jueves, 14 de agosto de 2008

Un "alien" en apuros


Acudimos a la sección de radioterapia de la Ruber Internacional un viernes de septiembre cuya fecha exacta no recuerdo. Lo primero que nos impresionó fue la arquitectura de la clínica, con mármol en todos los mostradores, amplios pasillos, falsos techos completamente nuevos, y un olor a obra nueva que echaba para atrás. Bajamos al sótano menos dos. Ya estamos acostumbrados a eso. La radioterapia, la quimioterapia y otros tratamientos relacionados con el cáncer, suelen estar en los sótanos de las clínicas donde se ubican. Seguramente será por las potentes máquinas que se utilizan en radioterapia, sobre todo en la Ruber, pero cualquiera podría pensar también (y así nos lo insinuó una vez una paciente) que de lo que se trata es de llevarse a los pacientes de esos tratamientos a una zona más discreta del hospital. El pensamiento es libre, aunque yo prefiero quedarme con la explicación que nos dieron una vez, y es que las máquinas utilizadas deben estar en una zona más cerrada por la potencia de las radiaciones que emiten.

La chica del mostrador de radiotarepia nos dice que si queremos hablar con el dr A..., el jefe del departamento, tenemos que esperar varias horas, ya que tiene unos pacientes que le van a ocupar buena parte de la mañana. O eso, o esperar al jueves siguiente, si es que queremos hablar con el. Ya que estamos ahí, decidimos esperar, por lo que tenemos bastante tiempo para caracolear por las instalaciones. Los pasillos están llenos de cuadros en los que se anuncia el famoso “Cyberknife”, el cibercuchillo, traducido al castellano, la máquina a la que se refería S... cuando decía que la íbamos a probar. Es exclusiva de la Ruber en España, y ya me he estado informando en Internet. Lo que hace esta máquina es dirigir un chorro de radiación, de una potencia mucho mayor que el convencional, y además concentrado en un haz de muy poco diámetro, contra el tumor que se vaya a tratar. Una de las innovaciones técnicas que contiene es que la máquina detecta mediante un programa informático la respiración del paciente y se adapta a ella, consiguiendo con ello que el haz de radiación resulte efectivo al cien por cien.

Después de esperar durante más de dos horas, nos recibe por fin el doctor A..., un médico más o menos joven, bastante más serio que S... o G..., que se ha saltado su hora de comida para atendernos. Revisa los informes con cuidado, nos somete a la batería de preguntas de rigor, nos dibuja de nuevo el famoso circulito con la familia de los sarcomas y el leiomiosarcoma dentro de el, como un granito, para que no nos quede ninguna duda, una vez más, de la rareza que supone tener un cáncer así. “Es que yo soy fashion hasta para eso –dice Pilar-. Un tumor exclusivo, como yo”. Le decimos que estamos deseando estrenar el famoso “Cyberknife”, del que S... nos ha dicho que es la bomba, y nos quita la ilusión de la cabeza diciéndonos, por un lado, que esa máquina no está indicada para el tipo de tumor que tiene (o tenía, más bien) Pilar, y por otro lado, que nuestra sociedad no lo cubre, y que cada sesión sale por unos doce mil euros. No le debe quedar ninguna duda, ante la cara que ponemos cuando nos dice el precio, porque rápidamente aclara “no obstante, la Ruber está negociando con las compañías, y es muy posible que cuando empiece Pilar las sesiones ya se haya llegado a un acuerdo, si es que estuviese indicado en su caso este tipo de tratamiento”. Creo que esa fue la primera, y más dolorosa ocasión, en que tomamos conciencia de que la salud, en definitiva, no supone más que un negocio para muchas compañías, y que cuanto más grave sea la enfermedad que uno tenga, más negocio se puede montar a su alrededor. No nos cabía en la cabeza por aquel entonces, ilusos de nosotros, que no hubiera nadie que cubriera la famosa maquinita. En Internet salen unas fotos preciosas de la presidenta de la Comunidad de Madrid en la inauguración de las “nuevas instalaciones” de la clínica Ruber, pero leyendo la letra pequeña se entera uno de que el cyberknife, precisamente, no lo cubre tampoco la Seguridad Social.

En fin, que resignados a que no vamos a ver la famosa máquina más que en los cuadros que adornan los pasillos de la clínica, seguimos hablando con el doctor A... Nos dice que S... es muy optimista, que siete de cada diez tumores de ese tipo “recidivan” (se reproducen) si el paciente no se somete a sesiones de radioterapia, y que tres de cada diez se reproducen incluso con ella. “Es que S... siempre ha sido muy optimista”. Salimos de la consulta un poco mosqueados, con la sensación de ser unos pobretones y de que las cosas no son tan idílicas como nos las ha pintado el bueno de S.... El doctor A... nos ha dicho que nos hagamos un TAC de la zona pélvica para fijar los parámetros de las sesiones.

La semana siguiente le hacen a Pilar el TAC, y después de verlo, el doctor A nos recibe de nuevo, al viernes siguiente, y nos dice que en principio le van a dar veinte sesiones de radioterapia y cuatro sesiones de braquiterapia. Ante esta nueva palabreja, y al ver que Pilar y yo nos miramos con cara de póker, nos explica que la braquiterapia consiste, en el caso de Pilar, en darle una sesión especial, con un cilindro especial que se introduce por la vagina, y que emite radiaciones, para asegurar que toda la zona se queda tratada. Empezamos el mismo lunes, y para ello tenemos que pedir hora a la chica del mostrador. Las sesiones se las darán a las ocho de la tarde, excepto la primera, en la que le tienen que colocar los marcadores, que se la darán el lunes por la mañana.

El lunes nos presentamos en la Ruber. Después de un rato en la sala de espera, sale una doctora y le dice a Pilar que entre por una de las dos puertas que dan a la sala, y que deje ropa y objetos metálicos en la taquilla. Le pregunto cuanto van a tardar, y me dice que, al ser la primera vez, se le va a ir más o menos una hora. Para esas fechas, a Pilar se le había distendido la cicatriz que le hizo G... cuando la operó en La Paloma. El estómago se le iba saliendo para afuera cada vez un poco más, hasta adoptar la forma de un balón de rugby, como si estuviera embarazada de un bebé bastante pequeño. Nos dio por llamarle al abultamiento “El alien”, y no le habíamos dado demasiada importancia al asunto hasta que Pilar se tumbó en la mesa de la radioterapia. “El alien” parecía tener vida propia, y se movía de un lado a otro mientras le daban la sesión. Al final, al parecer, encontró una postura bastante cómoda, gracias en parte a la enfermera que estuvo con ella casi en todo momento. Durante el tiempo en que Pilar permanece dentro, yo elucubro con el sentido de ls dos cabinas, hasta que me doy cuenta de que sirven para no perder tiempo. Poco antes de que acabe Pilar, llaman al siguiente paciente, que entra en la cabina que Pilar ha dejado libre. Una buena idea, no cabe duda.

Pilar sale por fin, después de un buen rato. En el intermedio, la máquina se ha estropeado y ha tenido que venir un mecánico a arreglarla, dilatando más la espera. Pilar se queja de que la han puesto en una postura bastante forzada, y que le duelen todos los músculos. Le han hecho unos curiosos pinchazos, en el cruce de varias líneas azules que le han trazado en la piel. Los pinchazos delimitan la zona a radiar. Se encuentra bien, no tiene ningún síntoma, pero esa tarde se siente un poco revuelta, por la postura que ha tenido durante tanto tiempo, y supongo que un poco también por los nervios de la nueva situación.

Así fue como empezó esa nueva etapa, esa nueva batalla que estábamos librando contra el tumor. Poco a poco, porque como muy bien dice Maria del Mar Rodríguez, “Lamari”, la cantante de Chambao, que como todos sabéis también pasó por el calvario de la cirugía, la quimioterapia y todas esas cosillas,

poquito a poco entendiendo

que no vale la pena andar por andar

que es mejor caminá pa ir creciendo

2 comentarios:

Unknown dijo...

Un escritor Alemán escribió: Para que el sueño, la riqueza y la salud se disfruten de verdad, es necesario interrumpirlos.
Y creo que es cierto Pilar. Si todos nuestros sueños se cumplen, si tenemos siempre el bolsillo lleno y gozamos de una salud excelente… ¿Qué podemos contar de nuestra existencia cuando lleguemos a ser unos abuelos centenarios?

Anónimo dijo...

Tienes razón, amiga. No hay nada como carecer de algo para valorarlo cuando se consigue.

Un abrazo.