lunes, 11 de agosto de 2008

La luz al final del túnel


Como uno de los síntomas más curiosos de la quimioterapia a la que sometieron el año pasado a Pilar, puedo destacar que el agua le “sabía a metal”, según sus propias palabras, o que algunos alimentos le sabían también metálicos. En un libro leí que era normal, así que nos quedamos los dos tan tranquilos.

A medida que se iba haciendo amiga de todos los que acudían a quimioterapia, se enteraba de casos, de tratamientos, de cosas que debía tomar y la podían ayudar a soportarlo mejor (aparte de los líquidos, que es una norma general), como zumos, frutos secos, etc. Cada martes llegaba a casa a eso de las cuatro, y lo primero que hacía era llamarme a Murcia para contarme que le había ido muy bien.

El doctor S... nos había predispuesto a estar con la quimio unos doce ciclos, compuestos de dos sesiones cada uno, cada dos semanas, es decir, que nos íbamos a más allá de enero del año siguiente.

El 23 de Junio me incorporo a mi nuevo trabajo en Madrid, y abandono para siempre una situación que para un amigo nuestro era la perfecta para una familia: separados durante los días laborables de la semana, y juntos durante el fin de semana. El mejor método, decía el, para soportar la convivencia. Recuerdo que Pilar y yo nos reíamos cuando decía eso, pero lo cierto es que a las tres semanas de estar aquí, notaba que se había esfumado una buena dosis de la independencia que tenía en Murcia entre semana, y a Pilar le ocurría lo mismo. Por supuesto que compensaba el hecho de estar con mi familia, y sobre todo los domingos por la tarde, cuando me hacía el hatillo y salía a coger el tren. Quitando esos momentos más o menos duros, lo cierto es que resultaba más tranquilo y mucho menos estresante trabajar en Murcia que en Madrid, una ciudad que se ha vuelto agresiva en muchos aspectos, entre los que se encuentra por supuesto el trabajo diario. A veces recuerdo lo que me dijo una vez en Murcia una empleada de un banco: “A Murcia viene uno llorando y se va llorando”. Nunca una frase ha definido con tanta exactitud la sensación que mantuve durante los cuatro años que permanecí allí.

El caso es que las sesiones de quimio siguieron durante el verano, con una pausa que nos proporcionó el doctor S..., durante una semana, para que nos fuéramos de vacaciones. S... nos habla bastante de muchos colegas suyos, que piensan que la quimio debe administrarse con una precisión milimétrica, tanto en lo que se refiere a las dosis como en lo referente a los días que tienen que pasar entre sesión y sesión. “Vosotros no sois relojes –le decía a Pilar-, y no ocurre nada por bajar un poco la sesión en un determinado ciclo, o esperar un par de días, o incluso más, para suministrarla”. Así que nos fuimos, a finales de Julio, una semanita al sur de Francia, a Carcasona, Toulouse, y alrededores. Pilar aguantó la tourné como una campeona, y lo único que le ocurría era que se cansaba un poco, pero muy poco antes que todos los demás. Lo pasamos de vicio, y ni siquiera nos acordamos ni de S..., ni del taxotere ni, mucho menos, del puñetero leiomiosarcoma.

Todo aquello me pareció muy buena señal. La idea era darse una tanda más, al martes siguiente de regresar de vacaciones, y después hacerse un TAC para seguimiento, para retomar las sesiones en septiembre. Recuerdo que en alguna ocasión, al verla tan campante y tan alegre, le comenté la posibilidad de que ya se hubiera recuperado del todo, y ella me miraba con unos ojillos ilusionados para decirme “no eches las campanas al vuelo”. El caso es que pasó la sesión del martes, llevamos los análisis a S..., que eran correctos, y este extendió el volante para el TAC. Se lo hizo a la semana siguiente, y cuando se lo llevamos a S..., este lo miró, lo remiró, le dio la vuelta, lo levantó, lo bajó, y al final, después de que a nosotros estaba a punto de darnos un infarto, dijo una frase que pasará a la historia de la familia: “Pilaritaaaaa, no tienes nada”. Y repitió otra vez, por si acaso no le habíamos escuchado con la suficiente claridad. “No tienes nada. Estás limpia”. No nos lo podíamos creer. El leiomiosarcoma había desaparecido del todo, o lo poco que quedaba de el, porque siempre he sospechado que gracias a la magnífica operación que había hecho G..., y así nos lo confirmó después S..., del leiomiosarcoma había quedado bien poco.

El caso es que habíamos acabado por el momento con las sesiones de quimioterapia. Habíamos contado con que íbamos a estar hasta después de navidades, y el bueno de S... nos dio una de las mayores alegrías que habíamos recibido no ya en los últimos meses, sino en toda nuestra vida. “Hay que ser previsores”, nos dijo después de las manifestaciones de alegría. “Me voy a estudiar el caso por si resultaran recomendables unas cuantas sesiones de radioterapia, y la próxima semana os veo otra vez”.

Y así acabó una de las consultas más felices que hemos tenido con el bueno de S... Le dimos la noticia a todo el mundo, y aquel domingo, o un par de domingos más tarde, no lo recuerdo bien, invitamos a toda la familia a comer para celebrar la buena noticia.

A la semana volvimos a la consulta de S... nos cogió las manos, le dio un beso a Pilar, y le dijo la que se había convertido en su nueva coletilla: “Pilaritaaaa...Que bien te veo, bonita”. Nos dijo que sí, que se quedaba más tranquilo si a Pilar le hacían unas cuantas sesiones de radioterapia, que la radioterapia era como una especie de caballo de Atila, que por donde pasa no vuelve a crecer nada, y nos dijo además que se las iban a hacer en el Ruber Internacional, que el conocía al jefe de sección, y que además, “así pruebas la máquina nueva que se han comprado, que es una auténtica maravilla”. S... nos explicó que la radioterapia no suele provocar síntomas, a menos que se tenga que dar en zonas cercanas al intestino, que es cuando puede provocar en algunos pacientes diarreas o vómitos, pero en el caso de Pilar, como se trataba de la zona abdominal en su parte baja, no se iba a ver afectada la zona intestinal, por lo que no era probable que sufriera nada. Nos explicó también que la radioterapia se establece mediante una dosis, que se divide en tantas sesiones como sean necesarias hasta alcanzar la dosis prescrita. Que las sesiones duraban pocos minutos, y que eran diarias. Y poco más. S... se despidió de nosotros, nos dio un volante para la Clínica Ruber, volvió a darle otro entrañable beso a Pilar (S...puede ser muy duro cuando habla de su especialidad o de sus colegas, y muy humano cuando habla de sus pacientes) y adiós, muy buenas.

El primer día que fuimos a la Ruber Internacional era un viernes por la mañana, y hacía bastante frío. Estábamos ya bastante metidos en septiembre. Al llegar al parking, el vigilante de seguridad vino hacia nosotros. Al parecer, los vehículos particulares no deben dejar los coches en el parking, que es de superficie y no tiene ni máquina de tickets ni nada que se le parezca. El hombre creo que venía dispuesto a que diéramos media vuelta, pero al ver a Pilar, con su pañuelito en la cabeza y su carita de ángel, y a mi, que le dije de una forma entrañable “vamos a radioterapia”, se conoce que al hombre, que es cubano y muy buena persona, le dio algo de pena y nos dejó entrar. Después, durante la rutina diaria de la radioterapia, este buen hombre me dejaba pasar aunque no hubiera sitio, obligándome a veces a hacer verdaderas piruetas circenses con el coche para dejar paso a quien pudiera venir por detrás.

Entramos así por primera vez en el recinto de la famosa clínica Ruber Internacional. Pero esa, amigos, es otra entrada.

3 comentarios:

Andres Pons dijo...

Pues son muy buenas noticias.

Unknown dijo...

Suele decirse, que la sensibilidad humana está en periodo de extinción, yo creo, (aquí tienes una muestra) que ese dicho es falso. Y personalmente puedo dar fe de ello, pues en estos últimos días he encontrado a dos personas que me están ayudando muchísimo.
Como dice Andrés, son estupendas noticias. Puedo imaginar vuestra euforia al escuchar las palabras del médico.
Seguid así amigos, la fe mueve montañas.
Un saludo.

Anónimo dijo...

En su momento fueron estupendas noticias. Como ya os he dicho en algúna ocasión, de momento en el blog estoy contando la primera batalla, cuando la realidad es que a día de hoy ya estamos en la tercera. Lo importante es ganar la guerra, y en ello estamos ahora.

MJesús, siempre existe alguien que te ayuda, y alguien que tiene sensibilidad. Siempre, no te quepa duda. La sensibilidad humana hay que saber detectarla, rebuscando por debajo de modas, poses o tribus urbanas, y para saber detectarla hay que tenerla. No hay otra.

Un fuerte abrazo a los dos.