande. Voy al coche, y lo primero que hago, como siempre, inocente de mi, es mirar al trasluz las placas, llenas de cuadraditos pequeños en los que se supone que están reflejadas las distintas partes del cuerpo de Pilar, cortado en lonchas por la máquina. Como es lógico, no me entero absolutamente de nada, así que abro otro sobre, en el que hay un CD y, por fin, el informe.

A medida que leo el informe me empiezo a venir abajo. El Pet refleja, sin lugar a dudas, que hay un bulto, de unos tres centímetros, en el interior del pulmón izquierdo. Esa es la parte mala. La parte medio buena es que al parecer el bulto está bastante encapsulado, recogidito y con poca actividad, y además, y en esto sí que es categórico el informe, no existe ninguna otra patología en el resto del cuerpo, lo que indica que el alien inicial ha desaparecido por completo. Entre triste, y aliviado, según lea una parte u otra del informe, llamo a Pilar, para ponerla al corriente.

- Buenas. Ya he recogido el PET.
- ¿Y que tal?.
- Bueno. No del todo bien. Resulta que te han detectado un pequeño bulto en el pulmón, de unos tres centímetros de diámetro.
- ¿Y de lo otro, que tal?.
- Nada, bien. Ha desaparecido por completo.
- Ah, pues muy bien, ¿no?. Me quito el bulto, y santas pascuas.

Acojonante. Simplemente acojonante. Es entonces cuando me doy cuenta de que mi mujer no es de este mundo. Se ha tomado la noticia con una alegría que casi da miedo, y ha conseguido que yo también me tranquilice un poco. Cuando llego a casa, está tan contenta. Ya le ha dado la noticia a sus padres, de una forma tan edulcorada que, cuando hablo con ellos, casi están contentos porque ya no tiene nada de lo otro.

Esa misma tarde, sin pérdida de tiempo, le llevamos a G..., el cirujano que operó a Pilar el año pasado, toda la parefernalia, para que nos de su opinión. Lo primero que nos dice, al leer el informe, es que el no es un cirujano torácico, que ese tipo de intervenciones las tiene que hacer otro especialista. Nos quedamos un poco desilusionados con el tema, hasta que, mientras mira una de las placas negras al trasluz, nos dice:

- Vaya. Este es el típico tumor que se le da de perlas operar a mi amigo Sa...

Pilar y yo nos miramos mientras G... sigue mirando placas y le echa un ojo al informe.

- Además está muy definido, muy encapsulado, y en un lugar que a mi, por lo menos, me parece muy sencillo de acceder. Os explico: Sa... opera con una técnica bastante nueva, pionera en España, que se llama radiofrecuencia. El asunto consiste, a grandes rasgos, en meter una aguja que tiene una punta con electrodos que forman una especie de paraguas. Esos electrodos, cuando llegan al tumor, se abren, abrazan el tumor, y lo fríen. Literalmente. La única condición que tiene que cumplir el tumor es que no sobrepase los cuatro centímetros, porque tumores más grandes no se pueden operar con este sistema.
- ¿Y resulta efectivo? –pregunto-.
- Sa... es muy joven, pero es un gran profesional. Ha formado el único equipo en Madrid que opera con este sistema, y ha salido hace poco en el dominical de un periódico de tirada nacional. El otro día precisamente me lo encontré, y cuando le felicité por el artículo, como es tan modesto, no le dio nada de importancia, pero es un gran experto. Pensad que es una técnica que viene nada menos que de la NASA.
- ¿Y cuando podemos ver a Sa...? –preguntó Pilar-.
- Dejadme si queréis el PET, porque es muy probable que yo le vea mañana o pasado, se lo enseño, y a ver que opina. Con lo que sea os llamo, o me llamáis vosotros el jueves, para ver si tenemos alguna noticia.
-¿Corremos algún riesgo si esperamos demasiado?. ¿No le dará al bulto por crecer deprisa?.
-Hombre, no creo. Por lo que pone en el PET, no parece que tenga demasiada actividad. Se debe de tratar más bien de una metástasis muy localizada del tumor que tuviste el año pasado. No, no creo que pase nada por esperar un poco a que toméis la decisión. Siempre os queda la cirugía torácica, no lo olvidemos. Solo existe un pequeño inconveniente con la radiofrecuencia.
-¿Cuál? –preguntamos Pilar y yo casi al unísono-.
-Que no lo cubre vuestra sociedad.

Ya estamos otra vez. Después del PET, resulta que esto también lo vamos a tener que pagar de nuestro bolsillo. Al principio nos acojonamos un poco tanto Pilar como yo, pero cuando nos dice el precio aproximado de la operación, comprobamos aliviados que no resulta tan caro. Viene a costar poco más o menos lo mismo que el PET, lo cual no es muy comprensible, pero los designios de la medicina son inescrutables.

Así pues, le dejamos a G... todo el informe, y salimos con la convicción de que Pilar iba a demostrar una vez más lo fashion que era, sometiéndose a una operación de última generación.

martes, 26 de agosto de 2008

Episodio dos. El PET demoledor


El último día de radioterapia nos despidió una doctora joven, guapa, extranjera, de pelo bastante largo y muy negro, que nos entregó un volante para que nos hiciéramos un PET en unos quince días. Salimos de la clínica Ruber con la intención, antes de hacer nada, de consultar con S... la necesidad o no del PET, y a la semana volvimos a la misma Clínica Ruber, a estrenar la flamante consulta que se había montado S... los viernes por la mañana. Curiosamente, Pilar ya lucía una pelambrera bastante abundante, que le había crecido muy fuerte y que no había tardado nada en teñirse de un tono castaño bastante sugerente. Hicimos lo de siempre, nos dirigimos ni cortos ni perezosos a la barrera del aparcamiento, a la espera de que el guardia nos dejara aparcar en el interior. Pilar puso sus ojillos de cordero, pero el guardia nos dijo que no se podía aparcar en el interior. Mientras salíamos del recinto, le dije a Pilar “hay que joderse. Ya no das pena”. Ante ese comentario, se echó a reír con ganas.

S... nos recibió bastante contento. Todavía no tenía despacho para su consulta, por lo que ocupaba el despacho de un director de algo, lleno de cajas y de cosas que nada tenían que ver con su especialidad. Ni la pobre M..., su enfermera, disponía de bata, y recibía a los pacientes con un jersey verde y unos vaqueros. Nada de eso desanimaba a S..., al que la clínica Ruber le viene muy bien para pasar consulta, ya que vive cerca. Cuando le enseñamos el volante que nos había dado la doctora de radioterapia, nos dijo que no, que esperásemos más de quince días, ya que los efectos de la radioterapia podían desvirtuar el resultado del PET si se hacía el mismo en tan corto espacio de tiempo. Recuerdo que el corazón me dio un vuelco cuando añadió “y ya que es una prueba tan cara, y que no cubre vuestra sociedad, no es cuestión de tener que repetirla”. Hostia, tu. Pilar y yo nos miramos y le preguntamos con toda la inocencia de la que éramos capaces “¿cómo que no la cubre la sociedad?”. Nos enseñó el folleto de Asisa en el que se especifica que no se cubre el PET, a menos que sea para seguimiento de cierto tipo de tumores, como por ejemplo el de pulmón, pero que en ningún caso se cubre para un primer diagnóstico. “Pero Pilar ya ha tenido un tumor –traté de insistir sin demasiada convicción-. Es un seguimiento”. “Si –me contestó S...-, pero de un tumor que no está en esta lista. Mira”. Miramos los dos, y en efecto, no se nombraba el leiomiosarcoma para nada. ¿Cómo se iba a nombrar un tumor que es tan raro que ni siquiera aparece en muchos de los libros que por aquel entonces me leí sobre cáncer?.

S... nos explicó que el PET era como un escáner pero más a lo bestia, y que detectaba no solo los bultos mayores de un centímetro, sino la actividad y peligrosidad que estos pudieran tener. Es una prueba que se hace con contraste y que muestra cualquier alteración que pueda sufrir el cuerpo. En Madrid lo hacían en dos o tres sitios, y nos aconsejó que tratáramos de que Asisa se hiciera cargo del tema. Para darnos un balón de oxígeno, nos señaló que lo más sensato era que nos hiciéramos la prueba después de Navidades, ya que para esa fecha se habría asentado completamente el organismo de Pilar tras los tratamientos de quimioterapia y de radioterapia a que había sido sometida.

Así pues, pasamos unas navidades tranquilas, en familia, viendo escaparates, atiforrándonos de comida y bebida, y soportando atascos, como todo el mundo. Prácticamente al día siguiente de comernos el último trozo de roscón, llamamos a la Clínica López Ibor, y nos dieron cita para el 14 de Enero de 2008.

Recuerdo que aquel lunes hacía bastante frío. Nos presentamos en la Clínica después de caracolear bastante por el barrio del Pilar. La Clínica está situada en una zona bastante tranquila, y tiene una superficie de aparcamiento ajardinada y llena de árboles. El ala en la que hacen los PET no está en la misma Clínica, sino en un lateral de la misma al que se accede de forma independiente. Cuando llegamos no había nadie. Por no haber, no había ni mostrador. Llamamos a un timbre que había junto a una puerta cerrada a cal y canto, y al rato salió una enfermera y un hombre que debía ser el administrador, porque enseguida nos sugirió que reclamáramos a Asisa con la factura que nos iba a dar, y que le aconsejaba lo mismo a todo el mundo.
Cuando después de casi una hora volvió a entrar Pilar para que le inyectaran el contraste necesario para el PET, salió también inmediatamente una enfermera para decirnos que la máquina se había estropeado, y que estaban esperando al técnico. Al parecer, según me contó Pilar, la máquina se había estropeado con un señor dentro, que tuvo que esperar varias horas a que llegara el mecánico. Cosas de los artilugios modernos, que a veces te la juegan. El caso es que, después de casi cuatro horas, y de haberme leído toda la colección de revistas que tenían allí (un montón de revistas de los temas más variados, que todo hay que decirlo), salió la buena de Pilar con su prueba hecha, y un justificante que valía para recoger los resultados al día siguiente. En el transcurso de ese tiempo, en la sala de espera se había sentado a mi lado un señor, que acompañaba a una monja que se iba a hacer la prueba. Mientras esperaba, abrió un libro en el que había escritos pentagramas de salmos religiosos, y mientras los leía movía lentamente las manos como si estuviera dirigiendo una orquesta. Cuando salió Pilar, me despedí de el deseando que la espera fuera corta, y nos fuimos a casa.

viernes, 22 de agosto de 2008

Fin de la primera parte


Las sesiones de radioterapia se desarrollaron durante los meses de septiembre, octubre y los primeros días de noviembre de 2007. Las veinte sesiones iniciales se convirtieron finalmente en nueve más. Las lógicas interrupciones producidas por desajustes en la máquina, por mal funcionamiento o por una irritación que sufrió Pilar hacia la mitad el proceso, hicieron que aquello, a pesar de que las sesiones eran diarias, se prolongara más de la cuenta.

Con la radioterapia nos anclamos profundamente en la rutina. Recogía a Pilar al salir del trabajo, nos dirigíamos al Ruber a eso de las siete y media, le poníamos carita de pena al vigilante del parking para que nos dejara aparcar en la zona vip (ninguno de los tres vigilantes que conocimos nos negó jamás la entrada), y a esperar la sesión. El único cambio se producía los viernes, día en que la sesión era de braquiterapia. Pilar prefirió que le dieran esta sesión por la mañana, y cogía un autobús cerca de casa que la dejaba en la misma puerta de la Ruber. Aquello era una muestra más de que por aquel entonces, después de haber finalizado las sesiones de quimio, se encontraba perfectamente, ya que la radio no le produjo síntomas en ningún momento, salvo aquella irritación que ya he comentado.

Dicen que el roce hace el cariño, y en el caso de las sesiones de radioterapia de la Ruber, esa frase es todo un dogma de fe, porque siempre coincidíamos, prácticamente día a día, las mismas parejas. Si alguna vez se había retrasado la sesión, los que se la daban antes que nosotros todavía estaban allí, y los que se la daban después llegaban antes de que nos la dieran a nosotros, así que en unos pocos días ya nos conocíamos casi todos los que estábamos allí. Las que se trataban (normalmente mujeres) se distinguían por sus pañuelos o sus pelucas en la cabeza, aunque a un par de ellas no les importaba en absoluto mostrar su pelo corto o casi inexistente. El estado de salud de casi todas era muy bueno, hasta el punto de que empezábamos a contar chistes o anécdotas relacionadas con las sesiones, y no parábamos. Pilar y yo recordamos especialmente a varias personas que coincidieron con nosotros en aquellos meses y en las mismas circunstancias. Había una pareja que vivía en Matalpino, y que venía todos los días desde allí. Recuerdo una ocasión en la que hablaba con el marido, un hombre muy amable con melenita de heavy, y resultó que el hombre tardaba menos desde Matalpino en llegar a la clínica que yo desde nuestro barrio. Enigmas de los atascos en la M-40 a esa hora de la tarde, sin duda. Su mujer, que era precisamente una de las que lucía con orgullo su escasa pelambrera, entraba con una alegría a las sesiones digna de envidia, y salía también riendo. A veces se quedaban un rato más, contando chistes o hablando con alguien. formaban una pareja encantadora.

Como lo era también, sin ninguna duda, una pareja que vivía en Alcorcón, y a la que la noticia del cáncer que sufría la mujer les había pillado en plena reforma de la casa. El marido me contaba que se les había venido el mundo encima, pero que ya se habían adaptado perfectamente a la nueva situación y lo estaban superando perfectamente. Recuerdo con especial cariño a este hombre, muy tímido al principio y muy cordial a medida que avanzábamos en nuestra relación. Una vez me sinceré con el, le conté mis impresiones sobre lo que le estaba ocurriendo a Pilar, mis miedos, mis pesadillas y mis alegrías, y me confesó que a el le había ocurrido exactamente lo mismo, con las mismas sensaciones de impotencia y de fortaleza que se suelen sentir en cada uno de los procesos que se siguen en este tipo de enfermedad. Recuerdo también a su mujer, de voz muy dulce, que me preguntaba por Pilar cuando llegaba a la sala de espera y mi mujer ya había entrado, y que cuando salía Pilar de la sesión, se sentaba a su lado para hablar de bolsos, de pañuelos o de cualquier otra cosa que les viniera a la cabeza.

Hacia la mitad de las sesiones llegó otra pareja en la que el afectado era el. Se le notaba en la cara que llevaba ya bastantes tiros pegados con el cáncer, ligeramente demacrada, pero con una fuerza vital impresionante. La quimioterapia no le había hecho mucho efecto debido a que tenía unas defensas tan fuertes que literalmente “se comían el tratamiento”, según sus propias palabras. Era un incombustible contador de chistes, con un gran sentido del humor. Acabó antes que nosotros, por lo que dedujimos que sus sesiones serían de otra naturaleza más suave que las que le estaban dando a Pilar.

Los jueves, desde el primero, ocurría un suceso curioso. Frente a la zona de espera para las sesiones, había una puerta de madera que permanecía siempre cerrada, excepto los jueves por la tarde. La primera vez vimos que un médico bastante mayor, de aspecto decrépito y dientes “como de conejo”, según dijo Pilar, abría la puerta, dejaba en el interior de la consulta unos papeles, salía a la zona y decía “Pilar”. Ligeramente extrañados, nos identificamos levantando la mano, y el bueno del doctor nos dijo, con una vocecilla a la que le parecía costar trabajo salir del cuerpo “después de la sesión te veo”. Nos miramos extrañados, y nos quedamos más extrañados todavía cuando, apenas cinco minutos después, volvió a asomarse a la zona de espera, volvió a decir “Pilar”, y cuando Pilar levantó la mano, volvió a decir “después de la sesión, te veo. ¡A aquel buen hombre se le había olvidado que ya nos había avisado!. La consulta con aquel médico consistía básicamente en que hacía una marca en el papel a la sesión correspondiente, miraba a Pilar por sus zonas bajas, nos vacilaba un poco con su número de socio del Real Madrid (uno de los primeros), nos contaba un par de chistes malos que solo entendía el, nombraba a Pilar de mil maneras diferentes (Pilar, Pilarita, Pilara, Pilarín...), y nos despedía hasta el próximo jueves. Uno de los mayores sustos de nuestra vida nos lo pegó este hombre cuando nos dijo que alguien había escrito en el papel correspondiente a Pilar que a lo mejor era precisa una pasada con el Cyberknife. Ante mi alarma, más que nada por los 12.000 euros que costaba la sesión en la maquinita, no se le ocurrió otra cosa que contarme uno de sus chistecitos, que no me hizo ninguna gracia. Por suerte, se trataba al parecer de un error, porque cuando acabamos las sesiones no nos mencionaron el asunto del cyberknife para nada. Con el tiempo llegamos a la conclusión de que la única misión de este hombre consistía en detectar posibles quemaduras producidas por la máquina e interrumpir el tratamiento durante unos días, como ocurrió con Pilar cuando detectó la pequeña irritación en sus ingles. Le recetó una pomada, le contó un chiste, y hala, a correr hasta el próximo jueves.

Sin ninguna duda, el personaje más curioso que conocimos en aquellas sesiones de radioterapia, era una mujer mayor, bastante gruesa, de pelo muy corto blanco, gruesas gafas de cuello de botella y una voz muy profunda, que me recordaba a la de algunos travestís famosos, como ese de los labios gruesos cuyo nombre no recuerdo. La buena mujer recorría cada día más de medio Madrid para llegar a la clínica en taxi, y no solo eso, sino que le obligaba al taxi a esperarla. Una fortuna, vaya. Iba cargada de joyas y de anillos bastante raros. Una curiosidad, ya que sabía de sobra que la iban a obligar a despojarse de todo nada más entrar a la sala de radioterapia. Era infinitamente distraída, hasta el punto de preguntarse, siempre en voz alta, donde había podido olvidársele el bolso, cuando lo tenía cogido entre las manos. En otra ocasión, juraba y perjuraba que el taxista le había robado los quinientos euros que llevaba en el bolso. El caso es que cuando llegaba ella se hacía el silencio, entre otras cosas porque la buena mujer no paraba de hablar. Se quejaba de sus innumerables dolores, de la cabeza, que la tenía “ida”, según decía ella, y de la cantidad de pasta que le costaba llegar ahí todos los días, lo que le producía taquicardia y ansiedad. Una tarde se quejó de que había perdido un amuleto auténtico, y no paró hasta que los radiólogos salieron a las cabinas y comprobaron que no se le había caido al desnudarse el día anterior. Nos contó entonces que era sanadora, pero sanadora de verdad, por la santería cubana, y que estaba así precisamente porque había ido absorbiendo los males de todos sus pacientes. En fin...

Después de las veinte sesiones, nos recetaron un PET, y cuando hablamos con S, nos dijo que esperáramos hasta después de navidades, allá por Enero, y que la primera parte había finalizado por fin.